EL CRIMEN DE LA CALLE BORDADORES (1946) – Edgar Neville – Síntesis magistral de géneros

Es una de las mejores películas de la filmografía de Neville y, al mismo tiempo, de las más desconocidas. Nos muestra un Madrid de Arniches, con majos, chulapos, manolos y chisperos, posgoyescos. El Madrid castizo en una España negra, del que la ciudad era solo la quintaesencia. Y en medio de la ciudad, la calle Bordadores, con un crimen que parece una cosa y termina siendo otra. No es una película de detectives, es una cinta que empieza siendo un asesinato y termina como dramón.

 

FICHA

TITULO: El crimen de la calle Bordadores

AÑO: 1946

DURACIÓN: 93 minutos

DIRECTOR: Edgar Nevilla

GÉNERO: Hechos reales

ARGUMENTO: Una viuda de buena posición es encandilada por un chulapo que le promete casarse con ella, mientras le va sacando el dinero para un proyecto empresarial inexistente. Esta viuda tiene una asistenta que aparece desmayada poco después de salir al balcón pidiendo ayuda. La viuda ha sido asesinada y las sospechas recaen sobre el chulapo y una joven a la que éste había invitado fortuitamente una noche.

ACTORES: Manuel Luna, Mary Delgado, Antonia Plana, Julia Lajos, Rafael Calvo, Monique Thibaut, José Prada

 

CLIPS

CLIP 1 – GRITOS EN LA NOCHE


CLIP 2 – EL JUICIO PARALELO DE LA PRENSA (AYER COMO HOY)


CLIP 3 – Y ASÍ REPERCUTE EN LA SOCIEDAD…


CLIP 4 – “EL POLLO” VARELA, VIVIENDO A SALTO DE MATA


CLIP 5 – EN “LA BOMBILLA”, CHULAPOS Y MANOLAS CON “LA BILLETERA”


CLIP 6 – UNA ADVERTENCIA A TIEMPO (CASI DE UNA MADRE) PUEDE SALVAR UNA VIDA


CLIP 7 – QUE NO FALTE UNA ESCENA DE FINO EROTISMO



CLIP 8 – UNA CONFESION EXPONTÁNEA Y SINCERA...

 

Carteles y programas

 

 

 


Cómo localizar la película

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En FlixOlé: EL CRIMEN DE LA CALLE BORDADORES

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Lo menos que puede decirse sobre

¿Ocurrió verdaderamente un crimen en la calle Bordadores? ¿A qué género podemos adscribirlo? ¿Cómo insertarla en la obra de Edgar Neville? Antes de responder a todas estas cuestiones, vale la pena establecer un axioma indemostrable, pero no por ello menos cierto: es una película “total” imposible de inscribir en un género concreto y que contiene algo de todas las variedades cinematográficas posibles. Empecemos por esto.

Aparentemente, el título de la película es un punto y aparte en la producción de Neville: da la sensación de que se trata de un intriga criminal -y, efectivamente, es cierto que se produce un crimen-, también es unas película “judicial” en la medida en que buena parte se desarrolla ante el juzgado; encontramos también rastros de crítica social: tanto a las manías, prejuicios e inconsciencia de la burguesía, como a la actitud oportunista, miserable y rastrera de la prensa; veremos en 1946 lo que ya era “un juicio paralelo”. Neville salpicará su película con cucharadillas de fino humor. También se trata de una película castiza, del Madrid de las verbenas de barrio, de los chulos acalambrados y de las manolas seductoras y de finas líneas; testimonio, por tanto, de una época. Pero, a la vez, hay también varios números musicales: cante jondo y coplilla, que parecen interrumpir la película y, sin embargo, contribuyen a completar el cuadro atropológico y cultural en el que se desarrolla. En su construcción, es extremadamente novedosa: abundan los flashbacks inusuales todavía en aquella época. Y, por supuesto, es un drama sin paliativos, un producto de la “España negra”. Por último, es la crónica de un crimen que, efectivamente, ocurrió en Madrid en la época en la que se sitúa la trama, a pocos metros de la calle Bordadores, fue el famoso crimen de la calle Fuencarral que vertió ríos de tinta en la época y en el que se vio implicado José Millán Astray, director de la prisión Modelo de Madrid y padre del fundador de la Legión Española. Galdós ya se había preocupado por este crimen que aparece en sus Obras Inéditas y que, finalmente, fue llevado al cine en 1985 por Angelino Fons, dentro de la serie La huella del crimen.

¿Qué hay de real en la película de Neville? El 2 de julio de 1888 en el número 109 de a calle Fuencarral, cerca de la Glorieta de Bilbao, apareció el cadáver de una mujer cubierta con trapos mojados en petróleo y ardiendo. En otra habitación, la sirvienta dormía como efecto de un narcótico. La sirvienta acusó al hijo de la víctima, “El Pollo Varela”, un tipo bohemio, pero que en ese momento estaba ingresado en la cárcel modelo. La versión que dio la sirvienta era extraña y plagada de contradicciones, la varió en distintas ocasiones y no pudo evitar que las sospechas recayeran sobre ella. En las investigaciones apareció la figura de una mujer, “Lola la Billetera”, con la que la sirvienta mantenía una estrecha amistad. De ahí que “Lola” pasara a ser considerada como cómplice del crimen. La prensa aireó que, a pesar de que “El Pollo” estuviera encarcelado, el director de la prisión Modelo de Madrid, padre de Millán Astray, le había dejado salir esa y otras noches, hecho que fue aireado por la prensa. El caso acaparó la información de los diarios y dividió al país entre partidarios de la criada y partidarios del “Pollo Varela”. La sentencia absolvió a este último (que sería luego condenado por otro asesinato) y a “la Billetera”, mientras que condenada a la sirvienta a ser ejecutada en el garrote.

Pues bien, de todo este material, que ocurrió realmente (y del que Galdós hace un resumen a partir de sus crónicas en La Prensa), Neville realiza una reinterpretación personal. Los personajes siguen apareciendo: “El Pollo Varela”, ahora interpretado por Manuel Luna, es una especie de gigoló que logra enamorar a, “Doña Mariana”, la viuda rica (Julia Lajos), ante el escepticismo y la hostilidad de la criada, “Petra” (Antonia Plana). “Lola la Billetera” sigue apareciendo, pero la amistad con la criada, está justificada porque, casualmente, ésta se entera de que es la hija que había perdido cuando debió irse a América de joven y solamente le dejó una medalla de oro. La figura de José Millán Astray no aparece en lugar alguno. Neville había leído todo el sumario y lo que se había publicado en el momento en el que sucedió el crimen y el juicio subsiguiente. Con todo el material elaboró una tesis propia en un lenguaje cinematográfico que, no necesariamente tiene que ser -ni pretende ser- la verdadera, sino una construcción personal, avalada por la documentación, que consideró como la más probable.

La viuda, encariñada por “El Pollo Varela”, le va dando dinero (ella dice que le compra acciones de una empresa que quiere construir el submarino de Isaac Peral), con la promesa de que éste se casará con ella, en el momento en el que la fábrica le permita un nivel de gastos adecuado a su condición de clase media alta. “Petra”, desde el principio, desconfía del “Pollo”, pero la viuda está, literalmente, cautivada por él. En un momento dado, “Petra” cuenta a su señora que, de joven tuvo un desliz del que nació una hija. Ella tuvo que irse a Argentina y dejó a la niña con su hermana, pero ésta murió y perdió el contacto con la niña. La hermana le contó que sus padres habían muerto en el hundimiento de un barco y solamente le había legado una medalla de oro. Estos datos constituirán la clave de todo el planteamiento realizado por Neville.

“El Pollo” opta por gastarse la última entrega que le ha realizado “doña Mariana”, con sus amigos, y dos chulapas que acompañan a estos. Falta una tercera y allí, en el garito donde se encuentran y escuchan un recital de cante jondo de El niño de Almadén, “El Pollo” conoce a “Lola la Billetera” (Mary Delgado), una chulapa que vende lotería. Los seis terminan en una verbena en la que, “La Billetera” canta una hermosa copla que llama la atención de “doña Mariana” y sus amigas que, casualmente, han ido a parar también allí. Cuando “Doña Mariana” ve al “Pollo” acompañado por la chica joven que canta, algo se remueve en su interior. La velada termina con una riña tumultuaria en la que participa “El Pollo” y sus amigos. Todos acaban en la prevención. Al llegar a casa “Doña Mariana”, redacta una denuncia contra “El Pollo” que la sirvienta lleva a comisaría, donde se encuentra con los detenidos en la verbena declarando. Oye la declaración de “La Billetera” y, bruscamente, se entera de que es la hija que perdió de joven (aquí se inicia la transformación de la película, de género negro a dramón).

Pero “El Pollo” no quiere soltar su presa y convence a “doña Mariana” que “la Billetera” no es nada para él y que la enviará con engaños a las Américas de donde jamás regresará. La criada escucha la conversación y quiere evitar que, la que ahora sabe que es su hija, sufra un recorrido parecido al que ella siguió de joven y arruinó su vida. Así que la alerta de los planes del “Pollo” y de sus amigos. Sin embargo, el odio de “doña Mariana” hacia “la Billetera” es tal que amenaza con ordenar al “Pollo” que hagan algo “definitivo”. Y es entonces cuando tiene lugar la pelea en el curso de la cual, la sirvienta golpea a su ama con una plancha. Será en el curso del juicio, cuando el juez amenace con procesar a su hija, cuando la sirvienta asumirá la responsabilidad del crimen a sabiendas de que le espera el garrote. “El Pollo”, por tanto, solo es culpable de ser un sinvergüenza.

La película, de todas formas, termina bien. O, al menos, relativamente bien. La sentencia es conmutada. “La Billetera” se casa con un “honrado cajista” y, a pesar de que jamás se enterará de que la sirvienta es su madre, iniciará una buena relación.

Si este es el argumento, el relato dice muy poco sobre cómo era la película y cómo la estructuró Neville. Obviamente, hay algo de naftalina en el film, pero ya estaba presente en el momento de su estreno: Neville reconstruyó el Madrid del último cuarto del siglo XIX, con sus gentes, sus calles, su oscuridad, sus recargadas viviendas burguesas. Es una cinta deliberadamente arcaizante: no es el Madrid de la postguerra, el que veremos, es el Madrid anterior a la pérdida de Cuba y Filipinas, que ya daba muestras de decadentismo. Ese clima esta reconstruido casi obsesivamente. La naftalina está ahí. Podemos olerla. Ha sido esparcida deliberadamente (a diferencia de La Verbena de la Paloma (1963) de Sáenz de Heredia, cuya trama se sitúa en la misma época, pero en la que casi todo parece más de postguerra. El empleo de flashbacks -inusuales en aquella época y que Neville manejaba a la perfección, cuanto más largos, mejor; véase por ejemplo La vida en un hilo- ayuda a la comprensión y al dinamismo de la película.

Neville se muestra hábil en el manejo de subterfugios cinematográficos. Descongestiona las escenas de mayor dramatismo, con pinceladas de humor (véase, por ejemplo, la escena en la que “la Billetera” declara ante los jueces como se desnudó, se puso el camisón y se fue a la cama, en donde hay más erotismo y humor que en el catálogo de cualquier streaming actual. O la inclusión de números musicales que rompen en fragmentos la película, solo para facilitar la comprensión de la misma.

El gran problema de la película en nuestros días es que precisa de una restauración total, especialmente en la banda sonora. Y es importante, no solamente, para la mejor comprensión de los diálogos -siempre ingeniosos- sino también por el carácter “semi-musical” que tiene la cinta. No se ha hecho y debería hacerse, no solamente porque pertenece a la historia del cine español, sino porque es una película, síntesis de géneros, como hemos dicho, y extraordinariamente innovadora que no tiene que envidiar ni al cine de Hitchcock, ni al género negro norteamericano.

Hoy más que nunca es preciso reivindicar a Neville y, por extensión, a toda la “otra” Generación del 27: los Mihura, los Jardiel Poncela, los Álvaro de la Iglesia. Eran tan conscientes, acaso más, de los problemas sociales de su tiempo, que la “generación oficial del 27”. Sólo que tenían un carácter que tendía a expresar esos problemas en clave de humor. En esta película, se refleja la España burguesa, adusta, estirada, inconsciente, en la figura de la viuda, mientras que la España humillada, desfavorecida, trabajadora y sufridora, está representado por la sirvienta que muestra un alto grado de sentido del honor: mata a su señora para evitar un mal mayor y la mata cuando esta ha dado muestras sobradas de ni siquiera poder ordenar su propia vida. No hace falta un tratado sobre lucha de clases o un libro de poemas depresivos para expresar esta realidad de dos Españas imposibles de soldar. Para que luego viniera Bardem en Salamanca y dijera que el cine español carecía de temática social… La “otra” Generación del 27 recordó a este país la necesidad de la risa, incluso en medio de las peores tragedias. Nos enseñó el valor curativo de una carcajada mesurada, sin estridencias, como acompañamiento permanente de lo humano. Neville, el primero de todos.

 

Otros enlaces:

Nuestro cine. Presentación de la película El crimen de la calle Bordadores. RTVE.









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