HISTORIAS DE LA TELEVISIÓN (1965) – La España del desarrollismo retratada
Diez años después de Historias de la Radio, José Luis Sáenz de
Heredia, consciente de los cambios que se habían producido en España, dirigió
esta nueva película que nos muestra a una España completa y radicalmente
diferente a la que había pintado en su anterior película. Ambas cintas pueden
ser consideradas como los reflejos de dos épocas distintas: “el primer
franquismo”, la época del subdesarrollo y del aislamiento internacional, y “el
segundo franquismo”, el momento de los Planes de Desarrollo, del turismo y del
cambio de costumbres que caracterizó a los años 60
FICHA
TITULO: Historias de la Televisión
AÑO: 1965
DURACIÓN: 109 minutos
DIRECTOR: José Luis Sáenz de Heredia
GÉNERO: Comedia
ARGUMENTO: Dos historias que
terminaron convergiendo: la de un habitual de los concursos televisivos que
quiere hacerse un hueco en el mundo de la publicidad para huir de su trabajo en
el Zoológico, y el de una muchacha de provincias que sueña con cantar en
Eurovisión y cuya canción es seleccionada para que la cante otro artista. Ambos
personajes terminan conociéndose y triunfando, eso sí, tras indecibles
penalidades y problemas.
ACTORES: Tony Leblanc, Concha
Velasco, José Luis López Vázquez, Antonio Garisa, Alfredo Landa, Gracita
Morales, Antonio Ozores, Rafaela Aparicio, José Calvo, José Alfayate, Manuel
Alexandre, José Luis Coll, Paco Morán, Luchy Soto, Guadalupe Muñoz Sampedro,
Margot Cottens, Erasmo Pascual, José María Caffarel, José Luis Uribarri, Jesús
Guzmán, José Sepúlveda, Luis Varela, Luis Aguilé, Josefina Serratosa, Fernando
Sancho, Tomás Blanco
CLIPS
CLIP 1 – UNA NUEVA PRESENCIA EN LOS TERRADOS DE ESPAÑA: LA ANTENA DE TV
CLIP 2 – UN HABITUAL DE LOS CONCURSOS TELEVISIVOS
CLIP 3 – ASI IRRUMPIÓ EL POP EN LA ESPAÑA DEL DESARROLLISMO
CLIP 4 – LA QUINIELA, POSIBILIDAD SEMANAL DE REALIZACIÓN DEL "SUEÑO ESPAÑOL"
CLIP 5 – GANARÁS, PERO NO SERÁS FAMOSO
CLIP 6 – ESTÁ BIEN, TODO LO QUE TERMINA BIEN
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A través de eMule mediante el siguiente enlace: HISTORIAS
DE LA TELEVISIÓN
O con HTML: <a
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LA TELEVISIÓN
Lo menos que puede
decirse sobre HISTORIAS DE LA TELEVISION
Uno de los directores más aclamados durante el período franquista,
fue José Luis Sáenz de Heredia. A él se deben películas tan representativas de
aquella época como Raza (en sus dos versiones, la de 1942 y la de 1950),
Franco ese hombre, realizada en la conmemoración de los 25 años de paz
(1964). Pero no son estas cintas sobre las que nos vamos a detener en este
momento, sino en otras dos, mucho menos conocidas y sobre las que los críticos
apenas hacen mención. Cabe decir que Sáenz de Heredia, primo hermano de José
Antonio Primo de Rivera, militaba en Falange Española. Al estallar la guerra
civil, quedó aislado en Madrid, fue detenido por los socialistas e internado en
una Cheka custodiada por la UGT. Salvó la vida gracias a su amigo Luis Buñuel
que movilizó a los trabajadores de los estudios Roptence que intercedieron
en favor de su liberación[1].
Pero no es, ni la biografía del director, ni sus grandes
superproducciones, lo que nos interesa ahora, sino dos de sus películas
menores, de presupuesto más ajustado que, sin embargo, tuvieron un éxito
extraordinario entre la audiencia. Nos referimos a Historias de la Radio
(1955) y a Historias de la Televisión (1965). Realizadas con una
diferencia de apenas 10 años, las dos películas muestran claramente como el
“adaptacionismo” de Franco estuvo también presente en la cinematografía
española de la época. Tienen, además, la ventaja de proporcionarnos una visión
privilegiada, desde el punto de vista costumbrista, sobre las dos grandes
épocas en las que algunos han dividido el ciclo franquista.
En efecto, la película Historias de la Radio nos remite a
una España todavía en blanco y negro, gris, patética en algunos extremos,
recién salida del racionamiento y que se parece mucho más a la España de la
preguerra que al país que reflejará la segunda película, Historias de la
Televisión. Ésta nos pinta una España en desarrollo, que mira al futuro. Si
en la primera abundan las tonadillas y el flamenco, en la segunda irrumpe la
música ligera, incluso en lenguas extranjeras, el rock, que mira al turismo con
curiosidad y, también, como una esperanza económica. La radio y la televisión
pueden ser consideradas como el paradigma de la “vieja” y de la “nueva” España.
La radio era, hasta los años 50, el medio de comunicación más popular. Se oía
en cada hogar y a todas horas. Las radionovelas, los consultorios
sentimentales, los concursos, las canciones dedicadas, las entrevistas, los
anuncios, eran seguidos por todos los grupos sociales del país. Existía la
emisora estatal, Radio Nacional de España, también emisoras vinculadas al
Movimiento como Radio Juventud y, por supuesto, emisoras privadas, herederas de
las antiguas emisoras que subsistían de la época republicana.
Es cierto que existían unas normas tácitas que se mantuvieron hasta
finales de los años 60: a primera y a última hora, Radio Nacional retransmitía
orientaciones piadosas del Padre Venancio Marcos (1907-1978). En 1934 se
incorporó a Falange Española, una opción que no correspondía con la de la
Conferencia Episcopal que apoyaba, sin reservas, a la CEDA. Como sanción fue
enviado a Francia. Detenido durante la guerra civil, consiguió fugarse gracias
a la complicidad de uno de sus carceleros. Luego, al acabar el conflicto, fue
destinado a la Comunidad de Diego de León, de Madrid, en donde siguió hasta su
muerte. A partir de 1944 y durante casi
treinta años, emitió charlas de orientación religiosa en distintas emisoras de
radio (entre ellas Radio Madrid de la SER) llegando incluso a los 5.000.000 de
oyentes durante la media hora que duraba el programa. Luego pasó a Radio
Nacional de España con el programa titulado El alma se serena. Mantuvo
el sentir falangista durante toda su vida y fue secretario nacional de la
Hermandad Sacerdotal. Además de rígidas normas de recato moral, corrección en
el lenguaje y difusión de valores cristianos, durante la Semana Santa, las
radios españolas se abstenían de emitir música ligera y aumentaban la
programación sobre temática religiosa.
Luego, todo esto cambio con la televisión. Las charlas del padre
Jesús Urteaga, significativamente miembro del Opus Dei, conocido como “el cura
de la tele”, comenzaron en 1960 (en el programa El día del Señor), poco
después se hizo cargo de un programa dedicado a los jóvenes (Sólo para
menores de 16 años) que permaneció en antena hasta finales de 1966. En
1970, volvió a la televisión con otro programa, Habla contigo Jesús Urteaga.
Escribió varias obras que hoy son regularmente reeditadas todavía por ediciones
Rialp. En los años sesenta, el minutaje de programas católicos presentes en
televisión era bastante menor al que se había dado en la radio en la década
anterior. Así mismo, a medida que avanzaba la década y España entraba en
niveles cada vez mayores de desarrollo, especialmente tras el cierre del
Concilio Vaticano II (1962-1965), se fueron relajando las restricciones en
Semana Santa y, si bien es cierto, que TVE continuó modificando su programación
en Semana Santa y dando un sitial preferencial a películas de carácter
religioso, documentales sobre temas piadosos y debates sobre la vida de Cristo,
era evidente que la televisión pública -la única existente en la época- había
disminuido la carga católica de sus programas, si bien mantuvo hasta el último
momento, restricciones en el lenguaje y en la moralidad.
El falangista radiofónico, Padre Venancio Marcos, y el “cura de la
tele”, el opusdeista, Padre Jesús Urteaga, podían ser considerados, tanto como
los medios en los que transmitían sus mensajes, como los dos paradigmas de dos
épocas distintas dentro del mismo régimen.
En la película Historias de la Televisión, después de una
larga introducción, se cuentan dos historias que terminan convergiendo: la
primera, protagonizada por Tony Leblanc, retrata los primeros concursos de
televisión. Pero los personajes que aparecen pertenecen a la picaresca, no a
estratos necesitados del país como en Historias de la Radio. En la
segunda historia, Concha Velasco, “Katty”, tiene un grupo musical, y su
canción, Una chica ye-ye, ha sido elegida para ser cantada en el
festival de Eurovisión, pero por otro cantante (Luis Aguilé). Sin embargo
“Katty” se empeña en defender ella misma su canción y para eso recurre a
distintas artimañas. Y esta historia marca otra diferencia importante. Si en
las Historias de la Radio, toda la música que aparecía eran canciones
españolas, con flamencos y tonadilleras, en la segunda película, el eje musical
se desplaza hacia la música ligera, rock y el pop de la época,
incluso el conjunto de la protagonista tiene un nombre inglés, algo impensable
una década antes. Los protagonistas de las dos historias, Tony Leblanc y Concha
Velasco terminan coincidiendo en otro programa de televisión, sintonizan y
surge entre ellos, la chispa del amor a ritmo de rock. Algo ha cambiado
en España entre las dos épocas.
A principios de los años 50, todavía se vivía la resaca del
aislamiento internacional y de la autarquía forzada. Esto implicaba que la
música radiada era genuinamente “española”: la canción ligera francesa o
ingresa estaban, no proscritas, pero sí inalcanzables (por el coste de los
derechos de emisión). Además, la población tampoco deparaba excesivo interés
para unas canciones en lenguas que no entendía. En el tránsito de los años
cincuenta a los sesenta, este elemento se fue diluyendo: las necesidades que
implica la nueva industria turística, obligan a superar las reservas hacia los
idiomas extranjeros. El auge económico implica que, ahora sí, empiezan a
emitirse música ligera en lenguas foráneas: rock, pop, country, folk,
melódica. Los tiempos en las que las tonadilleras y las coreografías flamencas,
la canción popular española y las canciones surrealistas en castellano (el Rascayú
y demás) de la postguerra, habían quedado atrás. Por eso, la banda sonora de
ambas películas refuerza el tránsito de la España de la postguerra a la España
del desarrollismo.
En Historias de la Radio, se cuentan tres historias
independientes. Las tres encierran cierto grado de patetismo y de dramatismo.
En la primera, un atrabiliario inventor de medio pelo, Tony Isbert, intenta
patentar un pistón de su invención, pero carece de dinero. Se fija en que los
concursos de radio, ofrecen recompensas que le permitirían convertir su sueño
en realidad. Así que decide participar en un concurso dirigido por el locutor
Bobby Deglané: recibirá cinco mil pesetas quien llegue antes a la emisora
vestido de esquimal. En la segunda historia, el patetismo no es menor: un
ladrón (Ángel de Andrés) ha penetrado en un domicilio, suena el teléfono y
decide responder, se trata de un concurso radiofónico. Luego tratará de
negociar el premio con el propietario de la casa. La tercera, supera todavía
más, en dramatismo a las dos anteriores: un niño de un pueblo pequeño, precisa
ser tratado médicamente en Suecia al verse aquejado de una enfermedad
incurable. Los vecinos hacen una colecta, pero falta todavía dinero y el
maestro del pueblo decide ir al concurso para completar lo que falta.
La comicidad de los actores que protagonizan las tres historias,
no evitar que el denominador común sea un elemento dramático y agridulce. Las
tres historias son, en cualquier caso, moralizantes, pero, sobre todo, retratan
la vida de España en los años 50, hasta el punto de que ha sido considerada
-con evidente exageración- como la “mejor película” del director, Sáenz de
Heredia. Lo que sí es cierto es que Historias de la Radio tuvo un éxito
muy superior a Historias de la Televisión, a pesar de que, en ambos
casos, muestra un cine costumbrista que refleja perfectamente la época,
incluidos los problemas sociales, especialmente en la primera: falta de ayudas
para la investigación científica (primera historia), que algunos tenían que
robar para poder sobrevivir (segunda historia), o el aislamiento y el olvido de
las poblaciones rurales a las que no llegaba ningún tipo de sanidad (tercera
historia). La película, casi podía ser considerada como un documental sobre la
España de la época o un producto que evidenciaba “inquietud social”. En ambas
películas, los protagonistas están sacados de la “España real”, no son
arquetipos improvisados, ni dramatizaciones forzadas. De hecho, si la primera
película es superior a la segunda es porque, los protagonistas están mucho
mejor definidos y responden más a las características sociológicas de la
postguerra; en Historia de la Televisión, sin embargo, hay algo
artificial e inverosímil en la historia protagonizada por Concha Velasco, que
quiere “saltar a la fama” y que lo consigue forzando excesivamente el guion y
recurriendo a artimañas de manipulación de masas a través de la prensa.
En la película de 1965, la televisión que no ha cumplido siquiera
una década, se ha convertido en el medio de comunicación más importante. Por
las noches, las familias reunidas, ya no tienen a la radio como fondo de sus
veladas: están ya atrapadas por una televisión de 625 líneas de definición, en
blanco y negro y canal único con apenas ocho horas de emisión al día. En la
introducción a la película se recuerda que, en 1965, un aparato de televisión
costaba 18.000 pesetas. Diez años antes, muy pocos hubieran podido dedicar ese
dinero a lo que, en el fondo, no era más que un electrodoméstico. En los años
sesenta, el parque de monitores de televisión creció exponencialmente. Era
frecuente que las clases trabajadoras los compraran firmando “letras” que los
comprometieran a dos años de pequeños pagos. Igualmente, nuestro pueblo pudo
motorizarse en la misma época comprando, por el mismo procedimiento, decenas de
miles de Seat 600.
En ambas películas existen una serie de puntos comunes: se critica
la falta de ética en los negocios, incluso la recaudación de impuestos, se
lanzan comentarios sobre la sociedad y el Estado y se refleja que la gente
tiene problemas y necesita dinero para sobrevivir y salir adelante, pero que no
hay que olvidar la ética, los valores y el sentido del honor, que planean
constantemente. En sí mismas, estas dos películas nos recuerdan que el cine
español realizado durante el franquismo, era un cine bienintencionado, próximo
a las necesidades y anhelos de la mayoría de la población. Nos enseñan mucho
sobre la sociedad de aquellos años: cómo era la publicidad y cómo se
transmitían los mensajes publicitarios.
Es significativo que, en Historias de la Televisión, la
figura del sacerdote haya desaparecido, un personaje que, sin embargo, está muy
presente en la película filmada diez años antes. Antes, en las Historias de
la radio, no solamente aparece la voz del Padre Venancio Marcos, sino que
se evidencia el respeto que recibe el cura del pueblo en el que reside el niño
enfermo. El año 1965 es el año en el que se cierra el Concilio Vaticano II. A
partir de entonces, la nueva política de la Iglesia consiste en desvincularse
de los Estados, incluso de los que se consideran católicos. La brecha que hasta
entonces no había existido con el franquismo (el cual encontraba su legitimidad
en la aprobación de Roma), solamente se manifestará en la segunda parte de los
años 60, pero Sáenz de Heredia se hace eco de las nuevas directrices y elimina
la presencia de religiosos en la cinta de 1965, aun manteniendo la ética y la
moral de la misma. En cambio, en la cinta de 1955, Sáenz de Heredia presenta a
un sacerdote de pueblo, interpretado por José Luis Ozores que, junto con el
maestro, el alcalde, el médico y el jefe de puesto de la Guardia Civil,
formaban las “fuerzas vivas” de cualquier pequeña localidad. Este cuadro rural
está presente en la última de las Historias de la Radio que nos recuerda
que la España de los años 50 era todavía un país rural en el que la mayor parte
de la población residía en el campo y vivía del sector primario.
En la primera película, la última historia parte de la periferia
rural y nos encarrila hacia el centro urbano; vemos y conocemos cómo se vivía
en comunidades aisladas a las que difícilmente llegaba un “coche de línea” una
vez al día, atravesando carreteras, habitualmente sin asfaltar y con trazados
endiablados y polvorientos. No hay, sin embargo, rastros de ruralismo en la
cinta de 1965. España ha dejado de ser una síntesis entre lo urbano y lo rural;
el campo ha perdido la partida: ha desaparecido. Esto podía intuirse en las Historias
de la Radio que, en el primer relato nos obsequia con un desplazamiento por
el Madrid de 1955: veremos el Estadio Bernabeu en construcción, o cómo eran los
barrios de Madrid que recorre Pepe Isbert hasta llegar en taxis a la emisora de
radio disfrazado de esquimal. Esta película, como otras muchas que se filmaron
en la época, supone la posibilidad de recordar la fisonomía de las ciudades
españolas en los años cincuenta y nos permiten comprobar cómo han cambiado,
casi hasta hacerse irreconocibles.
No pueden establecerse en ambas películas ninguna conclusión
política. Pero también eso refleja la mentalidad del español medio de los años
50 y 60: para la mayoría de la población, la política era algo que, no
solamente, no interesaba, sino que además quedaba lejos. El propio Franco se
había declarado, sin cinismo, “apolítico”. Así lo contó José María Pemán: “Haga
usted como yo, que no me meto en política”. También su ayudante, Salgado
Araujo contó una frase convergente con esta. Y, Franco, en esto, no bromeaba:
la política, simplemente, no le interesaba, tras la Guerra Civil, trató de sacar
al país de su atraso secular y juzgó que la mejor forma para ello era un
gobierno autoritario, personal, y prolongado. Ya hemos señalado que las ideas
políticas de Franco eran sumarias. Estaba mucho más interesado por la religión
que por la política, al menos en el orden de sus convicciones personales. Es
cierto que era antimarxista y que desconfiaba del liberalismo del que le
molestaba el tufo masónico con el que había irrumpido en la historia. Tenía
convicciones conservadoras, que se manifestaron en las Leyes Fundamentales,
pero, más allá de eso, la política, simplemente, era algo que no tenía espacio
en su vida. Y esto es lo que traduce perfectamente, también, Sáenz de Heredia
en estas dos películas.
A diferencia de otras del mismo director -Raza (1942) o del
documental Franco ese hombre (1964)- la mayoría de sus casi cuarenta
producciones fueron apolíticas. No puede decirse que transfiriera a sus cintas
su ideario falangista, ni siquiera su franquismo, aunque siempre, eso sí,
mantuvo unas exigencias éticas y morales en sus cintas, siguió estando presente
en su producción las temáticas amables y ligeras, el costumbrismo, especialmente
en sus últimos años. En 1983, la Academia Española del Cine le honró con un
premio especial. Sus películas Mariona Rebull (1947), La mies es
mucha (1949), Don Juan (1950), Los ojos dejan huella (1952),
Historias de la radio (1955) y El grano de mostaza (1962),
recibirían premios a la dirección y al argumento en el momento de su estreno. Sáenz
de Heredia viviría hasta 1992. En 1987 reconoció sin ambages que “Mi mayor
satisfacción es haber trabajado con Franco”.
Otros enlaces:
La
historia televisada: una recapitulación sobre narrativas y estrategias
historiográficas – J.C. Rueda y otros
Historias
de la televisión: una película al servicio de la televisión – Andoni Iturbe
[1] Los datos sobre esta amistad y las circunstancias que llevaron a
que Buñuel consiguiera liberar a Sáenz de Heredia han sido resumidos en el
artículo “La amistad del exiliado y
republicano Buñuel con el cineasta oficial del franquismo, a pesar de Franco”,
Ismael Viana, ABC, 01/07/2019. Ambos se conocieron rodando en CIFESA
la película La hija de Juan Simón, protagonizada por el cantaor flamenco
Angelillo y en la que la bailaora Carmen Amaya hizo su debut. Sáenz de Heredia,
en los primeros días de la guerra civil, dormía en un banco público por miedo a
entrar en su casa y resultó, finalmente, detenido por un grupo socialista.
Buñuel fue al estudio Rotpence y consiguió que varios trabajadores le
acompañaran al lugar donde se hallaba detenido su amigo. El oficial al mando,
“un teniente tuerto, chusquero”, había cenado con Buñuel la noche anterior. Le
solicitó la liberación de su amigo con el aval de los trabajadores. Poco
después, Sáenz de Heredia huyó a Francia. Buñuel y él solamente volverían a
encontrarse en el festival de Cannes a principios de los años 50.
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