CORREO DE INDIAS (1942) – EDGAR NEVILLE – CUANDO LOS HOLANDESES DESCUBREN UN AMOR ESPAÑOL

No es, desde luego, la mejor película de Edgar Neville. Hay algo en el guion que falta. Sin embargo fue una “superproducción” a medio camino entre la reivindicación de la obra española en América y el romanticismo. Muy a tono con la época. En la producción de CEPIPSA participó también la empresa alemana TOBIS. Fue la primera incursión de Neville en el cine con reminiscencia históricas.

 

FICHA

TITULO: Correo de Indisas

AÑO: 1942

DURACIÓN: 110 minutos

DIRECTOR: Edgar Neville

GÉNERO: Drama

ARGUMENTO: Un buque holandés encuentra un velero español a la deriva. El barco está vacío, pero en su interior aparecen los cadáveres de un hombre y una mujer abrazados. El diario escrito por ella explica cómo se ha llegado a esta situación.

ACTORES: Conchita Montes, Julio Peña, Armando Calvo, Juan Calvo, Julia Lajos, Joaquina Maroto, Carmen Cabañas, Margarita Alexandre, Carmen Alfaro, Francisco Alonso, Antonio Casas, Luciano Diaz, Fernando Fresno, María García Morcillo, Luis Latorre, José Martín, F. Mejuto

CLIPS

CLIP 1 – UN BUQUE HOLANDÉS AVISTA AL CORREO DE INDIAS


CLIP 2 – LA VIRREINA, UNA MUJER FASCINANTE EMBARCA


CLIP 3 – LAS CALORES DEL TRÓPICO


CLIP 4 – NADA QUE NO PUEDA RESOLVER UN CHUBASCO TROPICAL


 

CLIP 5 – “ESTO TAMBIÉN ES ESPAÑA…”


 

CLIP 6 – LA DESPEDIDA Y LAS MALAS NOTICIAS


CLIP 7 – EL VIRREY Y SU ESPOSA CAMINO DE ESPAÑA


CLIP 8 – HIELOS EN EL HORTIZ


CLIP 9 – REBELIÓN A BORDO


CLIP 10 – ABANDONEN EL BARCO (TODOS, MENOS LOS ENAMORADOS)


CLIP 11 – LOS AMANTES MUEREN ABRAZADOS



Carteles y programas

 




 

Cómo localizar la película

En FlixOlé: CORREO DE INDIAS

En eMule: CORREO DE INDIAS


Lo menos que puede decirse sobre CORREO DE INDIAS

Empecemos diciendo que no es la mejor película de Edgar Neville y, desde luego, no está a la altura de Frente de Madrid, a pesar de ser tres años posterior y cuando ya había rodado Verbena (1941) y La parrala (1942). Correo de Indias es una historia de amor que responde a dos características del cine de la época: moralidad en el amor y patriotismo. Todo lo demás resulta secundario. De ahí también las limitaciones de la cinta, por mucho que se tratara de lo más parecido a una superproducción de la época.

En 1942, el público quería olvidar los días aciagos de la Guerra Civil y no estar pendiente de lo que ocurría en Europa. Ese año, además, se habían estrenado películas adaptadas para todos aquellos que habían vivido la guerra civil como un momento de exaltación patriótica y una lucha de liberación contra el bolchevismo. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, en aquellos años, solamente un pequeño número de películas filmadas en España, respondían a las necesidades propagandísticas del régimen. Otro tanto ocurría en Italia y en Alemania, en donde las cintas de propaganda suponían una exigua minoría en relación al total de la producción. En la medida en que los gobiernos que estaban en el poder en esos países contaban con un innegable apoyo popular, era evidente que las películas que se filmasen deberían responder a las pautas, moral y estilo que predominaban en la población. Así puede entenderse que cuando Edgar Neville escribió el guion original para esta película, se atuviera a lo que consideraba que eran las líneas dominantes de pensamiento y moral, no solo del gobierno franquista, sino del sentir mayoritario de la población española. Porque España, en esa época, todavía seguía siendo católica. No sería sino hasta la segunda mitad de los años 60, con la confusión que siguió a la clausura del Concilio Vaticano II, cuando se asistió a una “descatolización” creciente que se aceleró en los años de la transición. Por tanto, no pueden extrañas las dos líneas dominantes de esta película: patriotismo con exaltación de la colonización española en América y amor casto encarrilado dentro de los límites de la moral católica.

Ninguno de los dos valores sigue estando “de actualidad” en la mayoría de la población, así que no es raro que esta cinta puede parecer a muchos encorsetada, grandilocuente y, a la postre, aburrida. El cine hay que verlo con los ojos propios de la época en la que se filmó tal o cual película. En realidad, la película es un testimonio de aquella época y debe valorarse como tal. En este sentido, la cinta adquiere nuevos elementos de interés y nos servirá para reconstruir el estado moral de la España de la inmediata postguerra.

Estamos en Cádiz. Es 1803. Muchos españoles han optado por embarcarse a las Américas. Allí probarán suerte. Los hay de todos los oficios y condiciones, también provistos de las intenciones más diversas. Unos saben bien lo que se van a encontrar, otros han idealizado la vida que llevarán allí: creen que triunfarán sin esfuerzo. Los hay alegres y tristones, trabajadores y negados, honestos y estafadores. Entre los que se embarcan en el navío que se dispone a emprender un largo viaje hasta el puerto de El Callao, figura “la virreina”, esposa del virrey del Perú que ha permanecido varios años separado de su marido. Éste, al poco de casarse, fue llamado para ocupar el cargo y son cuatro años que no se ven. Es una mujer hermosa, agradable, culta y educada que siempre permanecerá al margen del resto del pasaje, si bien sigue sus evoluciones con interés y simpatía.

“La virreina” pronto simpatizará con el capitán del barco. Se trata un experimentado marino que ha surcado los siete mares y ha aquilatado una experiencia envidiable tanto en el mar como en tierra firme. El resto de marineros y la oficialidad, tratará por todos los medios de proteger la vida a bordo de “la virreina”. Alguno de los pasajeros tratará de sobrepasarse con ella recibiendo un duro castigo por parte del capitán (en una pelea, escénicamente mal armada y que hubiera precisado de especialistas o, al menos, de asesores en este tipo de disputas).

La película nos mostrará como se vivía en un buque de vela que podía tardar tres meses en cruzar el Atlántico, bordear el estrecho de Magallanes y ascender por el Pacífico hasta las costas del Perú. La calma chicha y la ausencia de lluvia, el calor sofocante de los trópicos, la alegría que generan unas cuantas gotas de agua, el estado agresivo de los pasajeros dependiendo de la temperatura, la vida de la marinería y del pasaje, serán los aspectos que más cuido Neville en esta cinta y que hacen de ella casi un documento antropológico sobre la navegación a principios del siglo XIX.

Cuando llegan a El Callao, el capitán y “la virreina” deben separarse. Pero hay un nuevo elemento: el virrey se encuentra enfermo, ha sufrido varios ataques al corazón y solamente se ha salvado gracias a la medicina indígena, pero sigue en un estado de salud muy delicado. A su esposa le aconsejan que no le genere sobresaltos… ella que llegada dispuesta a decirle que había encontrado al amor de su vida a bordo del Correo de Indias. Opta por cumplir con su papel: dedicarse en cuerpo y alma al cuidado de su marido. No volverá de regreso a España en el barco. Sin embargo, el azar juega a favor de los enamorados: el virrey empeora y la única posibilidad de salvarlo es llevándolo al clima más benigno de España. Embarcan, él y su esposa.

Ya en el Atlántico, un iceberg chocará con el barco y éste quedará encallado en los hielos que lo llevan a la deriva. La única posibilidad de sobrevivir consiste en abandonar el barco con los botes salvavidas. Dado el estado de salud del virrey, su esposa y el capitán deciden quedarse con él en el velero y esperar a que los que han salido en los botes envíen ayuda. Sin embargo, morirá cuando el último bote haya abandonado el barco. Los amantes  quedan solos y van consumiendo provisiones hasta que terminan agotándolas. Él es el primero en enfermar y morir. Ella se abraza a él y espera la muerte. En las primeras escenas, un barco holandés ha avistado al velero, una vez abordado comprueban que ha sido abandonado y que solamente se encuentran a bordo dos cadáveres bien conservados y un diario de abordo en el que explican lo que ha pasado. Es así como se inicia la película.

Previsible en gran medida, la película es bastante dinámica. La cámara cambia con rapidez de escena y evita el tedio que podría suponer el espacio claustrofóbico de un velero. Julio Peña no está particularmente sembrado en su papel de capitán. Conchita Montes, en su réplica, como “virreina”, en cambio, ofrece uno de los mejores papeles de su carrera. Los decorados y las maquetas han sido elaboradas por Sigfrido Burman. En algunos casos, se trata de decorados excesivamente pedestres, casi puede advertirse el grosor de los tablones del casco; hay fallos en esa dirección, aunque las maquetas de los buques (que debieron ser de tamaño respetable) hicieran olvidar esa impresión. Luego, en el pasivo de la cinta, está la pelea a la que ya hemos aludido, poco creíble y muy deslucida.

Si exceptuamos estos puntos negros, la película resulta ilustrativa de una época (la de la postguerra y la de la navegación a principios del XIX) y de sus valores (patriotismo, catolicismo, amor romántico). Habrá que esperar dos años más -con la película Café de París (1943) en medio- para que Neville inicia las películas por las que ha merecido pasar a la historia del cine: desde La Torre de los Siete Jorobados (1944), hasta Nada (1947). Los buenos directores tienen grandes películas y otras no tan grandes; también estas hay que conocerlas, especialmente si se trata de producciones honestas que, además de imágenes, transmitan valores y datos sobre una época.

Otros enlaces:

Correo de Indias – presentación – RTVE

El cine de los años 40 – Instituto Cervantes de Manila – Carlos Valmaseda 








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