LA MADRIGUERA (1969) – Carlos Saura – Lo único sólido era el chalet
En 1969, Carlos Saura era un director aclamado por la progresía,
pero distaba mucho de haber alcanzado el zénit de su carrera. Ya por entonces practicaba
una especie de cine intimista, casi freudiano, en el que un recuerdo, una
vivencia infantil, lastraba toda una vida. En la madriguera, introdujo un nuevo
elemento, según dijo, la crítica a la tecnocracia. En realidad, ese elemento
está completamente ausente de la película y demuestra como un mal guion y unas
actuaciones poco convincentes, pueden convertirse en un producto que satisfaga
al progresismo de la época, con solo añadir una intencionalidad que desdice la
propia película.
FICHA
TITULO: La madriguera
AÑO: 1969
DURACIÓN: 102 minutos
DIRECTOR: Carlos Saura
GÉNERO: drama psicológico
ARGUMENTO: Un matrimonio de la alta
burguesía, vive en un chalet lujoso en las inmediaciones de Madrid. La
recepción de unos muebles procedentes de la mansión en la que se crio ella, hacen
que, por iniciativa de la esposa, se vayan cambiando los muebles a tono con el
edificio, por estos muebles antiguos y recargados. A partir de aquí se desatan
una serie de recuerdos y sueños que les llevan a realizar “juegos” que
terminarán trágicamente.
ACTORES: Geraldine Chaplin, Per Oscarsson, Emiliano Redondo, Teresa del Río, Julia Peña, María Elena Flores, Gloria Berrocal
CLIPS
CLIP 1 – UN CHALET Y UNOS MUEBLES. ASI EMPEZÓ TODO
CLIP 2 – PESADILLAS Y TERRORES NOCTURNOS (FREUD AL ACECHO)
CLIP 3 – UN ¿TECNOCRATA? ABURRIDO Y UNA ESPOSA INFANTILIZADA EN SU ABURRIDA VIDA HOGAREÑA
CLIP 4 – SIMBOLOS Y MAS SIMBOLOS IMPROBABLES E INTIMISTAS… (LAS FANTASÍAS DEL DIRECTOR, NO DE SUS PERSONAJES)
CLIP 5 – JUEGOS PARA ADULTOS, RECUERDOS INFANTILES Y UN SOLO CULPABLE: PAPÁ (FREUD DIXIT)
CLIP 6 – EL PENULTIMO JUEGO… (PRIMERA PARTE)
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A través de eMule: LA
MADRIGUERA
Lo menos que puede
decirse sobre LA MADRIGUERA
La Casa Carvajal, no es, desde luego, la mejor obra de este
arquitecto madrileño. De hecho, es mucho mejor, su interior que su exterior que
parece sacado de un bunker del “cinturón de hierro” de Bilbao durante la guerra
civil o un puesto de mando de la “muralla del Atlántico” durante la Segunda
Guerra Mundial. Todo cambia cuando se entra en su interior y aparecen grandes
volúmenes, distancias enormes, decoración minimalista, luminosidad. La Casa
Carvajal, por tanto, tiene dos visiones: desde dentro y desde fuera. Allí vivía
el propio arquitecto, Javier Carvajal, con su familia. Esta es la casa que nos
muestra Saura en su película. En el propio vídeo
que se muestra en la web de la casa, están todos los elementos que llamaron
la atención de Saura: el interior, con distintas decoraciones, algunas
minimalistas y otras recargadas y el exterior, casi cemento propio de
fortificaciones.
Cuando falleció en 2013, El Mundo publicó algunos datos biográficos
(a los que nosotros mismos, que lo conocimos, hubiéramos podido añadir otros
más): “Carvajal por un hombre del sistema pero razonablemente dialogante. Se
había casado con la hija de García Valdecasas, uno de los fundadores de
Falange, pero no desentonaba en una escuela y en un oficio que por entonces
eran bastante apolíticos. Los mencionados De La Sota y Oíza, por ejemplo,
convivían sin mayores problemas con el franquismo, a pesar de llevar un
programa intelectual bastante moderno. Miguel Fisac era aún más conservador y
aún más moderno, al mismo tiempo. Sin embargo, en los últimos años del
franquismo y, sobre todo, a raíz del asesinato de Carrero Blanco, Carvajal se
radicalizó en su conservadurismo”. Lo radicalizaría todavía más al morir Franco,
por cierto.
Saura, por su parte, dice: “Llevaba buscando una casa-decorado
para mi película La Madriguera- leo en mis notas que es el año 1969-, cuando
alguien sugirió la posibilidad de una construcción que el arquitecto Carvajal
había edificado para uso particular. Yo necesitaba una vivienda que terminara
de configurar el carácter de mi protagonista: un ingeniero joven, que dirigía
una de las secciones de una fábrica de automóviles en los alrededores de Madrid
y que de alguna manera podía ser paradigma de lo que mas tarde se llamó un
“tecnócrata”. El hombre es él, más lo que le rodea: objetos, libros, material
iconográfico, amigos… y sobre todo una parte importante del hombre es su casa.
Nos debatimos entre el enclaustramiento y el desapego: hombre caracol-
inseparable de su estructura; hombre cangrejo ermitaño en casa ajena; hombre
desnudo que busca cobijo en la naturaleza… Yo veía a mi protagonista como
alguien que cuando abandona la fábrica se integraba en un edificio que lo
definiera con nitidez: frío, racional, aséptico, ordenado… Pero al mismo tiempo
mi protagonista tenía un gramo de locura y una imaginación que todavía no había
encontrado su expresión…”
La explicación es, por supuesto, a posteriori. Cuando se filmó la
película, es cierto que el gobierno de Franco estaba copado por representantes e
Opus Dei y que, desde 1959, la presencia de los tecnócratas procedentes de esta
organización definían la voluntad de Franco en los 60: “desarrollismo”, “orden”
y “buenas costumbres”. Y, además, garantizaba un alejamiento de los primeros
gobiernos con presencia falangista que, a partir de Stalingrado, situaban al
régimen entre los perdedores de la Segunda Guerra Mundial.
En nuestra opinión, Saura eligió la casa, sin pensar en ningún aspecto
de carácter político o social. Estaba lo suficientemente alejada, exteriormente
era tan hostil e interiormente tan acogedora, que representaba muy bien el
contenido que quería dar a la película: una pareja, no particularmente madura,
que se aísla en el interior de una casa, se refugia y, en lugar de hacer de
ella un “hogar”, la convierte en “madriguera”. Luego, la decoración de la
propia casa -que podemos ver en el vídeo, con el aspecto que tenía en 1968- con
unas habitaciones con decoración minimalista moderna y otras con muebles clásicos
recargados. De aquí debió venir la idea de una pareja que recibe un cargamento
de muebles antiguos procedentes de la casa en donde se crio ella y que suscitan,
a partir del momento en el que los va instalando y sustituyendo a la decoración
moderna, recuerdos, sueños e imágenes que remiten a su infancia y a momentos de
su pasado.
La pareja protagonista no demuestra estar completamente en sus
cabales: ella es “Teresa” (Geraldine Chaplin) y él es “Pedro” (Per Oscarsson).
El matrimonio está, aparentemente, bien avenido, pero en el curso de los sueños
y de las escenas de sonambulismo que suceden tras la colocación de los muebles
nuevos, “Pedro” se entera de que su mujer se ha casado con él, presionada por la
familia y sin que existiera amor. No tienen hijos. Ella se aburre en la mansión
y “juegan”: juegan a tener un hijo, juegan que él se va de casa, juegan para
huir de su aburrida cotidianeidad y del hastío que sienten hacia amistades. El
resultado de todos estos juegos es que estos juegos encubren una situación de
quiebra interior de la pareja que termina dramáticamente (y, por lo demás, de
manera absolutamente increíble, en un momento en el que, aun faltando siete
años para que se legalizara el divorcio, existía la “separación” (por no hablar
del clásico “ahí te quedas”).
La casa es la que dicta el guion y Saura adapta el guion a la casa
y, seguramente, le sugiere el desarrollo de la película. Es un sistema creativo
como otro cualquiera, irreprochable. Ahora bien, la película está lastrada por
el “zeitgeist” de la época: Freud. Había en aquellos años, progres a los que
les había dado por leer a Marx y otros, que aborrecían la economía y no se les
interesaba en exceso la sociedad, pero sí estaban interesados en interpretar la
naturaleza humana, tenían como gurú a Freud. Y luego estaban aquellos “progres”
que unificaban freudismo y antifranquismo, entendiendo por franquismo “educación
religiosa” y “valores nacionalistas”. Los únicos recuerdos de infancia que
tenían los personajes de Saura en esa época -y durante varias décadas- eran los
procedentes de la guerra civil y de la educación nacional-católica. Hoy, la
crítica realizada al freudismo es demoledora y de él ha quedado poco en pie:
pero el cine de Saura sigue allí con una temática, “novedosa” en la época, pero
ya superada y que constituye el mayor lastre de la película.
Hoy no se la considera como una de las mejores películas de Saura,
pero sí de las más representativas de su producción, con sus alegorías herméticas
constantes, con su universo interior propio hecho de pequeños recuerdos que
condicionan toda una vida, con sus ambiciones psicológicas.
Hay algo más que lastra la película: el director mostraba en
aquellos momentos una evidente predisposición hacia Geraldine Chaplin que se
prolongó hasta 1979 y con la que rodó nueve películas. Saura deja que la Chaplin
actúe a su aire. Y lo hace; en ocasiones, incluso sobreactúa, lo que hace que todavía
se note más la frialdad nórdica de su contrapartida, el actor sueco Per
Oscarsson y, por el hecho, de que la cámara se ocupa solamente de ambos en un
80% de la cinta. El resultado es una película que hoy huela a naftalina, carece
por completo de interés para las nuevas generaciones y ni siquiera puede ser
considerada como una “crítica a la tecnocracia”, como dijo el actor a
posteriori, intentando salvar un producto en el que, sobre todo, lo que falla
es la guionización.
El freudismo ha sido el gran lastre del cine de Saura. Todo
recuerdo en sus personajes, remite a la Guerra Civil y condiciona sus vidas. Ante
películas como esta, “es de gran elegancia el bostezar”, que diría el poeta.
Otros enlaces:
La
Casa Carvajal en La Madriguera – Ana Espinosa
García-Valdecasas.
El
cine de Carlos Saura: Tipología de una recepción – Agustín Sánchez Vidal.
Los
inicios de Carlos Saura. Dos conversaciones –
Miguel Santesmases.
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