LA CASA DE LA TROYA (1959) – Rafael Gil – Estudiantes old style…

 

Alejandro Pérez Lugín escribió en 1915 esta novela que gozó de una extraordinaria popularidad en la primera mitad del siglo XX. Prueba de ello es que, entre 1936 y 1959, fue llevada al cine en cuatro ocasiones, algo inédito en la historia de la literatura. La película nos lleva a Santiago de Compostela y a una pensión de estudiantes de finales del siglo XIX. Es una historia de juventud, de “estudiantina” y de amor, lamentablemente olvidada en nuestros días. El guion fue elaborado por Rafael García Serrano.

FICHA

TITULO: La Casa de la Troya

AÑO: 1959

DURACIÓN: 94 minutos

DIRECTOR: Rafael Gil

GÉNERO: comedia romántica

ARGUMENTO: Un estudiante madrileño es enviado por su padre a la Universidad de Santiago de Compostela para que acabe sus estudios. Allí se relaciona con un grupo de alumnos que viven en una pensión popular. A pesar de que, inicialmente, se encuentra incómodo y desplazado en Santiago, poco a poco, se va integrando y conoce el amor.

ACTORES: Arturo Fernández, Ana Esmeralda, José Rubio, Julio Riscal, Rafael Bardem, José María Tasso, José Isbert, Félix de Pomes, Manuel Gil, Ricardo Tundidor, Cándida Losada, Manolo Morán, Emiliano Redondo, María Isbert, Félix Fernández,

 

CLIPS

CLIP 1 – CRÉDITOS Y CORISTAS


CLIP 2 – UN VIEJO PROFESOR Y UN NUEVO AMOR


CLIP 3 – PINCELADAS DE LA VIDA ESTUDIANTIL


CLIP 4 – ¡AHÍ VA LA ESTUDIANTINA!


CLIP 5 – EL BAILE: ESTUDIANTES Y BURGUESES


CLIP 6 – LA VIDA DE UN ESTUDIANTE ENAMORADO


CLIP 7 – LA MUERTE DEL PADRE DE LA NOVIA


CLIP 8 – LOS HAY QUE NO SABEN BEBER


CLIP 9 – SOLIDARIDAD ESTUDIANTIL


CLIP 10 – VISITANDO [FURTIVAMENTE] A LA NOVIA EN EL CONVENTO


CLIP 11 – NUNCA MÁS VOLVEREMOS A SER ESTUDIANTES



Carteles y programas

 

 

 




Cómo localizar la película

A TRAVÉS DE EMULE: LA CASA DE LA TROYA (en formato AVI)

A TRAVÉS DE EMULE: LA CASA DE LA TROYA (en formato MKV)

En FlixOlé: LA CASA DE LA TROYA

 

Lo menos que puede decirse sobre LA CASA DE LA TROYA

Resulta inédito en la historia del cine que en apenas 23 años, se filmasen cuatro versiones de una misma novela: la de 1936, estrenada poco antes del estallido de la guerra civil y dirigida por Adolfo Aznar y Juan Vila Vilamata; la de 1947, dirigida por Carlos Orellana y con matrícula mexicana; la de 1925, todavía muda, sobre todo valiosa por lo que tiene de consideración a las tradiciones gallegas y cuyo guion fue elaborado por el mismo Pérez Lugín, autor de la novela y, finalmente, la que comentamos, de 1959, sin duda, la mejor de las cuatro adaptaciones del texto original.

Pérez Lugín, autor gallego, residente en Santiago de Compostela como estudiante de derecho y luego instalado en Madrid donde inició una próspera carrera como periodista (fue corresponsal de guerra en Marruecos) y novelista (además de La Casa de la Troya escribió Currito de la Cruz sobre tauromaquia), es hoy un autor lamentablemente olvidado, pero que hace cien años gozaba de una extraordinaria popularidad. Era un escritor que solamente novelaba aquello que conocía a la perfección. Interesado por el toreo, Currito de la Cruz, publicada en 1921, consagró su fama literaria), pero su mejor novela -en nuestra opinión- fue precisamente La Casa de la Troya en donde retrata a los personajes que conoció y los paisajes que frecuentó durante su estancia como estudiante en Santiago.

La novela, muy del gusto del siglo, tiene como principal mérito, el describir la vida de los estudiantes de la Universidad de Santiago a finales del siglo XIX. La “estudiantina” (el grupo de estudiantes vestidos a la manera de los estudiantes del pasado y comando instrumentos musicales, la “tuna”) era algo tan real como las hermandades de estudiantes alemanas que combatían con florete o las fraternidades del Barrio Latino de París en las que prosperó Action Française. Este tema se mezcla hábilmente con las costumbres tradicionales gallegas que constituye el tema de fondo sobre el que transcurre una historia de amor bastante convencional: chico adinerado pero frívolo se enamora de chica adinerada pero sensata cuyo amor y promesa de matrimonio solo obtiene después de que finalice sus estudios y corone su carrera. La novela, hoy, sería difícil lectura, para un joven, pero hace cien años fue uno de los libros más leídos por nuestros padres y abuelos.

La película de Rafael Gil tuvo su razón de ser: la primera versión de la novela era muda, el cine estaba todavía en pañales y faltaba experiencia en el lenguaje cinematográfico; la película de 1936 apenas pudo verse: el horno no estaba para bollos y los actores que habían participado, habían sido olvidados; la de 1947 se filmó en México y, desde allí, era muy difícil reproducir el contexto en el que se desarrolla la novela; no fue un gran éxito y ni siquiera hoy es recordada en la biografía que le dedica Wikipedia a Carlos Orellana, director de la cinta. Así que Gil vio la ocasión que ni pintada: para el papel protagonista contó con un joven actor, Arturo Fernández, que hasta entonces había rodado una docena de películas, acompañándole siempre el éxito y el fervor del público. Para el papel femenino eligió a Ana Esmeralda (a la que hoy podemos felicitar a sus 92 años), una actriz que se apartó de las cámaras en 1965, para dedicarse en cuerpo y alma al ballet, como fundadora de una compañía, coreógrafa y profesora de flamenco. El resto del reparto estaría formado por rostros muy habituales en el cine de entonces. Pepe Isbert sería el excéntrico catedrático de derecho, José Rubio, Julio Riscal, Manuel Gil, Ventura Oller, los estudiantil jacarandosos y Rafael Bardem en severo padre.

Lo que, en principio, parecía una película convencional de amoríos difíciles que triunfan, se convierte en una pieza antropológica cuyo interés supera, incluso, el de la fama literaria que vivió el libro original: folklore, costumbres, estructura social y tradiciones gallegas y estudiantiles. No es poco. Pero, sí, además, la película nos ofrece buenas interpretaciones, paisajes muy conocidos tal como se veían a mediados del siglo XX y la historia fluye alternando instantes de amores acaramelados, con el jolgorio, la camaradería y la solidaridad estudiantil, tenemos una cinta que ha perdido poco en los sesenta y tantos que lleva a la espalda y nos permite establecer el salto al vacío de un ayer no tan lejano a un presente poco esperanzador. Gil acentúa los rasgos humorísticos del relato original y logra que una novela romántica, se convierte en una pieza divertida especialmente cuando retrata a los estudiantes gallegos.

A través de los fotogramas, veremos a un hijo de papá “gallardo y calavera”, habitual de los tugurios y de la vida frívola capitalina, que no un palo al agua en sus estudios. Su padre, desesperado, le envía a la Universidad de Santiago que tenía, entonces, el único mérito de ser la más alejada de Madrid. Al llegar solo busca fugarse. Le aburre Santiago, le agobia su pequeñez y le repugna su clima húmedo y la falta de alicientes para un joven. Pero, buena parte de sus compañeros viven -o malviven, siempre cortos de dinero- en una pensión en la calle de Troya (de ahí el título de la novela). La relación con estos compañeros, poco a poco, se va tornando más fluida y agradable para el protagonista que, casualmente, conoce a una joven gallega de la que se enamorará perdidamente. Ésta, inicialmente, tiene a su pretendiente como otro estudiante más que acabará sus estudios y la olvidará. Le exige, si quiere seguir adelante con la relación, que termine sus estudios. A partir de ese momento, el protagonista se enfrasca en el estudio hasta concluir su carrera. Sin embargo, el padre de la joven ha muerto y ella queda a cargo de sus tíos que tratan por todos los medios de manipularla, impidiendo la relación con el joven, hasta que, finalmente, triunfa el amor.

La habilidad con la que Gil ha reconstruido el guion hace que cada escena suponga una ruptura con la anterior y la introducción de nuevos elementos que convierten la película en entretenida, amena, divertida y con todo tipo de situaciones: desde peleas a estacazos entre estudiantes y lugareños, hasta soliloquios del “viejo profesor” (Isbert), desfiles de la estudiantina con las canciones tradicionales, manos a mano entre padres e hijos, escenas de cortejo de muchachas por parte de los estudiantes, muestras de solidaridad y de amistad entre ellos, como también de hambre y de picaresca.

Si a alguien le interesa saber cómo eran los estudiantes de hace cien años, esta película se lo mostrará con tanto entusiasmo como nos muestra costumbres y tradiciones gallegas hoy ya desaparecidas.

Una buena cinta, una cinta que no ha perdido con el paso del tiempo.

 

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