EL ÚLTIMO CABALLO (1950) – EDGAR VENILLE– LA REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO DE NEVILLE
Está considerada como una de las cien mejores películas de la
historia del cine. Y figura entre las 26 mejores comedias españolas. Pertenece
al “gran ciclo” de Neville, cuando el director falangista se encontraba en la
cúspide de su obra creativa. Además, podía permitirse el lujo de filmar y decir
lo que quisiera: y eso hacía. Por tanto no puede extrañarnos que la película,
que empieza siendo una comedia con ribetes realistas termine siendo una
protesta contra el mundo moderno. La escena en la que Fernán Gómez, Conchita
Montes y José Luis Ozores, en torno a una botella, glosan el mundo que fue y ya
no será, en plena melopea, constituye uno de los grandes manifiestos contra la
modernidad.
FICHA
TITULO: El último caballo
AÑO: 1950
DURACIÓN:74 minutos
DIRECTOR: Edgar Neville
GÉNERO: Comedia
ARGUMENTO: Un soldado de caballería
da los ahorros que tenía reservados para casarse para comprar el caballo que e
ha acompañado y que iba a ser sacrificado. A partir de su salida del cuartel,
todo son problemas para poder mantener el caballo. Finalmente, gracias a un
antiguo amigo, bombero, y a una florista, consiguen rentabilizar el caballo y
hacer viable su presencia.
ACTORES: Fernando Fernán Gómez, Conchita Montes, José Luis Ozores, Julia Caba Alba, Mary Lamar, Julia Lajos, Fernando Aguirre, Manuel Arbó, Manuel Aguilera, Rafael Bardem, Antonio Ozores
CLIPS
CLIP 1 – CRÉDITOS Y VISTAS DEL MADRID ANTIGUO
CLIP 2 – “ESTO SE HA ACABADO
CLIP 3 – EL ORIGEN DEL PROBLEMA
CLIP 4 – CUADRAS CONVERTIDAS EN GARAGES
CLIP 5 – NOVIA Y SUEGRA, ADIOS
CLIP 6 – EL ENCUENTRO CON LA FLORISTA Y EL BOMBERO
CLIP 7 – NUNCA VENDIDO COMO CARNE VIEJA
CLIP 8 – RASTROS DE CABALLO EN EL CUARTEL DE BOMBEROS
CLIP 9 – CUANDO LAS COSAS PARECEN ARREGLARSE
CLIP 10 – BUCEFALO EN LA CORRIDA DE BENEFICENCIA…
CLIP 11 – EL MANIFIESTO DE LA PELÍCULA: “ABAJO LOS CAMIONES” (EN
EL “BAR LA CRUZADA”)
CLIP 12 – ESTÁ BIEN, LO QUE TERMINA BIEN (EN LOS CAMPOS DE ALCALÁ
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
En FlixOlé: EL
ÚLTIMO CABALLO
En youTube: EL
ÚLTIMO CABALLO
En TokyoVideo: EL ÚLTIMO
CABALLO
En eMule: EL
ÚLTIMO CABALLO
Lo menos que puede
decirse sobre EL ÚLTIMO CABALLO
Lo primero que puede decirse sobre esta película es señalar a los “promotores
culturales” y acusarlos de escamotear una joya de nuestro cine. Como si se quisiera
mantener oculta una película que, aparentemente, parece inofensiva, es incluso “soft”,
pero, termina encerrando un mensaje ecologista, veinte años antes de que esta
fauna apareciera en la historia, contrario a las emanaciones de los vehículos
de motor, cincuenta años antes de que a alguien le preocupara la materia, y así
sucesivamente. Por sí misma, esta película desdice la frase de Bardem sobre lo
inane de nuestro cine durante el franquismo: no solo no era “políticamente
estéril”, sino que además, se adelantaba a su tiempo.
Si tenemos particular predilección por esta película no es porque
en la apareciera un “trío de ases” protagonizándola (Fernán Gómem Conchita
Montes, José Luis Ozores), sino porque el guion es genial y en él aflora “todo
Neville”. El director e intelectual falangista aparece tal cual es: sin
limitaciones, echa los restos, no solo en el planteamiento inicial de la
película (un mundo que termina con la temática del caballo, superviviente de
otra época, que nadie sabe dónde “aparcar”, ni alimentar), sino en el verdadero
manifiesto que los tres protagonista realizan en torno a una botella de vino.
Me recuerda esa escena al Quijote: en el fondo, los tres protagonistas,
fundidos, son el nuevo Quijote: Fernán Gómez, el hombre que sacrifica su
felicidad y su futuro por amor a lo imposible: mantener un caballo en el Madrid
de la postguerra, cuando las cuadras se habían transformado en garajes y cada
día se matriculaban más vehículos de motos; Conchita Montes, que ya no es la
idealizada Dulcinea del Tobos, sino una muy real florista, solidaria con las
causas justas, y, finalmente, el bombero que pone en peligro su puesto de
trabajo y termina perdiéndolo, pero con la satisfacción de seguir la “causa
justa”. Y la “causa justa” es una locura quijotesca que, por un casual y porque
la ética que propagaba el franquismo era así, termina bien. Casi idílicamente.
El Quijote, como el protagonista de El último caballo, es alguien
que está fuera de su tiempo. Todo gira, obsérvese, en torno a la figura del
caballo. El Quijote es alguien cuyo cerebro vive en el tiempo en el que el
caballero andante era un recuerdo de uno o dos siglos antes. Se identifica con
él, porque su ética le gusta mucho más que la de su tiempo, cuando el Imperio
se había consolidado y la fiebre del oro calaba profundo en la sociedad. El “Fernando”
de El último caballo, es el ex soldado que ha prestado servicio en
caballería. Su unidad será transformada en un regimiento motociclista. Pero la
nueva e inanimada montura a pistón, no le satisface. Sabe que su caballo
-Bucéfalo, nombre del caballo de Aljandro de Macedonia, el Grande para Europa-
será entregado a un concesionario del a plaza de toros de Las Ventas y
sacrificado en la corrida de la Beneficencia. Y se niega a que el animal que le
ha acompañado durante dos años tenga ese final. Es un inconformista, alguien
que no acepta que el mundo esté gobernado por intereses económicos ni por la
idea de progreso. Para él, un trozo de hierro, expulsando gas por el tubo de
escape, no es progreso: es la difusión de lo insano. Y se niega. Él es un
jinete y Bucéfalo es su caballo. Son todo uno. Y a esa unidad está dispuesto a
sacrificarlo todo. Incluso su futuro.
La presencia del caballo, pone a “Fernando” constantemente en un
brete. Primero con su casera. Luego con su novia. A fin de cuentas, ha gastado
el dinero que tenía ahorrado para casarse, en la compra del caballo. Su jefe,
le da un salario mezquino que no le da ni siquiera la posibilidad de alimentar
a Bucéfalo con pienso. Y, además, para salvar el caballo, termina perdiendo el
empleo. Ya no tiene, ni novia, ni trabajo. Es un paria. Pero le queda dignidad
y amistad de “Simón, el bombero” y, también, el concurso de gente de bien. Como
“Isabel”, la florista. ¿Qué más necesita? Con ellos, el protagonista emprenderá
su particular lucha “contra el mundo moderno”.
La película tiene una vertiente costumbrista que no puede dejarse
de lado. Nos muestra el Madrid de 1950: el Madrid antiguo estaba muriendo. Los
negocios todavía iban a cámara lenta y se vivían los últimos coletazos del “aislamiento
internacional”. La economía contaba con poca energía. Todavía no se habían
abordado los “planes de desarrollo”, ni las piezas legislativas que permitirían
la recuperación económica diez años después. Pero llegaban las modas de fuera.
Y los vehículos. Y lo primeros turistas, cada uno por su cuenta. Sorprende ver
las escenas de la Plaza de Oriente o del centro de la ciudad sin apenas
vehículos: las Ventas, la Cava Baja, Cuchilleros, Cibeles, Callao, y muchos
otros sitios que solamente reconocerán ya los madrileños que hayan cumplido más
de 80 años, aparecen tal cual eran (y ya no son).
La película se rodó en Madrid, pero las escenas “rurales” se
filmaron en Alcalá de Henares. Y se diría que estamos en la Arcadia feliz. Allí
los caballos pueden pastar, los campos sirven para cultivar flores. Los
chamizos pueden convertirse en palacios y la acelerada vida madrileña pasa allí
a ser el sinónimo de deleite, autosuficiencia y felicidad. Así termina la
película y las vicisitudes de los protagonistas. “Isabel” y “Fernando”, los dos
protagonistas, haciendo gala a sus nombres “muy católicos”, no se besarán ni
una sola vez, pero entre ellos ha surgido el verdadero amor. Las buenas gentes
tienden a aproximarse y a reconocerse. Los personajes interesados, éticamente
reprobables, representados por la novia de “Fernando” y su madre, por el jefe
de la oficina, por el director del cuartel de bomberos, han quedado atrás. Los “buenos
viejos tiempos” han podido volver a ser realidad, ya no en el centro de España,
sino un poco más lejos, en un Alcalá de Henares del que podía irse y venirse en
carromato.
El manifiesto final de los tres protagonistas, en torno a la
botella de vino merecería titularse “Abajo los camiones – Viva el mundo antiguo”.
De hecho, es el leit-motiv de la escena. Vale la pena verlo, volverlo a ver,
memorizarlo y asimilarlo porque es más importante que toda las leyes escupidas
por los parlamentos y todos los aburridos mamotretos intelectuales “críticos”.
Al ver la película, como al leerse el Quijote, los protagonistas
pueden parecer inadaptados, pero, a poco que examinemos más detenidamente lo
que estamos leyendo o viendo, nos daremos cuenta de que es la sociedad la que
se ha deformado. Los protagonistas, el Quito, “Fernando”, “Isabel”, “el bombero”,
sin “auténticos” que quieren una sociedad con “raíces”. Aspiran a que lo que
tenga que cambiar, cambie, pero que sea un cambio “a mejor”, no que los cambios
terminen alterando completamente los valores y las estructuras sociales y, de
repente, tengamos utilitario propio a cambio de perder familia, dignidad,
trabajo, patria, porque, a fin de cuentas, la Patria es todo eso unido: la tradición
como denominador común y factor de identidad.
Hay que agradecer a Neville que, en el lejano 1950 -¡hace ya 72
años!- en plena postguerra y dentro del franquismo, se diera cuenta de los
problemas que estaban apareciendo en ese momento. Se había ganado una guerra,
pero se estaba perdiendo la paz. Dentro del franquismo, que se las daba de
defender los valores tradicionales, estaban apareciendo tendencias y formas
culturales que iban en contra de los valores propuestos y que, darían lugar a
contradicciones insuperables que se saldaron con la desaparición del franquismo
apenas un cuarto de siglo después de rodada esta cinta.
Personalmente, definiría a El último caballo como “la
primera película ecológica española”, a la altura de cualquier otra que haya
dirigido Berlanga y con el mismo calado crítico e irónico. La pregunta es: ¿cómo
es posible que esta película sea absolutamente desconocida para las nuevas
generaciones y el nombre de su director minimizado e, incluso, olvidado?
Respuesta: porque para la crítica “progre”, no hay cine español digno de
recordarse salvo el de aquellos directores que en ningún momento de su carrera
se comprometieron con el franquismo (o, como es el caso de Neville, más que con
el régimen, con sus valores teóricos). Créanme, no pierdan el tiempo: si no
conocen el cine de Edgar Neville, véanlo. Verán que es mucho más actual, ácido
y crítico que el realizado en esta España agónica y terminal del
pedrosanchismo.
Otros enlaces:
CINE
-> TEATRO -> CINE: LOS VASOS COMUNICANTES DE EDGAR NEVILLE – M. Angeles
Rodríguez Sánchez.
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