QUEMA EL SUELO (1952) – LUIS MARQUINA– EL BONITO CASO DEL TRIÁNGULO AMOROSO
En 1952, gobernaba en España el nacional-catolicismo. Y es en ese
contexto en el que hay que leer esta película: y en ella, el
nacional-catolicismo, de la mano de Luis Marquina, consiguió la cuadratura del
círculo: un triángulo amoroso que se resuelve de manera casta. No hay ni cornamenta,
ni hay erotismo en grado de consumación. En su lugar, hay un psiquiatra que se
siente amenazado por un amante psicópata.
FICHA
TITULO: Quema el suelo
AÑO: 1952
DURACIÓN: 90 minutos
DIRECTOR: Luis Marquina
GÉNERO: Negro
ARGUMENTO: Un psiquiatra conoce a un
nuevo paciente que le comenta el deseo de matar al marido de la mujer de la que
se ha enamorado. Tardará poco en entender que esa mujer, es su mujer y que es a
él a quien el psicópata quiere matar. Tras un tratamiento convencional ocurre
el drama y, a partir de ese momento, se trata de expiar la culpa.
ACTORES: Annabella, Tomás Blanco,
Gerard Tichy, Rafael Calvo, Martina Zayas, Raúl Cancio, Nicolás Perchicot,
Mario Berriatúa, Margarita Alexandre, Carlos Díaz de Mendoza, Santiago Rivero,
Mary Lamar, María Elisa Casado, Amalia Sánchez Ariño
CLIPS
CLIP 1 – CRÉDITOS Y PRESENTACIÓN
CLIP 2 – BUSCANDO ORIENTACIÓN EN UN CONVENTO
CLIP 3 – EL NUEVO CLIENTE DEL PSIQUIATRA Y SU PROBLEMA
CLIP 4 – ASÍ EMPEZÓ UNA HISTORIA DE AMOR
CLIP 5 – SORPRESA: LA ESPOSA DEL PSIQUIATRA ES EL AMOR DEL CLIENTE
CLIP 6 – LAS SESIONES CONTINÚAN PERO EL PACIENTE NO MEJORA
CLIP 7 – LA SOMBRA DE LA SOSPECHA
CLIP 8 – FRENTE A FRENTE, NO COMO CLIENTE Y PSIQUIATRA, SINO COMO
RIVALES
CLIP 9 – EN EL JUICIO
CLIP 10 – LA PRUEBA DECISIVA DE LA DEFENSA
CLIP 11 – DECLARADO INOCENTE, PERO CON PESAR
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A TRAVÉS DE EMULE: QUEMA
EL SUELO (EN FORMATO MKV)
Lo menos que puede
decirse sobre QUEMA EL SUELO
Una de las películas más notables de la época de oro del “negro
español”, no solamente por su originalidad, sino por el perfecto encaje entre
las exigencias de implícitas en aquel momento del régimen franquista con la intriga
más original y sin precedentes en la historia del cine español. El trabajo fue
encomendado por la productora Hesperia Films de Madrid a Eduardo Marquina que
ya se había cosechado como un hábil artesano, apreciado además por actores,
guionistas y por el mismo público que solía acoger con favor sus películas.
Quema el suelo, sigue a El capitán Veneno (1951) y precede por
pocos meses a Manchas
de sangre en la luna (1952). Con esta trilogía, Marquina se situaba
en el ecuador de su carrera que podría prolongar hasta 1973, si bien cayendo a
partir de principios de los 60 en un cine de consumo que poco aportó a su
carrera. A la vista de películas como Tuset
Street, se diría que en ese tramo final, parecía ser consciente de
que no iba a aportar nada nuevo al cine español y se resignó a realizar
películas alimentarias sin excesivo interés ni para el público ni para él
mismo. Lo que no implica que en desde los años 40 hasta finales de los 50 fuera
uno de los directores más interesantes del cine español.
En Quema el suelo Marquina muestra su habilidad en
la dirección de actores. La película, traslada libremente la novela del mismo
título de Juan Luis Calleja. Penetra en el mundo de la psiquiatría y nos
muestra a un profesional del sector que salva el cuello en un juicio por
asesinato, gracias al celo con el que se secretaria guarda las trascripciones
magnetofónicas de las sesiones con los pacientes. Es curioso que una
herramienta que hoy viene incluida en nuestros teléfonos móviles, en 1952, esto
es, hace 70 años, era un pesado armatoste que concitaba interés y casi veneración
por el ciudadano. No fue sino hasta que aparecieron los “casettes” quince años
después, cuando la cinta magnetofónica llegó al gran público. Eso explica que el
magnetófono ocupe un lugar preferente en la trama de esta película.
La trama, sorprendentemente, empieza cuando dos personas llegan a
un convento para pedir orientación al fraile que lo dirige. Son “Alberto” y “Rafael”
(respectivamente, Rafael Calvo y Tomás Blanco). El primer es uno de esos
abogados sin tacha, ejemplo de virtudes morales en la profesión, mientras que
el otro es su hijo, el psiquiatra que acaba de ser absuelto de un delito de
asesinato.
Tras esta introducción, la trama explica cómo se ha llegado hasta
esa situación. De hecho, la introducción con el fraile y la visita al convento
de los dos protagonistas, hubiera podido evitarse y no aporta absolutamente nada
a lo esencial de la trama. Pero estamos en 1952 y el nacional-catolicismo
domina la escena política. Introducir y realzar la búsqueda de “consuelo moral”
y “ayuda espiritual” y obtenerla a la sombra de los muros de un convento era,
seguramente, lo necesario para lograr que la película no encontrara obstáculos
con la censura. A pesar de que, por su contenido, fuera autorizada solamente
para “mayores”.
Un mal día, se presenta en la consulta de “Rafael” un nuevo
paciente que le ha sido recomendado por su amigo “Peñaranda” (Raúl Cancio). Se
trata de un escritor que ha lanzado varias novelas de cierto éxito, un tal “Behovia”
(Gerard Tichy) el cual le cuenta su problema: desde hace unas semanas ha
conocido a una mujer encantadora. Ambos han salido junto, cenado en varias
ocasiones y ella devora, literalmente, todos sus libros. Pero las cosas no han
pasado de ahí. La mujer, casada, se siente abandonada por su marido, al que, en
el fondo sigue queriendo, pero ve, desesperada, como éste tiende más a dedicar
su tiempo al trabajo que a la vida familiar. Esto la desespera y la hace favorable
a abrirse a otras relaciones. “Behovia” es consciente de que mientras su nueva
amiga siga casada, no tendrá con ella ninguna posibilidad de que la relación
vaya más lejos de una buena amistad. Por eso, se siente obsesionado con la idea
de matar al marido. Y así se lo comunica al psiquiatra. Éste, por supuesto, le
da buenos consejos, y el primero de todos, que se olvide de esa mujer. Pero la
obsesión por asesinar al marido sigue presente y no disminuye un ápice.
Bruscamente, mediante flashbacks hábilmente introducidos, nos damos
cuenta de que la mujer con la que se ha relacionado el escritor es,
precisamente, la esposa del psiquiatra. Ambos, por el momento, lo ignoran.
Cuando, poco a poco, al ver novelas de “Behovia” dedicadas a su mujer y al
cotejar lo que hizo ella con lo que sabe de él a través de las sesiones de
psiquiatría, se va dando cuenta de que él es el marido al que quiere matar y,
al mismo tiempo, su cliente es la persona que, además, está poniendo en peligro
su matrimonio. Así que opta por afrontar el problema cara a cara, visitando al
escritor en su domicilio. Allí se produce la discusión y el drama: “Rafael”
dispara y mata a “Behovia”. Luego se entrega y las escenas siguientes estarán
dedicadas al juicio en el que será defendido por su propio padre.
En el curso del juicio, “Rafael” parece haber caído en un estado
de fuga de la realidad, como si aquello no fuera con él. El peso de la defensa
recae sobre su padre que se basará en el argumento de que su hijo se ha sentido
amenazado y ha actuado en consecuencia. No es exactamente eso lo que ha
ocurrido, pero cuando se entera que la secretaria de su hijo tiene guardadas y
clasificadas todas las grabaciones de las sesiones de psiquiatría, incluida las
que ha tenido con “Behovia”, ve el cielo abierto: las utilizará como prueba de
que se sentía amenazado. El subterfugio resulta y el juzgado lo absuelve, pero
ni uno ni otro pueden evitar el remordimiento: en realidad, lo que ha ocurrido
es algo muy diferente, se ha tratado de un simple crimen pasional y, por tanto,
hubiera merecido una sentencia condenatoria. De ahí que ambos, padre e hijo,
acudan al convento para pedir ayuda espiritual. El abad les indica el camino
para recuperar la paz interior y que pasa, sobre todo, por la reconciliación de
“Rafael” con su esposa.
Es una de las primeras películas españolas en las que aparece la
figura del “psiquiatra” y, desde luego, la única en la que el psiquiatra y el
sacerdote, dos tipos de “ayuda” completamente diferentes coinciden en una misma
narración.
La actuación de todos los protagonistas es particularmente pulcra:
Gerard Tichy hace de escritor cínico, a la vuelta de todo, pasional y
enamoradizo; Raúl Cancio, encarna el papel de amigo bromista, guasón y
permanentemente irradiando alegría; Annabella, la conocida actriz francesa,
cuyo ciclo profesional se inició en 1927 y terminó en 1984, con más de medio
centenar de películas filmadas, actúa como “Mari Luz”, la esposa del psiquiatra.
El montaje corrió a cargo de Magdalena Pulido, a las órdenes de
Marquina. El resultado fue una película diferente e innovadora, original en su
temática y en su desarrollo. Es, sin duda, una de las cintas que están en el arranque de la “edad de oro del cine
negro español”.
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