HISTORIAS DE LA RADIO (1955) – la España que no terminaba de salir del subdesarrollo

 

Las tres historias que nos presenta Sáenz de Heredia en esta cinta están presididas por el humor negro y cierta amargura en una España todavía gris, en blanco y negro, que apenas había dejado detrás las cartillas de racionamiento y las restricciones eléctricas, pero en donde todo era modesto, limitado y con un poso de tristeza. El inventor que no tiene dinero para patentar su idea, el ladrón que gana un concurso respondiendo al teléfono de la casa en la que está robando y el niño enfermo que precisa un tratamiento en Suecia y todo el pueblo se moviliza para ganar un concurso de radio. El mejor retablo de la sociedad española del “primer franquismo”.

 

FICHA

TITULO: Historias de la radio

AÑO: 1955

DURACIÓN: 96 minutos

DIRECTOR: José Luis Sáenz de Heredia

GÉNERO: Comedia negra

ARGUMENTO: Tres historias que tienen como denominador común la radio, el medio de comunicación de mayor impacto en los años 50 y que están presididas por el mismo tono irónico propio de una comedia negra. Por un lado tenemos al inventor de una camisa para pistones que no tiene dinero para llevar adelante su idea y aspira a ganar un absurdo concurso radiofónico disfrazado de esquimal; por otra parte, un ladrón, no particularmente perverso, que contesta una llamada telefónica en la casa en la que está robando y luego querrá negociar con el propietario cómo repartir el premio; y, finalmente, un maestro de pueblo que acude a un concurso, apoyado por todos sus vecinos, para pagar los gastos de tratamiento en Suecia de un niño enfermo.

ACTORES: Francisco Rabal, Margarita Andrey, Tony Leblanc, José Luis Ozores, José Isbert, Ángel de Andrés, Alberto Romea, Guadalupe Muñoz Sampedro, José María Lado, Alberto Romea, Juanjo Menéndez, Juan Calvo, Pedro Porcel, Adrián Ortega, José Orjas, Juan Vázquez, Gustavo Re, Nicolás Perchicot, Teresa del Río, Rafael Bardem, Xan das Bolas, Francisco Bernal, Alicia Altabella, Félix Briones, Isabel Pallarés, Carlos Acevedo, Antonio Fernández, Teófilo Palou, Manuel Guitián, Bobby Deglané, Luis Molowny, Rafael Gómez El Gallo, Gracia Montes, Carlos Osorio, José Luis Pecker

 

CLIPS

CLIP 1 – LA ÉPOCA DORADA DE LOS CONCURSOS RADIOFONICOS

 


CLIP 2 – INVENTORES SIN DINERO, EL DRAMA DE ESPAÑA (INCLUSO EN EL SIGLO XXI)

 


CLIP 3 – TRAGICOMEDIA EN LAS ESCALERAS DE LA EMISORA

 




CLIP 4 – LOS LADRONES SIEMPRE RESPONDÍAN AL TELÉFONO

 


CLIP 5 – UN MILAGRO, Y LA NEGOCIACIÓN ENTRE LADRONES

 


CLIP 6 – PREGUNTAS IMPOSIBLES, INFARTOS GARANTIZADOS

 


Carteles y programas

 

 




Cómo localizar la película

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Lo menos que puede decirse sobre HISTORIAS DE LA RADIO

Uno de los directores más aclamados durante el período franquista, fue José Luis Sáenz de Heredia. A él se deben películas tan representativas de aquella época como Raza (en sus dos versiones, la de 1942 y la de 1950), Franco ese hombre, realizada en la conmemoración de los 25 años de paz (1964). Pero no son estas cintas sobre las que nos vamos a detener en este momento, sino en otras dos, mucho menos conocidas y sobre las que los críticos apenas hacen mención. Cabe decir que Sáenz de Heredia, primo hermano de José Antonio Primo de Rivera, militaba en Falange Española. Al estallar la guerra civil, quedó aislado en Madrid, fue detenido por los socialistas e internado en una Cheka custodiada por la UGT. Salvó la vida gracias a su amigo Luis Buñuel que movilizó a los trabajadores de los estudios Roptence que intercedieron en favor de su liberación[1].

Pero no es, ni la biografía del director, ni sus grandes superproducciones, lo que nos interesa ahora, sino dos de sus películas menores, de presupuesto más ajustado que, sin embargo, tuvieron un éxito extraordinario entre la audiencia. Nos referimos a Historias de la Radio (1955) y a Historias de la Televisión (1965). Realizadas con una diferencia de apenas 10 años, las dos películas muestran claramente como el “adaptacionismo” de Franco estuvo también presente en la cinematografía española de la época. Tienen, además, la ventaja de proporcionarnos una visión privilegiada, desde el punto de vista costumbrista, sobre las dos grandes épocas en las que algunos han dividido el ciclo franquista.

En efecto, la película Historias de la Radio nos remite a una España todavía en blanco y negro, gris, patética en algunos extremos, recién salida del racionamiento y que se parece mucho más a la España de la preguerra que al país que reflejará la segunda película, Historias de la Televisión. Ésta nos pinta una España en desarrollo, que mira al futuro. Si en la primera abundan las tonadillas y el flamenco, en la segunda irrumpe la música ligera, incluso en lenguas extranjeras, el rock, que mira al turismo con curiosidad y, también, como una esperanza económica. La radio y la televisión pueden ser consideradas como el paradigma de la “vieja” y de la “nueva” España. La radio era, hasta los años 50, el medio de comunicación más popular. Se oía en cada hogar y a todas horas. Las radionovelas, los consultorios sentimentales, los concursos, las canciones dedicadas, las entrevistas, los anuncios, eran seguidos por todos los grupos sociales del país. Existía la emisora estatal, Radio Nacional de España, también emisoras vinculadas al Movimiento como Radio Juventud y, por supuesto, emisoras privadas, herederas de las antiguas emisoras que subsistían de la época republicana.

Es cierto que existían unas normas tácitas que se mantuvieron hasta finales de los años 60: a primera y a última hora, Radio Nacional retransmitía orientaciones piadosas del Padre Venancio Marcos (1907-1978). En 1934 se incorporó a Falange Española, una opción que no correspondía con la de la Conferencia Episcopal que apoyaba, sin reservas, a la CEDA. Como sanción fue enviado a Francia. Detenido durante la guerra civil, consiguió fugarse gracias a la complicidad de uno de sus carceleros. Luego, al acabar el conflicto, fue destinado a la Comunidad de Diego de León, de Madrid, en donde siguió hasta su muerte.  A partir de 1944 y durante casi treinta años, emitió charlas de orientación religiosa en distintas emisoras de radio (entre ellas Radio Madrid de la SER) llegando incluso a los 5.000.000 de oyentes durante la media hora que duraba el programa. Luego pasó a Radio Nacional de España con el programa titulado El alma se serena. Mantuvo el sentir falangista durante toda su vida y fue secretario nacional de la Hermandad Sacerdotal. Además de rígidas normas de recato moral, corrección en el lenguaje y difusión de valores cristianos, durante la Semana Santa, las radios españolas se abstenían de emitir música ligera y aumentaban la programación sobre temática religiosa.

Luego, todo esto cambio con la televisión. Las charlas del padre Jesús Urteaga, significativamente miembro del Opus Dei, conocido como “el cura de la tele”, comenzaron en 1960 (en el programa El día del Señor), poco después se hizo cargo de un programa dedicado a los jóvenes (Sólo para menores de 16 años) que permaneció en antena hasta finales de 1966. En 1970, volvió a la televisión con otro programa, Habla contigo Jesús Urteaga. Escribió varias obras que hoy son regularmente reeditadas todavía por ediciones Rialp. En los años sesenta, el minutaje de programas católicos presentes en televisión era bastante menor al que se había dado en la radio en la década anterior. Así mismo, a medida que avanzaba la década y España entraba en niveles cada vez mayores de desarrollo, especialmente tras el cierre del Concilio Vaticano II (1962-1965), se fueron relajando las restricciones en Semana Santa y, si bien es cierto, que TVE continuó modificando su programación en Semana Santa y dando un sitial preferencial a películas de carácter religioso, documentales sobre temas piadosos y debates sobre la vida de Cristo, era evidente que la televisión pública -la única existente en la época- había disminuido la carga católica de sus programas, si bien mantuvo hasta el último momento, restricciones en el lenguaje y en la moralidad.

El falangista radiofónico, Padre Venancio Marcos, y el “cura de la tele”, el opusdeista, Padre Jesús Urteaga, podían ser considerados, tanto como los medios en los que transmitían sus mensajes, como los dos paradigmas de dos épocas distintas dentro del mismo régimen.

En la película Historias de la Televisión, después de una larga introducción, se cuentan dos historias que terminan convergiendo: la primera, protagonizada por Tony Leblanc, retrata los primeros concursos de televisión. Pero los personajes que aparecen pertenecen a la picaresca, no a estratos necesitados del país como en Historias de la Radio. En la segunda historia, Concha Velasco, “Katty”, tiene un grupo musical, y su canción, Una chica ye-ye, ha sido elegida para ser cantada en el festival de Eurovisión, pero por otro cantante (Luis Aguilé). Sin embargo “Katty” se empeña en defender ella misma su canción y para eso recurre a distintas artimañas. Y esta historia marca otra diferencia importante. Si en las Historias de la Radio, toda la música que aparecía eran canciones españolas, con flamencos y tonadilleras, en la segunda película, el eje musical se desplaza hacia la música ligera, rock y el pop de la época, incluso el conjunto de la protagonista tiene un nombre inglés, algo impensable una década antes. Los protagonistas de las dos historias, Tony Leblanc y Concha Velasco terminan coincidiendo en otro programa de televisión, sintonizan y surge entre ellos, la chispa del amor a ritmo de rock. Algo ha cambiado en España entre las dos épocas.

A principios de los años 50, todavía se vivía la resaca del aislamiento internacional y de la autarquía forzada. Esto implicaba que la música radiada era genuinamente “española”: la canción ligera francesa o ingresa estaban, no proscritas, pero sí inalcanzables (por el coste de los derechos de emisión). Además, la población tampoco deparaba excesivo interés para unas canciones en lenguas que no entendía. En el tránsito de los años cincuenta a los sesenta, este elemento se fue diluyendo: las necesidades que implica la nueva industria turística, obligan a superar las reservas hacia los idiomas extranjeros. El auge económico implica que, ahora sí, empiezan a emitirse música ligera en lenguas foráneas: rock, pop, country, folk, melódica. Los tiempos en las que las tonadilleras y las coreografías flamencas, la canción popular española y las canciones surrealistas en castellano (el Rascayú y demás) de la postguerra, habían quedado atrás. Por eso, la banda sonora de ambas películas refuerza el tránsito de la España de la postguerra a la España del desarrollismo.

En Historias de la Radio, se cuentan tres historias independientes. Las tres encierran cierto grado de patetismo y de dramatismo. En la primera, un atrabiliario inventor de medio pelo, Tony Isbert, intenta patentar un pistón de su invención, pero carece de dinero. Se fija en que los concursos de radio, ofrecen recompensas que le permitirían convertir su sueño en realidad. Así que decide participar en un concurso dirigido por el locutor Bobby Deglané: recibirá cinco mil pesetas quien llegue antes a la emisora vestido de esquimal. En la segunda historia, el patetismo no es menor: un ladrón (Ángel de Andrés) ha penetrado en un domicilio, suena el teléfono y decide responder, se trata de un concurso radiofónico. Luego tratará de negociar el premio con el propietario de la casa. La tercera, supera todavía más, en dramatismo a las dos anteriores: un niño de un pueblo pequeño, precisa ser tratado médicamente en Suecia al verse aquejado de una enfermedad incurable. Los vecinos hacen una colecta, pero falta todavía dinero y el maestro del pueblo decide ir al concurso para completar lo que falta.

La comicidad de los actores que protagonizan las tres historias, no evitar que el denominador común sea un elemento dramático y agridulce. Las tres historias son, en cualquier caso, moralizantes, pero, sobre todo, retratan la vida de España en los años 50, hasta el punto de que ha sido considerada -con evidente exageración- como la “mejor película” del director, Sáenz de Heredia. Lo que sí es cierto es que Historias de la Radio tuvo un éxito muy superior a Historias de la Televisión, a pesar de que, en ambos casos, muestra un cine costumbrista que refleja perfectamente la época, incluidos los problemas sociales, especialmente en la primera: falta de ayudas para la investigación científica (primera historia), que algunos tenían que robar para poder sobrevivir (segunda historia), o el aislamiento y el olvido de las poblaciones rurales a las que no llegaba ningún tipo de sanidad (tercera historia). La película, casi podía ser considerada como un documental sobre la España de la época o un producto que evidenciaba “inquietud social”. En ambas películas, los protagonistas están sacados de la “España real”, no son arquetipos improvisados, ni dramatizaciones forzadas. De hecho, si la primera película es superior a la segunda es porque, los protagonistas están mucho mejor definidos y responden más a las características sociológicas de la postguerra; en Historia de la Televisión, sin embargo, hay algo artificial e inverosímil en la historia protagonizada por Concha Velasco, que quiere “saltar a la fama” y que lo consigue forzando excesivamente el guion y recurriendo a artimañas de manipulación de masas a través de la prensa.

En la película de 1965, la televisión que no ha cumplido siquiera una década, se ha convertido en el medio de comunicación más importante. Por las noches, las familias reunidas, ya no tienen a la radio como fondo de sus veladas: están ya atrapadas por una televisión de 625 líneas de definición, en blanco y negro y canal único con apenas ocho horas de emisión al día. En la introducción a la película se recuerda que, en 1965, un aparato de televisión costaba 18.000 pesetas. Diez años antes, muy pocos hubieran podido dedicar ese dinero a lo que, en el fondo, no era más que un electrodoméstico. En los años sesenta, el parque de monitores de televisión creció exponencialmente. Era frecuente que las clases trabajadoras los compraran firmando “letras” que los comprometieran a dos años de pequeños pagos. Igualmente, nuestro pueblo pudo motorizarse en la misma época comprando, por el mismo procedimiento, decenas de miles de Seat 600.

En ambas películas existen una serie de puntos comunes: se critica la falta de ética en los negocios, incluso la recaudación de impuestos, se lanzan comentarios sobre la sociedad y el Estado y se refleja que la gente tiene problemas y necesita dinero para sobrevivir y salir adelante, pero que no hay que olvidar la ética, los valores y el sentido del honor, que planean constantemente. En sí mismas, estas dos películas nos recuerdan que el cine español realizado durante el franquismo, era un cine bienintencionado, próximo a las necesidades y anhelos de la mayoría de la población. Nos enseñan mucho sobre la sociedad de aquellos años: cómo era la publicidad y cómo se transmitían los mensajes publicitarios.

Es significativo que, en Historias de la Televisión, la figura del sacerdote haya desaparecido, un personaje que, sin embargo, está muy presente en la película filmada diez años antes. Antes, en las Historias de la radio, no solamente aparece la voz del Padre Venancio Marcos, sino que se evidencia el respeto que recibe el cura del pueblo en el que reside el niño enfermo. El año 1965 es el año en el que se cierra el Concilio Vaticano II. A partir de entonces, la nueva política de la Iglesia consiste en desvincularse de los Estados, incluso de los que se consideran católicos. La brecha que hasta entonces no había existido con el franquismo (el cual encontraba su legitimidad en la aprobación de Roma), solamente se manifestará en la segunda parte de los años 60, pero Sáenz de Heredia se hace eco de las nuevas directrices y elimina la presencia de religiosos en la cinta de 1965, aun manteniendo la ética y la moral de la misma. En cambio, en la cinta de 1955, Sáenz de Heredia presenta a un sacerdote de pueblo, interpretado por José Luis Ozores que, junto con el maestro, el alcalde, el médico y el jefe de puesto de la Guardia Civil, formaban las “fuerzas vivas” de cualquier pequeña localidad. Este cuadro rural está presente en la última de las Historias de la Radio que nos recuerda que la España de los años 50 era todavía un país rural en el que la mayor parte de la población residía en el campo y vivía del sector primario.

En la primera película, la última historia parte de la periferia rural y nos encarrila hacia el centro urbano; vemos y conocemos cómo se vivía en comunidades aisladas a las que difícilmente llegaba un “coche de línea” una vez al día, atravesando carreteras, habitualmente sin asfaltar y con trazados endiablados y polvorientos. No hay, sin embargo, rastros de ruralismo en la cinta de 1965. España ha dejado de ser una síntesis entre lo urbano y lo rural; el campo ha perdido la partida: ha desaparecido. Esto podía intuirse en las Historias de la Radio que, en el primer relato nos obsequia con un desplazamiento por el Madrid de 1955: veremos el Estadio Bernabeu en construcción, o cómo eran los barrios de Madrid que recorre Pepe Isbert hasta llegar en taxis a la emisora de radio disfrazado de esquimal. Esta película, como otras muchas que se filmaron en la época, supone la posibilidad de recordar la fisonomía de las ciudades españolas en los años cincuenta y nos permiten comprobar cómo han cambiado, casi hasta hacerse irreconocibles.

No pueden establecerse en ambas películas ninguna conclusión política. Pero también eso refleja la mentalidad del español medio de los años 50 y 60: para la mayoría de la población, la política era algo que, no solamente, no interesaba, sino que además quedaba lejos. El propio Franco se había declarado, sin cinismo, “apolítico”. Así lo contó José María Pemán: “Haga usted como yo, que no me meto en política”. También su ayudante, Salgado Araujo contó una frase convergente con esta. Y, Franco, en esto, no bromeaba: la política, simplemente, no le interesaba, tras la Guerra Civil, trató de sacar al país de su atraso secular y juzgó que la mejor forma para ello era un gobierno autoritario, personal, y prolongado. Ya hemos señalado que las ideas políticas de Franco eran sumarias. Estaba mucho más interesado por la religión que por la política, al menos en el orden de sus convicciones personales. Es cierto que era antimarxista y que desconfiaba del liberalismo del que le molestaba el tufo masónico con el que había irrumpido en la historia. Tenía convicciones conservadoras, que se manifestaron en las Leyes Fundamentales, pero, más allá de eso, la política, simplemente, era algo que no tenía espacio en su vida. Y esto es lo que traduce perfectamente, también, Sáenz de Heredia en estas dos películas.

A diferencia de otras del mismo director -Raza (1942) o del documental Franco ese hombre (1964)- la mayoría de sus casi cuarenta producciones fueron apolíticas. No puede decirse que transfiriera a sus cintas su ideario falangista, ni siquiera su franquismo, aunque siempre, eso sí, mantuvo unas exigencias éticas y morales en sus cintas, siguió estando presente en su producción las temáticas amables y ligeras, el costumbrismo, especialmente en sus últimos años. En 1983, la Academia Española del Cine le honró con un premio especial. Sus películas Mariona Rebull (1947), La mies es mucha (1949), Don Juan (1950), Los ojos dejan huella (1952), Historias de la radio (1955) y El grano de mostaza (1962), recibirían premios a la dirección y al argumento en el momento de su estreno. Sáenz de Heredia viviría hasta 1992. En 1987 reconoció sin ambages que “Mi mayor satisfacción es haber trabajado con Franco”.

 

Otros enlaces:

Análisis de la filmografía de José Luis Sáenz de Heredia – Daniel Ibarra Ponce.



[1] Los datos sobre esta amistad y las circunstancias que llevaron a que Buñuel consiguiera liberar a Sáenz de Heredia han sido resumidos en el artículo “La amistad del exiliado y republicano Buñuel con el cineasta oficial del franquismo, a pesar de Franco”, Ismael Viana, ABC, 01/07/2019. Ambos se conocieron rodando en CIFESA la película La hija de Juan Simón, protagonizada por el cantaor flamenco Angelillo y en la que la bailaora Carmen Amaya hizo su debut. Sáenz de Heredia, en los primeros días de la guerra civil, dormía en un banco público por miedo a entrar en su casa y resultó, finalmente, detenido por un grupo socialista. Buñuel fue al estudio Rotpence y consiguió que varios trabajadores le acompañaran al lugar donde se hallaba detenido su amigo. El oficial al mando, “un teniente tuerto, chusquero”, había cenado con Buñuel la noche anterior. Le solicitó la liberación de su amigo con el aval de los trabajadores. Poco después, Sáenz de Heredia huyó a Francia. Buñuel y él solamente volverían a encontrarse en el festival de Cannes a principios de los años 50.




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