LA VIDA EN UN HILO (1945) – Así reíamos con Edgar Neville
Injustamente, esta película no ha pasado al top-ten de las comedias
elaboradas durante el franquismo, a pesar de tener un argumento extremadamente
original e irrepetible, una calidad interpretativa envidiable y un ingenio
insuperable en los argumentos. La vida en un hilo, se sitúa al mismo nivel (sino
superior) a Bienvenido Mister Marshall. Pero los “popes” de la crítica la han
relegado al olvido. Quizás porque Neville pensaba de manera diametralmente
diferente a donde ellos se sitúan.
FICHA
TITULO: La vida en un hilo
AÑO: 1945
DURACIÓN: 92 minutos
DIRECTOR: Edgar Neville
GÉNERO: Comedia
SUBGÉNERO: Romance
ARGUMENTO: Una mujer que acaba de
enviudar emprende el viaje a Madrid, en el tren encuentra a una “vidente”
especializada en encontrar el momento en el que una vida se tuerce y, de haber
elegido otra opción, predecir cómo hubiera sido la vida de la otra persona. La
protagonista que decidió casarse con alguien aburrido y convencional, ve lo que
hubiera sido su vida de haber elegido la otra opción en lo que, aparentemente,
era sólo un momento intrascendente de su vida.
ACTORES: Conchita Montes, Rafael
Durán, Guillermo Marín, Julia Lajos, María Brú, Alicia Romay, Eloísa Muro,
Juana Mansó, Julia Pachelo, Joaquina Maroto, María Saco, Joaquín Roa, Manuel
París
CLIPS
CLIP 1 – LA VIDENTE DEL PASADO QUE NO HA OCURRIDO
CLIP 2 – EL PASADO TAL COMO PUDO SER
CLIP 4 – UNA MALA ELECCCIÓN
CLIP 5 – EL ODIOSO ENCANTO DE LA BURGUESIA
CLIP 6 – ESTÁ BIEN LO QUE TERMINA BIEN
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A través de eMule, puede localizarse en el siguiente LINK: LA
VIDA EN UN HILO
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Lo menos que puede
decirse sobre LA VIDA EN UN HILO
Después de ver esta película, uno se pregunta por qué se trata de
una cinta olvidada y solo recordada por muy contados especialistas en el cine. De
haberse rodado en Hollywood por directores, al estilo de Billy Wilder, esta
cinta figuraría entre las mejores de la historia del cine. Pero Edgar Neville,
su guionista y director, a pesar de los tímidos intentos de recuperación, sigue
siendo hoy, un maldito: ya se sabe, rodó Frente
de Madrid y espió para Franco desde la embajada republicana en
Londres. Es, pues, un maldito.
Neville, inspirado por su musa, Conchita Montes, había escrito el
libreto para una obra teatral (que, finalmente, se estrenaría en 1959), pero, decidió
hacer una versión cinematográfica. Y fue un éxito, hasta tal punto que es la
única obra de teatro que el popular programa Estudio 1 de TVE llevó en dos
ocasiones a la pequeña pantalla, en 1967 (con Fernando Guillén, Elisa Ramírez,
Antonio Ozores, Agustín Gonzáles y Lola Lemos) y, de nuevo en 1973 (con Gemma Cuervo,
Fernando Guillén, Manolo Codeno, Mariano Ozores y Aurora Redondo).
La película (y la subsiguiente obra de teatro) nos muestra a una
mujer, Mercedes que acaba de enviudar (luego veremos el motivo) y emprende en
tren un viaje de regreso a “su Madrid”. En el compartimento conoce a una “adivina”
circense que le confiesa que su habilidad real no es averiguar el “futuro” de
los que acuden a ella, sino el “pasado”, esto es, el momento crucial de una
vida en la que una decisión condiciona definitivamente todo lo que ocurrirá
después. Mercedes se interesa por este planteamiento y deja que la adivina sitúa
el punto en el que su vida tomó una bifurcación errónea, al salir de una
floristería. Fuera llovía y dos hombres se ofrecieron a acompañarla a su casa.
Rechazó al primero (Miguel Ángel) y se fue con el segundo (Ramón) con el que
terminaría casándose. Pero, ¿qué hubiera ocurrido de haber aceptado la invitación
de Miguel Ángel? Y la adivina le cuenta que su vida hubiera sido mucho más alegre,
feliz, original y estimulante que los años que pasó con un ingeniero de
caminos, canales y puertos obsesionado por la construcción de puentes, sin
gracia, ni habilidades sociales y que, para colmo, tenía todos los pequeños
defectos que oscurecían cada día de su vida. Hasta que un día el ingeniero, oyó
la bondad de abrir las ventanas en la noche para respirar mejor y, poco
después, Ramón R.I.P., se lo llevó una pulmonía. Después de conocer cómo hubiera
sido la vida con Miguel Ángel, Mercedes, se despide de la vidente, baja del
tren y en varios momentos se cruza con Miguel Ángel, cruzan juntos la calle, el
espectador desea que se hablen, que se saluden, que se conozcan, que sean
felices, en una palabra. Durante cinco minutos parece que ese amor va a ser
imposible y que resulta imposible rectificar el pasado. Pero, finalmente, ella
se da cuenta de que esa persona a la que ha vuelto a rechazar acompañar en taxi,
es el hombre de su vida. Está bien, lo que termina bien.
Un argumento así podría ser una catástrofe poco creíble. Como
siempre, todo depende de los “detalles”. Y Neville (guionista, director y
productor de la obra) se centra especialmente en los detalles, cada frase está
estudiada para suscitar una sonrisa (no una carcajada, sino una reacción
mesurada, no un ataque de hilaridad, sino una suave sensación de satisfacción
por el ingenio que destilan las situaciones y por el buen momento que estamos
pasando. Es un argumento muy trabajado y, seguramente, mejorado en el mismo
momento de la filmación (no en vano, Conchita Montes, colaboradora de revista
de humor, La Codorniz, al igual que Neville mientras vivió, tenía a gala
un sentido del humor insuperable).
Nos equivocaríamos si considerásemos que La Vida en un Hilo es,
simplemente, una comedia frívola. Hay en ella mucho de crítica social. Hoy,
cuando películas como El discreto encanto de la burguesía (1972) siguen
mitificadas sólo porque fueron el producto de la mente de Buñuel, pero hacen
poco honor a su título, La Vida en un Hilo, es un alegato antiburgués. En
1945, cuando se rodó, Neville, que había asumido los ideales falangistas, consideraba
que España precisaba una “revolución social”, entendiendo por tal, una
superación de la lucha de clases y la formación de un nuevo modelo de sociedad,
sin el cual, la “revolución nacional” hubiera sido solamente un simulacro
retórico y sin futuro. Neville retrata, tanto en la figura de Ramón, como en su
familia, los lastres de una sociedad burguesa y provinciana, estirada y poco
caritativa por mucho que se diera golpes en el pecho. Y esta denuncia a la
condición ideológica del a burguesía la realiza sin estridencias, ni procacidades,
sin los recursos escatológicos que proliferan en la película de Buñuel. Este
quizás es el aspecto más interesante de la vida en un hilo, después,
naturalmente, de la originalidad del planteamiento y de sus frases medidas con
precisión para lograr el efecto hilarante esperado.
Los tres actores que constituyen las tres columnas de esta
película, fueron de los más representativos de la época franquista: a Guillermo
Marín (“Ramón”), lo volveremos a ver en La Torre de los Siete Jorobados
(1944), Rafael Durán (“Miguel Ángel”) participará en más de medio centenar de
cintas, con distintos registros y en cuanto a Conchita Montes, será inseparable
de Neville mientras vivió y estuvo presente en casi todas sus producciones. En
esta, se muestra, acaso, como más fascinante que nunca. Acompañará a Neville en
El Baile (1959), Mi Calle (1960), Cuento de
Hadas (1951), El último caballo (1950), El marqués
de Salamanca (1948), Nada (1947), Domingo de
Carnaval (1945), Café de París (1943), Correo de
Indias (1942), La muchacha de Moscú (1942) y Frente
de Madrid (1939).
La vida en un hilo conserva todavía su frescura y puede ser vista
por todos los aficionados al cine. Cambiarán el atrezo y el maquillaje,
cambiarán los vehículos y el paisaje de las ciudades, del blanco y negro
habremos pasado al color digital, pero hay algo que ha permanecido invariable desde
hace ochenta años, cuando se filmó esta cinta: las ganas de ver historias
gratificantes que nos hagan sonreír. Y eso, Neville lo sabía hacer a la
perfección.
Otros enlaces:
El libreto de la obra de teatro, La
vida en un hilo
Edgar Neville: Sainete,
intertextualidad y anclaje temporal, por
Francisco Javier Gómez Tarín
El
camino inverso: del cine al teatro. La vida en un hilo de Edgar Neville y Mi
adorado Juan de Miguel Mihura, por Joanna
Bardzinska.
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