LA CAZA (1966) – Antonio Saura – La enloquecida caza del conejo montaraz

Fue la gran película de Carlos Saura: un éxito de crítica y un resultado comercial mediocre. No gusto mucho al público. Y, sin embargo, es su mejor película, bastante mejor que las del ciclo que se abrió a continuación teniendo como musa a Geraldine Chaplin y superior a sus dos primeros ensayos cinematográficos. Sin embargo, vista hoy, algo en ella parece sobrevalorado, mitificado. Buena, sobre todo por la fotografía y las actuaciones; pero no excesiva.

 

FICHA

TITULO: La Caza

AÑO: 1966

DURACIÓN:  93 minutos

DIRECTOR: Carlos Saura

GÉNERO: Drama

ARGUMENTO: Tres amigos y un joven familiar de uno de ellos, van a pasar un día en el coto de caza propiedad de uno de ellos. Los tres tienen personalidades muy diferentes y las fricciones aparecen pronto. El aislamiento, los problemas de calor, la desesperación de uno, la prepotencia de otro, la indiferencia alcohólica del tercero, terminarán estallando en una tragedia.

ACTORES: Ismael Merlo, Alfredo Mayo, José María Prada, Emilio Gutiérrez Caba, Violeta García, Fernando Sánchez Polack, Violeta García, María Sánchez Aroca

 

CLIPS

CLIP 1 – TRES AMIGOS, TRES SITUACIONES Y UN AUSENTE


CLIP 2 – UNA DE LAS POCAS ALUSIONES A LA GUERRA CIVIL


CLIP 3 – LA CAZA DEL CONEJO: UNO DE LOS POCOS DIÁLOGOS INTENSOS DE LA CINTA


CLIP 4 – ARMANDO ARMAS


CLIP 5 – SACANDO PECHO TRAS PERSEGUIR CONEJOS


CLIP 6 – EL FETICHISMO SAURA-BUÑUELIANO DE CADA CINTA


CLIP 7 – ENSALADA DE TIROS FINAL


Carteles y programas

 

 

 

 


Cómo localizar la película

Puede verse en FILMIN: LA CAZA

Puede verse en FLIXOLÉ: LA CAZA

A través de eMule: LA CAZA

Comprar DVD: LA CAZA

 

Lo menos que puede decirse sobre LA CAZA

La Caza es la tercera película de Saura, después de Los Golfos (1960) y de Llanto por un bandido (1963). Fue su primera colaboración con el productor Elías Querejeta que se presto a financiar el 50% de la película, aportando el padre de Saura el otro 50%. Esa endeblez del presupuesto quizás fue lo que condicionó la película: la falta de medios obligó a realizar un trabajo de fotografía excelente y la propia producción animó a los actores a liquidar el trabajo, en pocos días, bordando interpretaciones excepcionales; todo para que aquel infierno en el que se habían embarcado terminara lo antes posible. Hay poco maquillaje, casi nada de atrezzo (salvo un maniquí destartalado, un Land Rover Santana fabricado en Sevilla gracias al “desarrollismo”, un minibar portátil bien provisto y el armamento del que hacen gala los cuatro protagonistas). La película hubiera sido perfecta de haberse trabajado más el guion; las frases de algunos de los personajes y de ciertos tramos resultan excesivamente planas e irrelevantes. Las imágenes lo dicen casi todo, pero ese “casi” es lo que media entre un guion genial y un buen guion a secas.

La película fue un éxito de crítica, pero el público no la siguió (y no somos nosotros quienes lo decimos, sino los tertulianos de José Luis Garcia que, en su momento, trataron la cinta). La pasearon por los grandes festivales internacionales y, nuevamente, el éxito acompañó. Saura se congratula de que Passolini le felicitara, pero, cuando volvió a España y, a pesar de que la revista Triunfo y otros portaestandartes de la “izquierda caviar” volvieran a cubrirla de alabanzas, el público tampoco acudió masivamente a verla. Yo no la pude ver -por edad- en la época, pero recuerdo que mis padres la eligieron para una tarde de sábado. Volvieron y aquel día se habló en casa de si pasaríamos el verano en Sitges o en San Julián. No les causó una particular impresión, vamos.

Ahora, al volver a verla para realizar estos apuntes, he sentido una extraña sensación: por una parte, la certidumbre de que es, con mucho, la mejor película de Saura (y que, en los cinco años que median desde la filmación de Los Golfos, había aprendido bien el oficio cinematográfico y meditado cómo podía hacerse un hueco en el panorama filmográfico español. Por otra parte, al leer las críticas y buena parte de lo que se ha escrito sobre ella, me da la sensación de que hemos visto dos películas diferentes.

Verán: La Caza es la historia de tres adultos que, en otro tiempo, fueron amigos, pero que la vida ha separado hasta hacer irreconciliables sus diferencias. Cada uno tiene un carácter diferente: “Luis” (José María Prada), es sumiso, alcohólico, el más débil de los tres, pero, al mismo tiempo, el más cultivado, pesimista, lector empedernido de ciencia ficción, no tiene esperanzas en el futuro de la humanidad; las mejores frases de la cinta salen de sus labios; “José” (Ismael Merlo), por su parte, es un individuo que se no ha dado cuenta de que ha ido envejeciendo, ha malbaratado su matrimonio por una chica joven, ahora tiene necesidades económicas; es el propietario del coto de caza en el que están y ha invitado a los otros dos para pedir dinero al tercer amigo, “Paco” (Alfredo Mayo). Éste es un empresario de éxito, un zorro para los negocios, trabajador, prepotente, hecho a sí mismo, autoritario, displicente e iracundo. Con ellos va el cuñado de “Paco”, “Enrique” (Emilio Gutiérrez Caba), está allí con un fusil y una pistola Luger propiedad de su padre, es la primera vez que acude a una cacería; es una personalidad en formación, casi un libro en blanco que pronto simpatiza con “Luis”. Y luego está “Arturo”, el amigo ausente que ya falleció… un verdadero enigma que se menciona aleatoriamente, pero al que el espectador no consigue central.

¿La mejor actuación? La de José María Prada. Así mismo, resulta curioso ver a dos protagonistas curtidos en el cine del “primer franquismo”, Alfredo Mayo e Ismael Merlo, con 25 años más.

El argumento es simple: sabemos solo unas cuantas pinceladas de sus vidas y de sus interrelaciones. El día a día les ha ido separando y ahora, de manera muy forzada, se encuentran juntos en el Land Rover Santana. Desde el principio se nota tirantez, los caracteres son muy diferentes especialmente los de “José” y “Paco”. El calor, la sequedad del cigarral, el sol abrasador, el sudor, la pólvora, el alcohol, todo ello contribuye a generar una atmósfera especial que la lente del director de fotografía, Luis Cuadrado, disecciona en cada toma (y constituye lo mejor de la película).

La tensión tiene dos hitos: cuando “José” y “Paco” se quedan solos y el primero le pide al segundo medio millón de pesetas, que el otro se niega a darle y hacia el tramo final, cuando “Paco” dispara tanto sobre los conejos que salen de la madriguera perseguidos por el hurón, como sobre el propio hurón, en una especie de orgía de sangre (la pólvora, que siempre embriaga y vuelve loco). “Paco” es de los que nunca dan marcha atrás y no se arrepienten de lo hecho, más aún, procuran que aumenten las tensiones. Y así se llega a los tres minutos finales, cuando “José” dispara sobre “Paco” y “Luis” (al que “Paco” acaba de prometerle un puesto de trabajo) carga contra “José” con el Land Rover Santana, recibiendo un tiro de éste, que lo dejará malherido, pero con fuerza suficiente para vaciar su rifle del 22 y matarlo, tras lo cual, él, a su vez, morirá. El joven “Enrique”, llega tarde, observa el destrozo y huye de allí, cerrándose la película con la escena. Ya lo había dicho al comienzo de la película el propio “Luis”: “La caza más excitante es la del hombre”.

La película ha sido definida como “western” por algunos (Sam Peckimpah quien reconoció que su estética le inspiró), pero no es un “western”, salvo por el entorno desolado en el que transcurre. Es, con mucha más propiedad, un drama psicológico. Hay que desmitificar también aquello de que se trate de un “metáfora de la guerra civil” en la que los “vencedores” están presentados por los tres cazadores veteranos, los “vencidos” por el guarda del coto (Fernando Sánchez Polack) y las nuevas generaciones, hijos de unos y de otros, encarnados por Gutiérrez Caba y por la hija del guarda. No existe ni una sola alusión “política”, ni de cerca ni de lejos, a la guerra civil. Es como cuando en La Madriguera, la crítica afirma que se trata de una película que ”denuncia a la tecnocracia”, por el simple hecho de que el protagonista es directivo de una fábrica de coches. Las alusiones a la guerra civil, se limitan a un par de comentarios asépticos sobre la zona en la que están como escenario de alguna batalla y al cadáver de un soldado que “José”, por algún motivo esotérico, tiene oculto. Pero no hay alusiones explícitas a la guerra civil y ver la cinta como relacionada con el conflicto es algo que se escapa al público. 

Así mismo, cuando, habitualmente se dice que los tres protagonistas pertenecen al “bando de los vencedores”, también es algo aventurado: por lo mismo, podrían haber pertenecido al otro bando. O a ninguno. La crítica “progre” de la época quiso ver esa “metáfora de la guerra civil” y Saura les dejó hacer. A fin de cuentas, en aquel momento, el único frente en el que la izquierda podía decir algo en aquel momento era en el terreno cultural y una parte sustancial de personas que se movían en la industria española del cine, ya se manifestaban como “progres irredentos”. Lo que dijeran iba, literalmente, “a misa”. Saura lo sabía y no se opuso a cuantas interpretaciones de ese tipo fueron surgiendo. Es más, las incorporó sistemáticamente a su discurso y la película, que había sido hecha con una intencionalidad  concreta (acaso demostrar a donde pueden llegar tensiones psicológicas no resueltas), se convirtió en quintaesencia del "cine antifranquista".

La película es irregular en su desarrollo: hay altibajos. Solamente algunos fragmentos de diálogos aportan algo para el conocimiento de los personajes. El director da por sentado que -después de la conversación inicial que tiene lugar en un bar de carretera- sabemos lo esencial sobre las circunstancias de cada personaje. Y lo que existe es un gran vacío: no sabemos, ni como empezaron a distanciarse, ni por qué se conocen, ni que ha ocurrido entre ellos, ni siquiera porque el cuarto amigo muerto optó por la vía del suicidio.

Lo que luego serán obsesiones fetichistas de Saura, especialmente el voyerismo, están presentes en esta cinta, solo que algo más contenidas en relación a las cintas que seguirán en donde pasarán a ocupar un lugar central: el joven “Enrique” mira, desde lejos con los prismáticos, cómo se baña en una tinaja, “Carmen”, la hija del guarda del coto. Eso es todo. Pero el voyerismo es algo que acompañará a Saura en los siguientes 15 años, especialmente mientras dure su relación con Geraldine Chaplin.

Las críticas contra la película derivaron de que la tensión in crescendo que lleva al drama final, no es lineal: desde los primeros 20 minutos puede intuirse lo que ocurrirá después. No hay sorpresa en el desenlace, incluso el desenlace podría haber ocurrido a la media hora de película, en cualquiera de las discusiones que los muy abruptos “José” y “Paco” habían abierto, o en “Luis”, harto de comentarios despectivos, humillaciones y ninguneos. De hecho, el final es demasiado atropellado, hubiera merecido algo más de coherencia: uno mata al otro y los dos que quedan se matan entre sí... poco asumible. Entre eso y la pobreza de buena parte de los diálogos, no es raro que la película no gustara excesivamente al público español.

Pero en Europa corrían los vientos de la “nouvelle vague”, del “free cinema” británico y del “indi” norteamericano. Y eso obligaba a que en España existiera algo parecido. Saura lo entendió y ocupó ese espacio “innovador” que caminaba intelectualmente junto al teatro de Sartre (hay algo de A puerta cerrada en La Caza, en donde el francés establece que “el infierno son los otros”) y de las reflexiones de Albert Camus sobre “el absurdo”. Hay también alguna influencia surrealista de Buñuel (Saura quería enlazar con un histórico del cine español y situarse a su sombra y cobijo, algo que será todavía más evidente en las películas siguientes), en la escena del maniquí femenino o del cadáver del soldado escondido, o en las escenas de descuartizamiento o despellejamiento de animales… 

Pero, de la misma forma que no es un “western”, tampoco es una película “surrealista”. Es, simplemente, un drama en el que Saura muestra una personalidad completamente diferente a otros directores de la época. Porque, guste o no guste su cine, lo que no puede dejar de reconocerse es que, al menos en esa época, Saura es un punto y a parte y ha alcanzado un estilo propio.

 

Otros enlaces:

Presentación de la película en ¡Qué grande es el cine español! (29 de abril de 1996)

Una vuelta a nuestra memoria: La Caza de Carlos Saura – Elena Medina de La Viña

La Caza de Carlos Saura: un estudio – Guy H. Wood.









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