EL JARDIN DE LAS DELICIAS (1970) – Carlos Saura – Acaso la cinta más demodé de Saura
Saura había comprobado que sus tres películas anteriores,
dominadas por el simbolismo freudiano habían caído bien y que mantenía el testigo
del “nuevo cine español”. Si sus anteriores cintas no habían tenido el más
mínimo sesgo político (que otros se encargaron de atribuirle sin mucho
basamento), en esta, daría otro paso al frente en las mismas direcciones: por
una parte, psicodrama freudiano y por otra, el recurso explícito (pero ambiguo)
a la Guerra Civil. ¿El título? Es que a Saura, le gustaba el cuadro del Bosco. Sin
más.
FICHA
TITULO: El jardín de las delicias
AÑO: 1970
DURACIÓN: 90
DIRECTOR: Carlos Saura
GÉNERO: Drama
ARGUMENTO: Un empresario de la
construcción sufre un accidente y queda paralizado y con las facultades
mermadas. Su familia empieza a alarmarse porque solamente él conoce el número
de la cuenta suiza en el que está depositada su fortuna. Para ayudarle a
recordar, montan un psicodrama continuo, representando escenas de su pasado.
ACTORES: José Luis López Vázquez,
Francisco Pierrá, Luchy Soto, Lina Canalejas, Julia Peña, Alberto Alonso,
Mayrata O'Wisiedo, Charo Soriano, Geraldine Chaplin, Marisa Porcel
CLIPS
CLIP 1 – CUANDO PAPÁ ESCENIFICA UNA PELEA CON MAMÁ
CLIP 2 – LA SONRISA, ENTRE MALÉVOLA Y PICARONA DE JOSÉ LUIS LÓPEZ VÁZQUEZ
CLIP 3 – “¿QUÉ VAMOS A HACER CONTIGO?”
CLIP 4 – SINO LA PRIMERA, SI UNA DE LAS PRIMERAS TETAS DEL CINE ESPAÑOL.
CLIP 5 – LA REPÚBLICA HA IRRUMPIDO EN ESCENA (Y TAMBIÉN, CON ELLA, EL CAOS)
CLIP 6 – “ESTO ES UNA C-A-J-A D-E C-A-U-D-A-L-E-S…”
CLIP 7 – A VER SI CON LA AMANTE HAY MÁS SUERTE…
CLIP 8 – UN FLASHABACK: NUEVAS IDEAS PARA TIEMPOS NUEVOS
CLIP 9 – ANTE EL CONSEJO DE ADMINISTRACION. NO HAY NADA QUE HACER: MEMORIA EXTRAVIADA
CLIP 10 – “MI CABEZA… DIOS MÍO… MI CABEZA”. TRIBUTO A JUAN MARCH
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
En FlixOlé: EL
JARDÍN DE LAS DELICIAS
En eMule: EL
JARDIN DE LAS DELICIAS
Comprar en formato DVD: EL
JARDÍN DE LAS DELICIAS
Lo menos que puede
decirse sobre
Cuando se estrenó El Jardín de las Delicias, el franquismo gozaba
de buena salud. Franco, viejito, pero con espíritu legionario, seguía
manteniendo las riendas del Estado. La crisis de MATESA, que había cuestionado
a los tecnócratas, no era para él nada que no se pudiera reparar. Los
incidentes en la universidad le preocupaban, pero, a fin de cuentas, no era
nada que no pudiera resolverse con unas semanas de “estado de excepción”, como
ya había ocurrido el año anterior. ¿El terrorismo de ETA? Palo al mono; esos
meses no se produjeron atentados porque la plana mayor de ETA estaba
preparándose para sentarse en el banquillo de los acusados en Burgos y los
etarras del exilio apenas sabían armar un petardo. La economía seguía yendo bien,
algo menos acelerada que en la década anterior, pero cada vez venían más
turistas y había suficientes divisas depositadas en el Banco de España. La
austeridad, característica del franquismo, se había unido a la buena
administración de los tecnócratas. Y, para colmo, ese mismo año había que
negociar con el “amigo americano” porque expiraban los acuerdos sobre las
bases. Así que había que esperar, en esa dirección, otro refuerzo económico. En
cuanto a la arquitectura del régimen, la Ley Orgánica de 1967 ya había
concluido su estructura: España, no solo era una monarquía, sino que Franco, en
la práctica era el “regente” hasta que decidiera ser sustituido por aquel que
ya había jurado ser el sucesor “a título de Rey”, Juan Carlos de Borbón. ¿Qué
podía preocupar a Franco y al régimen la gente de la farándula o unas pocas
revistas de tiradas modestas que se recreaban en las nuevas corrientes
contestarias que llegaban de Europa? Hasta los franceses habían acabado hartos
de su “revolución de mayo” dos años antes y, como se sabe, las modas siempre
llegaban tarde a España. Todo estaba atado y bien atado.
Pero la percepción que se tenía en el otro lado, era distinta: aprovechando
cierta apertura, toda una nueva generación de directores empezaban a lanzar más
y más productos cinematográficos, algunos extraños, otros excéntricos, todos
progres, que hacían furor entre intelectuales y aquellos cinéfilos que se
recreaban en “salas de arte y ensayo”. Las películas, en general, eran flojas y
se refugiaban en aquellos precedentes a las actuales “minisalas”, por falta de
público. Saura no quería ser de estos: sabía que le “free cinema”, la “nouvel vague”,
habían encarrilado riadas de espectadores. Él quería hacer algo parecido en
España: cine con pretensiones intelectuales, pero que pudiera ser aceptado por
las masas.
Sus anteriores cintas, La
Caza, La
Madriguera, Peppermint
Frappé y Stres-es
tres-tres, estaban dominadas por lo onírico-freudiano. En
principio, ninguna de ellas tenía intencionalidad política, pero los críticos
progresistas, especialmente a través de la revista Triunfo, le habían
otorgado rasgos que, a pesar de no estar en el ánimo de su director, éste
recogió bien. Se dio cuenta de que, si quería que la progresía -que empezaba a
dominar aspectos del mundo cultura, editorial y artístico, es decir, el de “los
trabajadores de la cultura” que se inventó Santiago Carrillo, “carnicerito de Paracuellos”
y primer espada del estalinismo- siguiera encumbrándolo debía de proporcionarle
algo de carnaza. Por eso introdujo en El Jardín de las Delicias un
elemento explícitamente político (la primera comunión del protagonista en la
que irrumpen los republicanos generando una extraordinaria confusión) en alguna
escena y otras que eran susceptibles de ser interpretadas en “clave política”
(el protagonista cazando piezas previamente seleccionadas). Las dos escenas, en
el fondo, eran poco, pero lo suficiente como para que la crítica progre, viera
la cinta como una “crítica al régimen franquista”.
En realidad, la escena en la que irrumpen en la primera comunión
republicanos exaltados podía interpretarse de muchas maneras: la escena está
realizada de tal forma que, en el fondo, da la razón al franquismo cuando éste
plantea la insurrección del 18 de julio de 1936 como una respuesta a un régimen
imposible. Parece como si Saura se preocupara de guardarse las espaldas ante la
censura: “¿lo véis? En realidad, he pintado el caos republicado que se inició
el mismo 14 de febrero de 1931, cuando el niño hace la primera comunión”. En
cuanto a la escena de la cacería amañada, en realidad, el protagonista no es el
anciano padre figura que correspondería al “gran viejo” (Franco), sino el hijo
que, para colmo, es un tecnócrata. Aquí se nota que Saura había leído las
críticas progres a La Madriguera, película que presentaron como una “crítica a
la tecnocracia”… y que, tras leerla, Saura incorporó a la promoción de la
cinta. Ahora, cuando ya era consciente de que, eso de la “tecnocracia”, debía
ser algo pero que muy rechazable, fue cuando incorpora un discurso neta y
claramente tecnocrático que se lleva el último tramo de la cinta.
Vista a cincuenta y dos años de distancia, cuando el freudismo es
universalmente contestado, criticado y denostado, cuando nadie se acuerda de
los “psicodramas” (que eran una parte de la “nueva psiquiatría” postfreudiana de
la segunda mitad de los 60 y que se prolongó diez años después, en la “antipsiquiatría”:
el loco no está loco, es que es “diferente” y, por tanto, hay que “dejarle
hacer”), cuando casi añoramos una tecnocracia que sepa lo que se hace y un
gobierno austero que no dilapide recursos y tenga por práctica común machacar
al contribuyente para pagar mariscadas de sindicalistas, comisiones de tristes espabilados,
coches oficiales de paletillos con cargo público y administraciones faraónicas
autonomizadas… cuando, desde la perspectiva del presente, miramos esta cinta,
nos invade una indecible necesidad de bostezar.
La película nos cuenta la historia del orgullo hijo de un
empresario que, a principios de los 60, decide dar un golpe de timón a la
empresa familiar: la cementera se convertirá en una constructora. Y lo
consigue. Pero sufre un accidente y queda en silla de ruedas, amnésico absoluto.
La familia está interesada en que recupere la memoria, en especial porque es él
quién conoce el número de cuenta en Suiza donde están depositados las ganancias
de la compañía. Para ello, el padre le monta una serie de “psicodramas”, esto
es, escenificaciones de episodios de su vida pasada, con la esperanza de que le
ayudará a recordar. Reconstruirá las peleas entre su padre y su madre, lo que
ocurrió durante su primera comunión el día en que instauró -a las bravas- la
República. Llamará incluso a su amante. Y parecerá, incluso, que mejore algo
(logrará recordar un discurso pronunciado el año anterior ante el consejo de
administración), pero no hay nada que hacer. La situación no tiene remedio.
La película empieza con los rótulos: lo que vamos a ver es “El
jardín de las delicias”, título de un cuatro firmado por Hieronimus Bosco que,
simplemente, a Saura, la hizo gracia y le llamó la atención. El cuadro tiene
poco -o nada- que ver con el contenido de la cinta, pero es una prerrogativa
del director elegir título. En cuanto al final, remite a una frase de Juan March,
el chueta mallorquín para unos, “último pirata del Mediterráneo” para otros,
amigo de las derechas, financiador -en parte- de la insurrección de junio de
1936, y, en cualquier caso, hombre de negocios, financiero y especulador. En
cierta ocasión le preguntaron a March que temía más y vino a decir algo así
como “perder la cabeza”. Prefería estar postrado en una silla a ver mermadas
sus facultades mentales. Lo comprendemos perfectamente. Con esa referencia se
cierra la película.
¿Lo más genial de la cinta? Casi lo único genial es las
actuaciones del “padre”, Francisco Pierrá, y del “hijo”, José Luis López
Vázquez. Aparece Geraldine Chaplin apenas unos segundos, lo suficiente como
para que figure en el reparto a pesar de que no dice una palabra. Luchy Soto,
Lina Canalejas, Charo Soriano, demuestran su valía en papeles secundarios. Así
mismo, vemos algunos nombres del cine de postguerra. Si en lugar de López
Vázquez, se hubiera elegido a otro protagonista, la película, hubiera sido,
incluso en su momento, completamente infumable. Saura vio que el actor lograba
una expresión entre alucinada y bobalicona, fuera del mundo, inconsciente de sí
mismo, en Peppermint Frappé y, con muy buen criterio, optó por él
para protagonizar la cinta: lo único que debería hacer era acentuar esa
sensación de “ausencia” que ya había mostrado en algunas escenas de aquella
cinta.
Peor la película ha soportado mal el paso del tiempo: todo lo que vemos en ella parece extremadamente lejano, irrelevante, inexplicable para las nuevas generaciones y comprensible solo para los progres de entonces (que todavía debe quedar alguno). Freud ha muerto, lo onírico es el metaverso que se aproxima, la crítica al franquismo hoy sería como criticar el gobierno de Carlos II, cuando después hemos visto como pasaban por el poder mangantes, absolutos inútiles, émulos de Alicia y de Bambi, cuervos que corrían al paso con Bush, doctores Frankenstein de baratillo y todo eso multiplicado por diecisiete autonomías… Si quiere sufrir tortícolis, vea esta cinta.
Otros enlaces:
El
cuerpo humano como símbolo en El Jardín de las Delicias: el tríptico de El
Bosco y la película de Carlos Saura – Raquel Segovia
Otras
miradas de Carlos Saura – Biografía profesional – Asier Mensuro
Carlos
Saura y el Nuevo Cine Español – J.L. Sánchez Noriega
“El
jardín de las delicias” – Crítica de Tele|Expres -. Félix Fanes
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