LA GUERRA DE DIOS (1953) – La película que se adelantó a su tiempo
Un sacerdote brillante recién salido del seminario, es destinado por su superior a un pequeño pueblo minero. Allí encuentra pocos apoyos, hostilidad y una guerra declarada entre los propietarios de la mina y los trabajadores. El sacerdote toma partido por estos en función de los preceptos evangélicos.
FICHA
TITULO: La Guerra de Dios
AÑO: 1953
DURACIÓN: 96 minutos
DIRECTOR: Rafael Gil
GÉNERO: Religión
SUBGENERO: Cine social
ARGUMENTO: Un sacerdote brillante recién salido del seminario, es
destinado por su superior a un pequeño pueblo minero. Allí encuentra pocos
apoyos, hostilidad y una guerra declarada entre los propietarios de la mina y
los trabajadores. El sacerdote toma partido por estos en función de los
preceptos evangélicos.
ACTORES: Claude Laydu, Francisco Rabal, José Marco Davó, Fernando
Sancho, María Eugenia Escrivá, Jaime Blanch, Gerard Tichy, Alberto Romea,
Carmen Rodríguez, Ricardo Calvo, Julia Caba Alba, Félix Dafauce, Juan José
Vidal
ENLACE
PARA DESCARGA A TRAVÉS DE EMULE
ed2k://|file|Gil,%20Rafael%20(1953)%20La%20guerra%20de%20dios.avi|877359104|2E752B2470411ED21DEA61D490DE1A83|h=CHIVZLEC6AFPPB55MNSHMW7JCRANFP7L|/
CLIPS
CLIP 1 – Luchas sociales
CLIP 2 – Diálogo entre el cura y el obispo
CLIP 3 – Frases en latín
CLIP 4 – Idea de superación de la lucha de clases
CLIP 5 – Conversación final entre el cura y el obispo
Lo menos que puede decirse sobre LA GUERRA DE DIOS
Es posible que la temática de esta película no sea del atractivo
de alguien no creyente y esté convencido de que va a ver una película de ese cine
que, despreciativamente, se llama “de estampitas”, máxime cuando fue estrenada
en los años del nacional-catolicismo. Otros la considerarán como una política
de “propaganda” de un régimen que aceptaba el calificativo de “católico” y eso
les baste, simplemente, para rechazarla. Y sin embargo, unos y otros se
equivocan. Basta ver el palmarés de la película para saber que se trata de un
producto de alta calidad, acaso una de las mejores películas que se rodaron en
su tiempo. No en vano obtuvo la Concha de Oro a la mejor película en el Festival
de San Sebastián de 1953 y la Concha de Plata al mejor director, Rafael Gil.
Pero, fuera de España, la película fue también reconocida en el Festival de
Venecia en donde obtuvo un gran éxito de crítica y el premio concedido por la
OCIC (Oficina Católica Internacional del Cine).
En los créditos iniciales aparece la figura de dos “asesores
religiosos”, uno de ellos con la categoría de “Monseñor” y el recordatorio de
la frase evangélica: “Yo no he venido para traer la paz sino la espada”. Estos
dos elementos pueden servir como paradigma de la cinta: vamos a ver una
película de inspiración católica pero beligerante. ¿Contra qué? Respuesta:
contra la injusticia social, contra la opresión de los ricos sobre los pobres y
contra la lucha de clases. A pesar de que nosotros mismos la hayamos calificado
como película de género “religioso”, es, más bien una muestra de “cine social”
y, en cualquier caso, no es una película solo para católicos. El protagonista
ofrece una solución evangélica a la lucha de clases y él mismo se comporta
siendo “valiente entre los déspotas y amable con los débiles”. Eso es todo.
La historia es muy lineal: un sacerdote brillante al que todos
auguran una brillante carrera eclesiástica, es destinado, inexplicablemente,
por su obispo a “Aldenoz” (pueblo minero imaginario, aunque la película se filmó
en el Bierzo). Cumple y se instala allí. Su único tesoro son las obras
completas de Santo Tomás que ha comprado a plazos. Le acompaña su madre. Las
fuerzas vivas del pueblo, alcalde, el propietario de la mina, el médico, lo
reciben algo fríamente. Y luego visita la mina, en donde los mineros tienen
agravios contra el patrono y contra los curas precedentes que siempre han tomado
partido por él. Poco a poco, primero a través de los niños (Jaime Blanch,
entonces jovencísimo, es su monaguillo) y después gracias algún minero
(Fernando Sancho, en la película “Barrena”) consigue una corriente de simpatía.
Todas estas acciones y la confraternización del cura con los mineros, causan un
impacto negativo en el propietario de la mina y su entorno. Solamente un
minero, padre de una niña, se opone resueltamente a él (el papel está
interpretado por Paco Raval). Tras un derrumbe a causa de las malas condiciones
de trabajo, se declara una huelga en la que el sacerdote toma partido por los
mineros. Éstos vencen, pero la paz social no queda restablecida hasta que se
pierden en el interior de la mina el hijo del propietario y la hija del minero “protestón”
(Rabal), ambos adolescentes. Cuando sus padres y los demás mineros, con el cura
al frente, van a buscarlos, se produce un derrumbe que aísla a los protagonistas
en una parte de la mina, con riesgo de morir asfixiados. Las horas que pasan
juntos y aislados, así como la presencia del sacerdote contribuyen a
restablecer la paz social en el pueblo. Pero las protestas del patrono, hacen
que el obispo llame al sacerdote, según cree él, para reprocharle su conducta.
Sin embargo, el obispo le felicita: ha recibido cartas de los vecinos en donde
alaban el comportamiento del joven clérigo y, por lo demás, el obispo le había
enviado a ese pueblo perdido, porque también fue su primer destino y… fracasó.
Si tal es el argumento, cabe hablar ahora del tratamiento del tema
que realizó Rafael Gil y su guionista Vicente Escribá. Estamos en el año 1953,
vale la pena no olvidarlo: gobierna la Iglesia Pío XII y nadie piensa en un nuevo
Concilio. No será sino diez años después cuando se inicien las sesiones del
Concilio Vaticano II que se prolongarán por espacio de dos años y sembrarán la
más absoluta confusión. De hecho, es a partir de ahí, cuando se inicia el
declive de la Iglesia Católica: aparecen los “curas obreros”, la ideología del “compromiso
cristiano” y una decantación de amplios sectores del clero hacia el marxismo.
Esto puede dar lugar a pensar que, hasta ese momento, la Iglesia carecía de “doctrina
social” y que, además, durante el franquismo, en tanto que la Iglesia apoyaba al
poder, los curas se decantaban hacia los patronos. Al menos esa es la visión “progresista”
y la que muchos críticos que han analizado el cine español de esa época han resaltado:
el poder de la Iglesia en la industria del cine se demostraba a través de la
censura y, por tanto, era un refuerzo más al poder… Error que explica, por sí
mismo, el por qué hoy la obra de Rafael Gil, haya sido olvidada y porqué, esta
película, que gozó de una acogida extremadamente favorable en su tiempo, yace
completamente olvidada, a pesar de que haber sido profusamente premiada. El
contenido mismo de la película demuestra el error de las consideraciones “progresistas”
sobre el cine, el sacerdocio y el poder franquista.
De la misma manera que, Gil, en Murió hace quince años, extrae ideas estéticas de El Tercer hombre,
es La guerra de Dios se inspira en el trabajo de John Ford Qué
verde era mi valle (1941): temática social, trasladada al espectador
con tonos sombríos, gentes explotadas y en el umbral de la miseria. La poca
luminosidad de la inmensa mayoría de escenas, reforzada por el carácter
telúrico de la mina, los rostros de los mineros ennegrecidos por el carbón, las
calles y los edificios del pueblo (que siempre veremos cuando el sol ha
declinado), transmiten una sensación opresiva y agobiante que, en la última
escena que transcurre en el pueblo, se rompe cuando la madre del protagonista
abre la ventana y la estancia se ve inundada por la luz. Otras influencias palpables
proceden del neorrealismo italiano, entonces en su momento álgido que irradiaba
modos de expresión a todo el cine europeo.
El hecho de que el protagonista sea un actor francés, Claude Laydu
tiene su explicación. Poco antes había protagonizado la película de Robert
Bresson, Diario de un cura rural (1951), que obtuvo un inmenso
éxito, obtuvo premios internacionales en los BAFTA y en el Festival de Venecia
y se mantuvo en cartel entre 1951 y 1953. El éxito de esta cinta indujo a
Rafael Gil a contar con él. Se trataba de un actor cuyos modales pausados y su
ausencia de gesticulación teatral lo convertían en el protagonista ideal. El
resto de actores muy parecido al que volverá a encontrarse un año después en el
rodaje de Murió
hace 15 años: están presentes en ambas cintas, Paco Rabal, Gerard
Tychy, Fernando Sancho y alguno más. De la combinación de todos estos actores sale
un conjunto homogéneo de interpretaciones bien conjuntadas y sin fisuras.
La calidad de la cinta se demuestra en que, incluso para la banda
sonora fue contratado el maestro Joaquín Rodrigo autor del famoso Concierto de
Aranjuez. Escribá empezaba a trabajar con Gil en aquellos momentos. Era un
guionista que sabía como emocionar (y lo logra en varios momentos en esta
cinta. No es una película sensiblera, ni un dramón rural de caracteres culebronescos,
es una película con un mensaje positivo.
La guerra de Dios rompe los
esquemas interpretativos de los críticos progresistas actuales que consideran
que el gobierno de la época era “fascista” y, por tanto, anti-obrerista. En
realidad, lo único que permitió cierta convivencia entre nacional-católicos y
falangistas en aquella época (segunda fase del régimen franquista, después de
la época de hegemonía falangista que terminó en 1942, dominando a partir de ese
momento y hasta 1956, los nacional-católicos) es que ambas tendencias, tenían
una indudable aspiración social. La de los falangistas procedía de su propio
ideario y de los rasgos que tuvo el fascismo histórico (fusión entre “lo
nacional” y “lo social”) y por la parte nacional-católica derivaba de la
doctrina social de la Iglesia.
La película no fue censurada (no podía serlo contando con dos “asesores
religiosos”), y, por otra parte, Escribá era diestro en esquivar los problemas:
situó la trama en un período indefinido de los años 30, posterior a la
dictadura de Primo de Rivera y anterior al advenimiento de la República: así
resultan coherentes todas las pinceladas que da sobre la situación política y
social en la que se enmarca la trama.
Una cinta por la que no ha pasado el tiempo, puede verse hoy y
dejar satisfecho al espectador como lo dejó hace casi sesenta años durante su
estreno. Pocas películas puede alardear de lo mismo. Y eso, a pesar de que el
mundo ha cambiado radicalmente: los seminarios ya no están repletos de alumnos como se muestra en la película, y la Iglesia ha perdido la iniciativa en el terreno social y sigue una trayectoria cada vez más confusa.
Ni siquiera hay minas de carbón en España (resulta más barato traerlo de China, ni mineros resentidos y humillados, ni patronos prepotentes y tiránicos… La
globalización ha podido con todo esto, pero no con la película de Rafael Gil
Otros enlaces:
RAFAEL
GIL Y CIFESA, por José Luis Castro de Paz
TESIS
REVISIÓN DE LA OBRA DE UN CINEASTA OLVIDADO: RAFAEL GIL, por Juan Ignacio
Valenzuela
Comentarios
Publicar un comentario