EL CERCO (1955) – El mejor (y más olvidado) cine negro español
Película basada en hechos reales sobre un atraco frustrado en
Barcelona y la liquidación de todos los miembros que componían la banda. La película
supone una ilustración moralista sobre la idea de que “el delito nunca paga”,
está al nivel de los mejores filmes del género negro y, por añadidura, nos muestra
un catálogo de cómo era Barcelona en los años 50.
FICHA
TITULO: El Cerco
AÑO: 1955
DURACIÓN: 77
DIRECTOR: Miguel Iglesias
GÉNERO: Negro
ARGUMENTO: Un heterogéneo grupo de delincuentes atraca una fundición
próxima al puerto de Barcelona. El más novato de ellos, dispara su pistola
ametralladora sobre el propietario, saliendo, a partir de ahí, todo mal. En el
curso de su huida a la desbandada, cada miembro de la banda va cayendo, hasta
que, finalmente, solamente sobreviven dos.
ACTORES: José Guardiola, Isabel de Castro, Ángel Jordán, Francisco Piquer, Carmen de Ronda, Luis Induni, Carlos Ronda
CÓMO VER “EL CERCO”
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CLIPS
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CARTELERÍA Y PROGRAMAS
Lo menos que puede decirse sobre EL CERCO
La crítica cinematográfica oficial sostiene que en 1950 se inició
la época “dorada” del cine negro español que se prolongaría hasta 1965. En
realidad, nosotros la extendemos cinco años hacia atrás (1945) hasta cinco años
por delante (1970). Antes de esas fechas, las producciones de “negro español”
eran casi inexistentes o de escaso interés y después de 1970 volvieron a perder
igualmente todo interés hasta que José Luis Garci reinventó el género con su memorable
El Crack (1981). El Cerco es una de esas películas pertenecientes
al período “dorado” que, por sí mismas resumieron en sí mismas todas las
características del género.
El “cine negro español” de la época franquista es completamente
diferente al “negro norteamericano”. Aquí se hico un cine negro muy bien
definido desde el punto de vista moral: “el crimen nunca paga”, tal era la idea
central. Se puede afirmar que se trataba de una perspectiva excesivamente
moralizadora: y es cierto. Pero, en cualquier caso, lo que se trató siempre de transmitir
es el mensaje, moralmente aceptable -incluso necesario- de que la actividad
criminal siempre termina mal. Y esto fue irrenunciable: debemos felicitarnos de
ello. Porque, mientras en el cine norteamericano, existían figuras de criminales
“simpáticos” y que parecían delinquir por que ese era su “destino social”, en
el cine negro español, este tipo de coartadas nunca resultan válidas: el fuera
de la ley, puede tener motivaciones comprensibles, pero, no por ello aceptables
para la sociedad.
También suele decirse que el cine negro español de la época
franquista tendía a mitificar la acción policial. Esto puede ser cierto en algún
tipo de cintas (Apartado 1001 [1950] o Brigada Criminal [1950]),
pero no para otras y, concretamente en El cerco, tampoco se cumple. En
esta película la policía ocupa un lugar muy secundario y son los miembros de la
propia banda criminal los que cavan sus propios destinos. A la vista de los “sesudos”
trabajos de “investigación” sobre el “cine negro español”, cabe decir que,
todos los que hemos leído, partes de prejuicios políticos y de tabús culturales
a la hora de formular sus críticas.
La historia nos muestra a un vehículo que recorre las calles de
Barcelona desde el puerto, las Ramblas, el Paralelo, la Gran Vía, la Plaza de
Universidad, etc. En cada parada, el vehículo va recogiendo a alguien. Se trata
de los miembros de una banda que están reuniéndose para cometer un atraco. Finalmente,
llegan a un lugar en la Barceloneta, entre el antiguo espigón y los
chiringuitos que en otro tiempo estuvieron allí. Existían varias fábricas en la
zona, alguna pequeña fundición, como ésta, en donde los atracadores quieren dar
su gran golpe. Se hacen pasar por inspectores de trabajo. Son recibidos por el
propietario de la empresa y sólo entonces desenfundan sus armas. Uno de los
atracadores novatos (interpretado por Francisco Piquer), se muestra particularmente
nervioso. Es su primer golpe y va armado con una pistola ametralladora que
dispara sobre el propietario de la empresa y luego, el resto de miembros de la
banda, descargan sus armas contra algunos empleados que intentaban derribar la
puerta. Cada atracador se ve obligado a huir por su lado. El coche en el que
esperaba un cómplice, huye después de que haya llegado el que guarda todo el
dinero del golpe. Deciden huir para evitar ser detenidos. Otro recibe la
descarga de una cuba de hierro al rojo que le quema el brazo y solamente logra
ser rescatado por otro compañero (papel interpretado por José Guardiola). Ambos
consiguen huir por su cuenta. Otro consigue romper el cerco policial pero es
tiroteado y muerto en las inmediaciones del puerto; otro más será seguido por
un muchacho con un carrito motociclo, conseguirá subir a un tranvía y ser
muerto dentro del vagón. El herido por quemaduras (Francisco Piquer) es llevado
a una casa de la entonces avenida de la Infanta Carlota, propiedad de una chica
de “vida fácil” que llamará a un médico. Pero el taxista que los ha llevado
hasta allí denunciará a la policía la presencia de dos tipos sospechosos y,
tras irrumpir en el piso, matarán al atracador. Finalmente, solamente quedan
dos, el que lleva el dinero del atraco y que consigue refugiarse en casa de su
novia y el más duro de la banda que consigue localizar al anterior, pensando
que buscaba huir con el botín. Ambos, tras enzarzarse en una pelea en la playa
de Castelldefels, serán abatidos por la policía que consigue localizarlos
gracias a la colaboración ciudadana…
El argumento, lejos de mitificar a la policía, describen,
simplemente, lo que puede ocurrir a quienes se enfrentan al orden y a la
sociedad: su destino, ineludible, es acabar presos o muertos. Más que “apología
de la policía”, podría hablarse de una “condena a la delincuencia”. La
película, en sí misma, tiene una enseñanza positiva: “no vayas por mal camino,
porque si lo emprender ya no hay vuelta atrás”. No hay lugar para el
relativismo o la condescendencia: el delincuente, por el hecho de haber
emprendido esa vía, se convierte en un condenado que arrastra a todos los que
tienen relaciones con él, especialmente novias, amantes y amigas.
La cinta está dirigida por Miguel Iglesias que, desde el principio
de su carrera (Las tinieblas quedaron atrás [1948]) hasta el final de la
misma (Barcelona Connection [1988]), discurrió por la senda del “género
negro”. Desde aquella primera película hasta las que filmó a principios de los
años 70, su cine estuvo repleto de cintas de espionaje, crímenes, con algunas
comedias de poco lustre. Como otros directores de aquella época, al iniciarse
los años 70 se reconvirtieron en profesionales del “destape” y sus películas pasaron
a ser tan frívolas como irrelevantes. Pero, tanto en el caso de Iglesias, como
de otros directores de la época, éste declive no puede hacer olvidar las cintas
que filmaron en la “época dorada del negro español”.
Esta película es tiene una importancia que va más allá de la cinematografía:
parece casi un publirreportaje de la Barcelona de 1955: una ciudad en blanco y
negro, con poco tráfico, donde vemos paisajes que hoy son muy diferentes y
escenarios que ya se han reconvertido gracias a la especulación inmobiliaria: si
usted desea ver cómo era la Barcelona de los años 50, esta cinta ofrece casi
una guía visual para ese recorrido.
El director tuvo como “ayudante de dirección” a Pérez Dolç que, años
después, filmaría A tiro limpio (1963), la obra maestra del género. Se
entiende así la maestría en el movimiento de cámara, en los juegos creados por
la iluminación y en la selección de escenarios y recorridos por la Ciudad
Condal. El montaje confirma el ritmo de la narración. Los cambios de escenario
son continuos. Es una película, sobre todo, dinámica, con movimiento, ritmo y
violencia. ¿Qué otra cosa se puede esperar del género negro?
Llama la atención la presencia entre el reparto de José Guardiola,
mucho más conocido por su música y sus canciones, que por sus interpretaciones.
Participó incluso en el Festival de Eurovisión de 1963 y, en los años 50,
además, de prestar su voz al doblaje de Humphrey Bogart, rodó varias películas de
distintos géneros mostrando su versatilidad, algunas de ellas como co-protagonista.
Francisco Piquer tendría por delante una brillante carrera profesional en cine
y teatro y Angel Jordán, multiplicaría, igualmente, sus intervenciones cinematográficas
en los años 50 y 60.
Se trata de una cinta a la que apenas pueden presentarse
objeciones. Simplemente, está bien planteada, excepcionalmente clara y lineal
en su desarrollo, sin tiempos muertos, en cada escena ocurre “algo” de lo que
el conjunto no puede prescindir y con un lenguaje narrativo que todavía puede
ser considerado como actual y gustar a amantes del “género negro”.
Las objeciones a las que se ha hecho acreedora la cinta se basan
sobre todo en la advertencia inicial de que “el crimen nunca paga”. Pero, es
así, salvo que, claro está, se quiera presentar a anti-héroes como modelos a
seguir y a criminales como ejemplos para la sociedad…
Otros enlaces:
Una
proyección cultural del franquismo: el auge del cine negro español (1950-1965),
Francesc Sánchez Barba (tesis doctoral,
interesante a partir de la Segunda Parte, pág. 311-637)
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