PEPPERMINT FRAPPÉ (1967) – Carlos Saura – Mis obsesiones son mis películas
Filmada dos años después que La Caza y anterior a Stress
es tres, tres y a La madriguera, Peppermint Frappé
es hoy redimensionada por la crítica. “Aburrida”, seguida de “confusa”, son las
palabras que repiten aquellos críticos que no se contentan con repetir los
elogios de la progresía. Los “últimos mohicanos”, partidarios de Saura,
sostienen que “retrató a las dos Españas”, pero, además de que el improbable
retrato saliera imperfecto, 55 años han envejecido a la película hasta
convertirla en un arcadismo.
FICHA
TITULO: Peppermint Frappé
AÑO: 1967
DURACIÓN: 92 minutos
DIRECTOR: Carlos Saura
GÉNERO: Drama
ARGUMENTO: Un médico soltero y de mediana
edad es invitado por la madre de un antiguo amigo suyo que acaba de regresar
del extranjero. Éste se ha casado y el médico experimenta una atracción
irresistible hacia su esposa. Cuando la ve reconoce a una mujer que hace años
le había impresionado en la fiesta de los tambores de Calanda. Pero la obsesión
llega hasta el punto de que ve a la enfermera ayudante en su consulta como si
se tratara de la esposa del amigo.
ACTORES: Geraldine Chaplin, José
Luis López Vázquez, Alfredo Mayo, Emiliano Redondo, Ana María Custodio,
Fernando Sánchez Polack, Pedro Luis Lozano
CLIPS
CLIP 1 – EL RADIÓLOGO ATORMENTADO POR SUS FANTASMAS INTERIORES
CLIP 2 – UNA MUJER FASCISNANTE, UN RECUERDO DE CALANDA
CLIP 3 – RECUERDOS FREUDIANOS Y ENFERMERA TIMIDA
CLIP 4 – SEDUCIENDO A LA ENFERMERA CON PEPPERMINT FRAPPÉ
CLIP 5 – LOS TRES VÉRTICES DEL TRIANGULO
CLIP 6 – LAS OBSESIONES QUE VIENEN DE LA NIÑEZ (FREUD DIXIT…)
CLIP 7 – LA GRAN CHARADA (EMPIEZA CON MENSAJE FAMILIAR Y TERMINA CON TAMBORES)
CLIP 8 – EL PLACER DE VER MORIR…
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
En FlixOlé: PEPPERMINT
FRAPPÉ
En Amazon Prime Video: PEPPERMINT
FRAPPÉ
El Filmin: PEPPERMINT FRAPPÉ
A través de eMula: PEPPERMINT
FRAPPÉ
Lo menos que puede
decirse sobre PEPPEMINT FRAPPÉ
Sobre el cine de Saura en los años 60, cabe decir que, quien menos
ha hablado de él, ha sido el propio Saura. Es posible que hoy se avergüence de
algunas de sus películas realizadas en aquellos años, o como mínimo, que íntimamente
reconozca que, de volver a vivir, jamás las habría filmado. Salvo La
Caza, que es punto y aparte, las tres que siguieron parecen tan
intimistas. Son, en realidad, un volcado de pantalla de sus obsesiones en
aquella época. Películas subjetivas, intimistas, que se prolongarán durante la
mayor parte de los años 70, hoy envejecidas, sin gran interés argumental, pero
sobre las que la crítica progresista, ha elaborado en cada caso distintas
teorías de las que no dudamos que no tenían absolutamente ninguna relación con
la intención inicial del director.
Ya comentamos, por ejemplo, que para la parroquia “progre”, La
Madriguera era una “crítica descarnada hacia la tecnocracia”… algo
que jamás estuvo en la mente de Saura que se limitó a presentar al protagonista
como directivo de una empresa automovilística, como podría haber sido
propietario de una mercería. Los “progres”, así mismo, quisieron ver en La
Caza, una perífrasis simbólica de la guerra civil, amparándose en
que aparecían “pobres” y “ricos”. Y sobre Stres-es
tres-tres, si de lo que se trataba era de evidenciar las tensiones
de la vida moderna -como parecía sugerir el título y cómo lo vio la crítica “progre”-
el film se quedó en una colección de obsesiones dignas de ser analizadas por el
doctor Freud. En los tres casos, no fue Saura quien marcó la pauta de lo cómo
interpretar la película, sino la “progresía” la que encontró razones para
justificarlas. Y en Peppermint Frappé, volvió a ocurrir lo mismo.
Así pues, hay tres niveles de interpretación en el cine de Saura en
los quince años posteriores a 1965: lo que el propio director quiso expresar,
lo que la crítica progre quiso entender y lo que el espectador vio. Ya hemos
aludido a las interpretaciones realizadas por la progresía en aquella época: veían
lo que querían ver… como si hoy algún miembro de la confraternidad LGTBIQ+
viera en Casablanca (1942) de Michael Curtiz una metáfora del amor entre “Rick
Blaine” (Humphey Bogart) y el “capital Renault” (Claude Rains). Subjetivismo
puro y confusión entre las propias obsesiones y lo que quiso plasmar el
director. En el caso de Peppermint Frappé, los progres quisieron
(y sigue queriendo) ver el choque entre la España desarrollista, representada
por Alfredo Mayo, el triunfador, el gran emprendedor, el hombre de mundo, y,
por otro lado, la España provinciana, gris, con una vida mediocre, chapada a la
antigua, y representada por José Luis López Vázquez. Un psicólogo vería, en
cambio, el choque entre dos personalidades: la extrovertida y la introvertida. Un
confucionista diría que ambos personajes son complementarios y que en uno
-Mayo- hay mucho de dionisíaco y poco de apolíneo, mientras que en el otro, ocurre
justamente lo contrario: vive en un mundo propio, en torno al cual gira todo,
ordenado, puntual, estricto, mientras que su aspecto dionisíaco está marcado
por su desmedida afición al “peppermint frappé” (menta con hielo picado, vaya).
¿Qué vio el público? Una película en el momento del estreno,
freudiana, casi enfermiza en la que un triángulo aparece en el centro de la
trama. Bastante incomprensible, con un desarrollo, lento y un desenlace exageradamente
dramático que valió la pena si de lo que se trataba era de darse una vuelta por
una ciudad de provincias (Cuenca). Al público de la época le satisfizo la banda
sonora (con Los Canarios como eje central) y le hubiera pasado completamente
desapercibido el homenaje a Buñuel, de no ser porque en los créditos iniciales,
Saura se la dedicó. El final pareció abrupto, desmesurado e impropio. Hubiera
podido terminar como terminó Stress-es tres-tres, yéndose cada
mochuelo a su olivo. Y este, a fin de cuentas, era el problema con el que se
encontró el director, no en esta, sino en su siguiente película.
¿Y Saura? ¿Qué nos quiso decir con esta película? Peppermint
frappé es de 1967. Stress-es tres-tres, fue filmada al
año siguiente. Saura dice que quedó “agotado” por la primera y que filmó la
segunda para “liberarse”. Corrigió, desde luego, el final, pero todo lo que
precede a ambas películas es prácticamente idéntico: idénticos los triángulos,
idénticos los vértices (una mujer, un tipo obsesionado por una mujer y corroído
por pasiones internas: celos en un caso y deseo en otro; otro protagonista
contradictorio con el primero), idéntico el desarrollo (una tensión que parece
querer ir creciendo entre todos los personajes), libertad interpretativa
absoluta para la protagonista (Geraldine Chaplin), obsesiones de carácter religioso
y, finalmente, confusión entre realidad y fantasía. En filosofía se dice que
cuando dos elementos son iguales, exactamente idénticos en todos sus puntos y
funciones, en su materia y en su esencia, en su substancia y en su forma, no se
trata de dos objetos, sino de un solo y mismo objeto. Justo, por tanto, es
decir, desde el punto de vista filosófico, que estas dos películas, no son dos,
sino la misma película.
Saura estaba iniciando en aquella época la relación con Geraldine
Chaplin. Su presencia es inevitable en las películas de esa época y en buena
parte de su producción en los 70. Parece lógico que un director ofrezca de
manera preferente el papel protagonista de su siguiente película a la actriz
con la que comparte su vida. Algo análogo ocurrió con Edgar Neville que
encontró en Conchita Montes a la actriz recurrente para la mayor parte de sus
películas. El problema es cuando la relación evidencia matices fetichistas que
se encubren bajo el epígrafe de “simbolismo”. Saura se recrea en esa época
visualmente con Geraldine Chaplin. La observa desde todos los puntos de vista,
la homenajea con la cámara, le da tramos de metraje de absoluta libertad
interpretativa: en una palabra, la cosifica, la convierte en objeto de
obsesión. Algo que, en principio, es legítimo, si bien termina siendo una
obsesión, incomprensible e intransferible para el público que paga una entrada
a cambio de hora y medio de, acaso, entretenimiento, espectáculo en algunas
ocasiones, pero no necesariamente intuir las obsesiones de un director:
fetichismo, voyerismo, imaginación viciosa y demás procesos freudianos…
Hoy resulta evidente que Saura, que profesaba cierta admiración
hacia Buñuel y se colocó a su sombra, quiso rendirle un homenaje dedicándole la
película y situando a los tambores de Calanda (población de donde era
originario el aragonés) como eje de la trama. No sería el único homenaje
rendido por Saura en aquella época de Luis Buñuel. En su anterior película
(libre de obsesiones, por cierto) Llanto por un bandido (1963), el
propio Buñuel aparecería en escena encarnando a un verdugo en las primeras
imágenes de la cinta. Saura había entendido aquello de que había que arrimarse
a una personalidad indiscutible del cine para prosperar en el medio. Por lo
demás, la cinta no tiene nada de surrealismo, como no sea su propio argumento
absurdo, repleto de incoherencias.
Resumamos la temática, siquiera brevemente. “Julián” (López Vázquez)
es un honesto radiólogo conquense. Tiene clínica propia y está auxiliado por una
enfermera tímida a la que no presta excesiva atención (Geraldine Chaplin). Por algún
motivo, la madre de un amigo de la infancia, “Pablo” (Alfredo Mayo), le invita
a una velada en su casa. “Pablo” se ha casado en el extranjero con una exótica
mujer, “Elena” (Geraldine Chaplin), bastante más joven que él. “Julián”
solamente bebe “peppermint frappé”, una bebida que estaba relativamente de moda
en la época y que, fuera de dar título a la película no tiene excesivo interés.
“Julián” queda inmediatamente prendado por “Elena”. Cree haberla visto antes, años
atrás, en la fiesta de los tambores de Calanda. Ella dice que jamás ha estado
allí. “Elena” es lo opuesto a la enfermera (papel representado, en ambos casos,
por Geraldine Chaplin): extrovertida, mujer de mundo, alegre, excéntrica
incluso.
La proximidad entre “Elena” y “Julián” irá creciendo en los días siguientes,
cuando el primero la vaya paseando por los lugares céntricos de Cuenca, nada de
lo cual hace que ella manifieste el más mínimo interés por “Julián”. Eso hace
que el radiólogo termine fijándose en la enfermera y proyectando en ella el
afecto que siente hacia “Elena”. La enfermera no existe como tal, es una
réplica de su objeto de deseo: la obliga a vestirse como ella, le sugiere
comportamientos a adoptar e intenta hacer una réplica artificial de “Elena”.
La cosa terminará mal. “Pablo” y “Elena” urden una burla cruel contra
el radiólogo. Ella reconocerá -falsamente- haber estado en Calanda tocando el
tambor simplemente para que “Julián” se abra y le exprese todo el amor que
siente por ella. Todo es falso y las risas de la pareja se clavan en los oídos
de “Julián” que, a partir de entonces, buscan vengarse. No se le ocurre otra
cosa que invitarlos a una casa de campo en donde los envenenará. Mueren
burlándose de “Julián”, el cual coloca los cuerpos en un vehículo que despeña
desde el mirador de “El ventano del Diablo” de Cuenca.
La primera impresión que da es el de una sexualidad reprimida que
manifiesta “Julián”, recortando imágenes de mujeres de revistas de moda. Así
pues, lo que vamos a ver, es una película sobre “represiones sexuales”, más que
un tratado sobre las “dos Españas” o una película de introspección psicológica.
Una película freudiana de manual. Y cómo toda película freudiana, al eros
reprimido debe seguir la muerte, por improbable que sea. Si no hay muerte, no
es freudiana 100%. ¿Por qué los tambores de Calanda y no la tamborrada de San
Sebastián?: en primer lugar, por Buñuel, claro está. Pero también, si vamos a
eso, podía haberse aludido a la historia del “cojo de Calanda” (que recuperó
una pierna amputada gracias a la Virgen). La fiesta de los tambores atrae a Buñuel
porque en ella hay sangre (y, por tanto, muerte, y también menstruación,
feminidad oculta) que aparece en los nudillos que los participantes a fuerza de
golpear con mazas los tambores. Sin olvidar el simbolismo fálico de la maza o
baqueta. Hoy se tiene conciencia de que el freudismo no fue más que el
espejismo de una época, pero en los años 60, todo aquel que quería dar muestras
de “intelectualidad” y “progresismo” era, necesariamente, freudiano (y a
finales de la segunda mitad de la década, freudo-marxista, por obra y gracia de
la Escuela de Frankfurt). Saura parecía ser freudiano de estricta observancia
en aquella época y seguramente, como todos los que leímos a Freud en aquellos
años, nos autoanalizamos e interpretamos nuestras tendencias interiores en
clave freudiana. Como toda moda, pasa pronto y, al cabo de unos años, nos
convencemos de que el freudismo no basta para interpretar algo que es mucho mas
diverso y polimorfo: nuestra personalidad es algo más que pulsiones sexuales.
Freud no sirve para interpretar a lo humano. A la mayor parte de nosotros, ese
cambio de perspectiva es saludable y se desarrolla como un simple proceso
intelectual: unas influencias son sustituidas por otras, eso es todo. Pero, en
el caso de un director de cine que haya atravesado una época freudiana, han
quedado atrás sus producciones, y en ellas sus obsesiones, sus visiones
interiores, sus traumas, sus frustraciones, sus filias y sus fobias que, si se
interpretan en clave freudiana, pueden ayudar a reconstruir lo que ese director
llevaba dentro en esa época. De ahí que Saura haya dejado a los críticos
progres que vieran en sus películas de esa época, algo que él no tenía
intención de representar, ni de criticar: la tecnocracia, el desarrollismo, las
dos Españas, la guerra civil…. El propio Saura ha animado esas interpretaciones
para evitar la mirada hacia su interior.
La película, por lo demás, tiene como aliciente las dos
interpretaciones de Alfredo Mayo (algunos la han calificado como la mejor de su
carrera) y la de López Vázquez (que, por primera vez, asumía un papel dramático
y huía de la comicidad esperpéntica de sus primeras actuaciones). Así mismo,
como hemos dicho, la fotografía -de Luis Cuadrado- y la música -seleccionada y
compuesta por Luis de Pablo- hacen que esta película siga teniendo hoy cierto
interés. Saura recibió el Oso de Plata en el Festival de Berlín de 1968 al “mejor
director”. No recuerdo cómo fueron las otras películas a concurso, pero sí
recuerdo que, en aquella época, pero vista hoy, parece algo desmesurado. Se
entiende mejor, si tenemos en cuenta, que, de la misma forma que en España, Saura
se apoyó en Buñuel, en Europa lo hizo a través de la “nouvelle vague”. Newton
ya dijo aquello de que “he subido a hombros de gigantes”. Saura intentó
lo mismo.
Otros enlaces :
Un
Unamuno de cine: de Abel Sánchez a Peppermint frappé – Adrián
J. Saez.
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