LA HONRADEZ DE LA CERRADURA (1950) – Luis Escobar – El “demonismo de la economía”
Luis Escobar Kirpatrick, amigo de José Antonio Primo de Rivera,
director y propietario del diario más caro de Madrid (La Época), con el
título de Marqués de las Marismas del Guadalquivir, es el director de esta
cinta que resume la actitud “tradicional” ante el dinero. Es una cinta digna,
con tensión, mucha tensión y una moraleja final: el dinero solo trae problemas.
FICHA
TITULO: La honradez de la cerradura
AÑO: 1950
DURACIÓN: 88 minutos
DIRECTOR: Luis Escobar Kirpatrick
GÉNERO: Drama
ARGUMENTO: La vecina usurera de un
matrimonio modesto pero trabajador, les pide que le guarden una noche un sobre
con 80.000 pesetas. La vecina muere esa misma noche y la parece se queda con el
sobre que va gastando poco a poco. Pero un chantajista es consciente de quien
tiene el sobre y presiona a la pareja.
ACTORES: Paco Rabal, Mayrto O’Wisiedo, Ramón Elías, Dolores Bremón, Pilar Muñoz, María Victoria Durà, Mercedes Gisbert, Concha López Silva, Juan Velilla, Paquita Bresoli, Modesto Cid, Miguel de Granada, Pedro Mascaró,
CLIPS
CLIP 1 – CRÉDITOS
CLIP 2 – UN PROBO EMPLEADO BANCARIO CORTO DE “CASH”
CLIP 3 – UNA VECINA USURERA
CLIP 4 – UNA VISITA EN LA NOCHE Y UN SOBRE MISTERIOSO
CLIP 5 – LA USURERA SE VA JUNTO AL DIOS DE LOS PRESTAMISTAS
CLIP 6 – EMPIEZAN LOS PROBLEMAS
CLIP 7 – UN CHANTAJISTA ENTRA EN LA VIDA DE LA PAREJA
CLIP 8 – INCLUSO EN LAS VACACIONES LA PESADILLA NO CESA
CLIP 9 – LA VENTANILLA CONVERTIDA EN UN INFIERNO
CLIP 10 – UNA BANDA DE MANGANTONES
CLIP 11 – HUIDA EN LA NOCHE
CLIP 12 – TIRETEO Y MUERTE EN LA NOCHE.
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A TRAVÉS DE EMULE: LA
HONRADEZ DE LA CERRADURA (en formato AVI)
En FlixOlé: LA
HONRADEZ DE LA CERRADURA
Lo menos que puede
decirse sobre LA HONRADEZ DE LA CERRADURA
Luis Escobar Kirpatrick, VII Marqués de las Marismas del Guadalquivir,
no era alguien común y corriente. Fue actor y periodista, escribió y dirigió
teatro, tuvo también una corta filmografía como director con cuatro películas
en su haber: La cenicienta del Palace (1940), Un hombre y
una mujer (1961), La canción de la Malibrán (1951) y la
que comentamos ahora, La honradez de la cerradura (1950). En los
primeros tiempos del régimen franquista (1938) fue nombrado jefe de la Sección
de Teatro de la Jefatura de Propaganda del Ministerio del Interior. Eso
determinó su carrera en la postguerra. Su trabajo más memorable sobre las
tablas fue la adaptación de Las mocedades del Cid de Guillen de Castro,
escrita en el siglo XVII (aquella que Manuel Machado describió en su poema
Castilla: “Por la terrible estepa castellana | al destierro, con doce de los
suyos | polvo, sudor y hierro | el Cid cabalga”).
Había sido amigo de José Antonio Primo de Rivera y, de hecho, su
diario La Época (del que se jactaba que era el “más caro de Madrid”,
leído solamente por la aristocracia) fue el único -junto con la revista de
Ramiro de Maeztu, Accion Española, que dio cuenta del mitin fundacional
de Falange Española. Luego, los caminos se separarían e, incluso, una vez detenido
José Antonio, escribió en la cárcel de Alicante una carta muy beligerante dirigiada
a “Juan Ignacio Escobar”, reprochándole que en el diario La Época se
habían metido con él. En realidad, no existía ningún “Juan Ignacio Escobar”, así
que es muy probable que José Antonio se equivocara y en lugar de dedicársela al
director y propietario de La Época, Luis Escobar Kirpatrick, se confundiera
(el otro hermano de Luis no era “Juan Ignacio” sino “José Ignacio”). Ni el
inexistente “Juan Ignacio”, ni el hermano de Luis, José Ignacio, tenían nada
que ver con el diario. Esta confusión queda resaltada por el mismo contenido de
la carta. José Antonio le reprocha que el diario se editara con unas pesetejas “que
nos timaste a unos pocos”, le llama “resentido” y a él, personalmente “feo,
tonto e inútil”. Y, realmente, hay que reconocer que Luis Escobar, no solamente
era poco agraciado físicamente, sino que su cara era, en sí misma, un chiste. Era
difícil permanecer ante él durante unos minutos sin que te asaltara una
indecible necesidad de reír. Además, como homosexual clásico que era, tenía un
altísimo sentido del humor y de la ironía. Todo esto lo supo apreciar Luis
García Berlanga, cuando hacia 1978 le ofreció interpretar el papel de “Marqués
de Leguineche” en La escopeta nacional. El éxito fue tal que las
dos secuelas, Patrimonio Nacional y Nacional II, se
filmaron gracias al tirón que tuvo el personaje encarnado por Escobar. Afortunadamente,
José Antonio no envió la carta y ésta apareció en la maleta con sus últimas pertenencias
unas décadas después. En cuanto al “Luis Escobar – actor” siguió interpretando
papeles en los años 80 en los que, inevitablemente, se representaba a sí mismo
como aristócrata (A la pálida luz de la luna, dirigida en 1985
por González-Sinde) o en películas, simplemente, infames como El Cid
Cabreador (1983), en la que Angelino Fons se cubrió literalmente de
mierda. Escobar falleció en 1991 a los 81 años mientras dormía. Descanse en
paz.
Lo que le gustaba a Escobar era el teatro. El cine fue una fuga
puntual en sus actividades, pero, de entre su breve producción cinematográfica,
La honradez de la cerradura destaca con mucho. Quizás sea gracias al librero
original escrito para el teatro por Jacinto Benavente o quizás por los
destacados papeles de sus dos protagonistas, Paco Rabal (todavía un actos casi
completamente desconocido, era su cuarta película) y María Ostalé Visiedo, más
conocida como ”Mayrata O’Wisiedo”, seudónimo ciertamente imaginativo. Fue en
esta película en donde la O’Wisiedo llamó la atención por primera vez (antes
solamente había hecho teatro). En realidad, la interpretación de ambos es
aceptable, pero si la comparamos con ulteriores películas, hay que reconocer
que en 1950 estaban todavía muy lejos de haber alcanzado un estilo depurado de
actuación.
La película nos cuenta la historia de un matrimonio humilde.
Trabajar apenas les llega para sobrevivir. Los precios de la época hacen que el
salario de él no les dé para pequeños caprichos. Sin embargo, son moderadamente
felices. Esperan mejorar su situación y tener hijos. Todo se tuerce
inesperadamente una noche en la que la vecina, una usurera que había cobrado
80.000 pesetas y temía que alguien se las sustrajera, llamó a su puerta y les
pidió que le guardaran el sobre que contenía esa cantidad. La vecina sabía de
la honradez de la pareja y de su buen fondo, así que confió en ellos. Sin
embargo, pocas horas después, la muerte visitó a la usurera y se la llevó al
infierno de los prestamistas. La pareja, inicialmente, dudó sobre si entregar
el dinero a la policía o quedárselo. Pero sabían que la usurera no tenía
familia, así que optaron por disfrutar de aquello que el karma les había
entregado. A partir de aquí se iniciaron sus desdichas.
Era cierto que, a partir de ese momento pudieron permitirse un
tren de vida más cómodo y acceder al consumo. Pero un día, alguien volvió a
llamar a su puerta: era un chantajista, un truhan de aquellos tiempos, que
intuía dónde había terminado el dinero. Acertó. De pronto, ese hombre se hizo
inseparable de la pareja hasta que les planteó sus exigencias: quería compartir
con ellos, aquel dinero. Consiguió llevarse cierta cantidad que, obviamente, le
duró poco tiempo. Después pidió más. Y luego más aún. La pareja se sentía
impotente y desbordada. Quedaba ya muy poco de las 80.000 pesetas iniciales.
La película termina bien, pero con una moraleja que coincide
perfectamente con la “visión tradicional del dinero” que estuvo presente en los
años del pre-desarrollismo en España: cuidado con el dinero, que no es lo más
alto a lo que puede aspirarse en la vida y que, a fin de cuentas, trae muchos
más problemas de los que resuelve, en especial cuando no es fruto del trabajo y
de la obra bien hecha. Sería bueno recuperar ese mensaje.
La película es brillante en su ejecución. Depurada en sus planos y
encuadres, con una iluminación que refuerza y sugiere por sí misma estados de
ánimo. Con unos diálogos esenciales en los que no sobra ni falta nada. Se
perciben limitaciones presupuestarias… pero era la España de 1950 y todavía
existían restricciones eléctricas y la cartilla de racionamiento viviría un año
más.
La película tuvo un éxito nacional e internacional. Estuvo
presente en el Festival Internacional de Cine de Cannes en 1951, pero no
alcanzó el Gran Premio que fue a parar a Milagro en Milán de Vittorio De Sica. Aquí,
en España, el público apoyó la película y el Sindicato Nacional del Espectáculo
la regó con 150.000 pesetas (de la época) que cubrían buena parte del coste
total de la cinta.
Mas allá de 1951, Escobar volvió a las tablas. Le interesaba mucho
más el teatro y el contacto con los actores y con el público. Decía que, en el
teatro, todo era mucho más directo y auténtico. Sólo volvió al cine de la mano
de Berlanga y como actor parodiándose a sí mismo. Sólo con esta película
merecería figurar en el catálogo de director ilustres del cine español.
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