LAS CRUELES (1969) – Vicente Aranda – En ruptura con la “Escuela de Barcelona”
Vicente Aranda era en 1969 un director prometedor. Su nombre había
estado vinculado a la llamada “Escuela de Barcelona” (que pretendía ser algo
así como la “Nouvelle Vague” a este lado de los Pirineo, pero se quedó en un
círculo de clientes de Boccacio, la que hoy llamaríamos “izquierda caviar” y
que, entonces se autoelevaba atribuyéndose la condición de “gauche divine”.
Aranda, que había nacido cinematográficamente al calor de esta “escuela”,
pronto se dio cuenta de que, si quería vivir del cine, debía realizar productos
más comerciales y digeribles para el público. Como Las Crueles…
FICHA
TITULO: Las crueles
AÑO: 1969
DURACIÓN: 108 minutos
DIRECTOR: Vicente Aranda
GÉNERO: Intriga
ARGUMENTO: Thriller
ACTORES: Carlos Estrada, Teresa Gimpera,
Capucine, André Argaud, José María Blanco, Mique Bordoy, Manuel Bronchud, Luis
Ciges, Eduardo Doménech, Víctor Israel, Luis Induni,
CLIPS
CLIP 1 – UNA CHICA ANTE LA VÍA DE UN TREN DE CERCANÁS (Y LOS
CRÉDITOS)
CLIP 2 – EL EDITOR, EL ESCRITOR PELMAZO Y EL PAQUETE RECIEN
RECIBIDO
CLIP 3 – UN SEGUNDO PAQUETE MÁS INQUIETANTE QUE EL PRIMERO
CLIP 6 – UNA MISTERIOSA MUJER
CLIP 7 – UN CHUTE DE ÁCIDO LISÉRGICO
CLIP 8 – UNA MUJER DESNUDA EN LA NEVERA
CLIP 9 – EL DESPERTAR DEL COLOCÓN
CLIP 10 – LIGANDO DESESPERADAMENTE
CLIP 11 – ¡QUE BONITO ES EL AEROMODELISMO!
CLIP 12 – UNA PROPOSICIÓN ENTRE DOS MUJERES
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A TRAVÉS DE EMULE: LAS
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En FlixOlé: LAS
CRUELES
Lo menos que puede
decirse sobre LAS CRUELES
En 1965, Vicente Aranda había filmado Fata Morgana que, por lo
general, es considerada como la primera película “importante” de la “Escuela de
Barcelona”. Lo filmado antes por Jaime Camino (Los felices sesenta,
1964), por Jacinto Esteva (Lejos de los árboles, 1963) o los
documentales de Joaquín Jordá (Día de los muertos, 1960) y de
Esteba (Notes sur l’emigration, 1960), fueron casi anécdotas y,
en cuanto a Ditirambo vela por nosotros de Gonzalo Suárez que se filmó
el año siguiente (1966), tiene más de Suárez que de “escuela” alguna. El caso
es que en la segunda mitad de los sesenta, un grupo de “niños bien” habían
coincidido en la boite Boccacio. Eran “opositores” al franquismo, pero
tranquilos, sin ganas de comprometerse íntimamente con ningún movimiento
clandestino. Santiago Carrillo todavía no había acuñado aquella expresión de “trabajadores
de la cultura” y parecía casi ridículo que a aquel grupo de “niños” se le
atribuyera un término así. Les convenía, más bien, el de “diletantes”. Hablaban
de cine y estaban al tanto de lo que se cocía en el extranjero, especialmente
en Francia. Les encandilaba la “Nouvelle Vague”, y querían hacer algo así desde
el subterráneo de Boccacio. La prensa especializada -Fotogramas
en concreto y, algo más tarde Triunfo- solían hablar de ellos. Querían
hacer algo. Y lo primero que hicieron fue trazar una frontera en el Ebro: a
este lado “Escuela de Barcelona”, en el otro “cine mesetario”.
Tenían razón en criticar duramente el cine que empezaba a
generalizarse en aquellos años: películas folklóricas, comedias
intrascendentes, dramas rurales, cine religoso… Pero olvidaban o querían
olvidar, el gran cine que también se estaba haciendo en esos mismos momentos,
incluso a unas cuantas paradas de bus de Boccacio. Veían el “cine
mesetario” con sus anteojos particulares de color rojillo. Y hablaban, y
hablaban. Todos eran amigos, todos colegas, todos se conocían, ellos y sus
mujeres. En aquel España del desarrollismo, pretendía ser una visión crítica
desde su trinchera privilegiada.
No busquéis grandes películas en la “Escuela de Barcelona”.
Nombres conocidos, casi legendarios, todos los que queráis. Imaginación, alguna
(Cuadecuc, por ejemplo, de Pere Portabella fue una experiencia
interesante en 1970). Algunos habían intentado irrumpir en el cine comercial,
fracasando estrepitosamente, antes incluso del estreno de la cinta (tal es el
caso de Tuset
Street). Uno de los que terminó saturado de discusiones en Boccacio
y quería elaborar un cine más amplio, luminoso y abierto al gran público, fue
Vicente Aranda. Y probó suerte con Las crueles. A pesar de que
esta película se vincula a la “Escuela de Barcelona”, lo cierto es que apenas
puede incluirse por los pelos en esta catalogación. Acaso lo que le une a ella
es la presencia de Teresa Gimpera como co-protagonista, una de las musas de
Boccacio y recurso habitual del “cine experimental” de la época y el hecho de
que su nombre estuviera vinculado a Fata Morgana, casi un
manifiesto del grupo.
La película se resiente todavía de un evidente oscurantismo. Le pesan
-como al Saura de la época y de los diez años siguientes- el freudismo y cierta
búsqueda, a través de los elementos eróticos permitidos en la época, de efectismo.
Pero, el caso es que la película arranca bien, incluso con escenas que
contribuyen a aumentar el interés del espectador, pero, hacia medio tramo, da
la sensación de que se ha perdido el rumbo. El guion, hay que decirlo, parte de
la novela de Gonzalo Suárez Bailando para Parker. Y, al final, la impresión que
queda es que hemos visto algo parecido, con un ordenamiento mucho más lineal,
en Las Diabólicas (1955) de Henry Clouzot.
No es una mala película, en absoluto. Incluso está muy bien
interpretada por Carlos Estrada y por los tres rostros femeninos que le
acompañan. Lo que ocurre es que Vicente Aranda estaba buscando formas para
expresar su cine, iba probando vías para llegar a un cine más amplio que fue
comprendido más allá de la doble puerta de entrada de Boccacio y estaba “on
the road”. Aranda, como vemos en esta cinta, se ha deshecho de los elementos
surrealistas que acompañaron a la Escuela de Barcelona, sustituyéndolos por
elementos propios del cine negro e incluso, por alguna escena propia de
comedia. El ácido (LSD, que había penetrado con fuerza entre los mas
sofisticados de la Barcelona de finales de los 60) está presente en la cinta,
casi como un intento de colar con calzador los elementos surrealistas, evidente
concesión a la “Escuela de Barcelona”
La historia comienza con una joven minifaldera que va arrojarse a
la vía de un tren de cercanías. Un buen comienzo. Nos sugiere que, en las
escenas siguientes vamos a ver cómo una chica tan maja como esa ha llegado a ese
extremo. Y nos encontramos con un editor que recibe en su oficina una mano cortada…
de cera. Cree en principio que se trata de un efecto dramático enviado por un
autor de novelas de terror. Pero no es así. Luego, en su casa -está casado y
tiene dos hijos- recibirá otro paquete. Su mujer parece sospechar. No tardará
en aparecer una misteriosa y sofisticada mujer con una mano derecha protésica -papel
interpretado por Capucine, una de las actrices más sofisticadas de la época, cotizada
supermodelo, discreta actriz pero presente en grandes filmes de la época- que
contactará, primero con el editor, luego con su mujer. Entonces sabremos quién
era la chica que iba a suicidarse en la primera escena. Sabremos cómo la
misteriosa mujer conoció a la suicida y la redimió de la tiranía a la que un
charlatán la tenía sometida, sabremos qué ocurrió después de la primera escena
y porque se puso en contacto con la esposa del editor… (no pretendemos hacer spoiler,
por supuesto, así que tendrán que ver la cinta).
La película tuvo cierto éxito en España y consolidó el nombre de
Aranda. El hecho de que, en una de las escenas apareciera una mujer desnuda en
el interior de una nevera (casi un desnudo casto, pero no por ello, menos
erótico), fue unánimemente elogiado (incluso malas lenguas comentaron que
contribuyó a elevar la venta de neveras mucho más que un anuncio de TVE). En
Francia -país en el que Las crueles, evocaba demasiado
directamente el de Las Diabólicas- se cambió el título por el de El
cadáver exquisito que hacía alusión a ese juego surrealista muy conocida
aun en el vecino país.
La película es importante también porque demuestra como en el Boccacio
de los 60, la mujer ya tenía la iniciativa sobre el varón: el papel inicialmente
protagonista de Estrada, resulta absolutamente relegado a segundo plano por las
tres protagonistas (la Gimpera, Capuccine y Judy Matheson, su primera actuación
importante) que, hacia mediados de la cinta ya lo han eclipsado completamente. El
´personaje de Estrada, poco a poco, se va demostrando que no es más que un
títere en manos de una esposa perversa, una desconocida sofisticada hasta las
trancas y una amante caprichosa e inestable. El pobre editor, cada vez a mayor
velocidad, se desliza por la pendiente de la locura y la histeria. Por todo
ello, la película, casi prefigura una de las tendencias del cine actual:
mujeres fuertes que se imponen a hombres débiles.
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