ELLA Y EL MIEDO (1964) – León Klimovsky – El género negro que termina y el fantaterror que comienza
Klimovsky, argentino, afincado en España desde mediados de los 50,
era un director ecléctico. Se atrevía con cualquier cosa: desde llegar a la
pantalla clásicos de la literatura universal, hasta filmar un western, desde
películas de explotación comercial, a cine patriótico español, pasando con
culebrones, películas de terror y, en fantaterror. En muchos de sus trabajos,
los géneros se mezclan, como en este, Ella y el miedo, en que lo que es,
inicialmente, una película de género negro, se convierte en una cinta de
suspense con ribetes de terror.

FICHA
TITULO: Ella y el miedo
AÑO: 1964
DURACIÓN: 87 minutos
DIRECTOR: León Klimovsky
GÉNERO: negro
ARGUMENTO: Una joven, al salir del
trabajo, presencia un asesinato en un descampado. El asesino se de cuenta de
que ha sido visto y sigue a la chica a su casa, pero no puede entrar. A partir
de ese momento y, a pesar de haberse desplazado a otra ciudad, la mujer vive
presa del pánico, en estado de alerta por la presencia de extraños y,
finalmente, es localizada por el asesino.
ACTORES: May Heatherly, Virgilio
Teixeira, George Rigaud, Luis Martin, Jesús Puente, María Vico, José Riesgo, Paco
Morán, Ángela Pla, Rafaela Aparicio, Luisa Rosa de la Torre, Emilio García
Doménech, Rafael Ibáñez.
CLIPS
CLIP 1 – SITUACIÓN INICIAL Y CRÉDITOS
CLIP 2 – UN CRIMEN EN LA PENUMBRA
CLIP 3 – EL ENCUENTRO CON UN BUEN SAMARITANO
CLIP 4 – EN LA SOLEDAD, EL MIEDO SE ACENTÚA
CLIP 5 – UN POLICÍA PATERNALISTA Y EFICIENTE
CLIP 6 – ALEJANDOSE HACIA UN PUEBLO PERDIDO
CLIP 7 – UNA BODA ¿PRELUDIO DE LA FELICIDAD?
CLIP 8 – LA SENSACIÓN DE SENTIRSE OBSERVADA QUE NO CESA
CLIP 9 – EL HOMBRE DE LOS ZAPATOS AMARILLOS
CLIP 10 – ¿Y SI EL MARIDO ESTÁ COMPINCHADO CON EL ASESINO? RETORNO
A MADRID
CLIP 11 – DE NUEVO EN EL CABARET Y EN LA NOCHE MADRILEÑA
CLIP 12 – EL PELIGROSO ASESINO ESTÁ A PUNTO DE SALIRSE CON LA SUYA
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A TRAVÉS DE EMULE: ELLA
Y EL MIEDO (en formato AVI)
Lo menos que puede
decirse sobre ELLA Y EL MIEDO
El año 1964 fue muy bueno para el cine español. Fernando Fernán Gómez
estrenó con éxito El
extraño viaje, Francisco Regueiro, en su condición de “cineasta
maldito”, lanzó Amador,
Miguel Lluch nos llevó a la España profunda del caciquismo con Crimen,
incluso Jesús Franco dio una muestra de “buen hacer” con Rififí
en la ciudad, acaso una de sus películas más aceptables; y no
resistimos a mencionar una de las primeras películas de Carlos Saura, Llanto
por un bandido, no tanto por su calidad, como porque el bandido en
cuestión se llamaba “Pedro Sánchez”… Buena parte de este cine era discreto,
honesto, austero, pero siempre digno, adjetivos que también cabe sumar a Ella
y el miedo, la película de Klimovsky que comentamos hoy.
Klimovsky fue un personaje curioso en el cine español. Argentino
de nacionalidad y judío de origen (su hermano Salomón es todavía recordado como
uno de los más eminentes epistemólogos que dieron las llanuras de aquel país),
era, lo que podríamos llamar, un “director errante”. Había filmado en varios
países iberoamericanos, en Italia y en Egipto y, a mediados de los años 50,
recaló en España. En su país había sido pionero del cineclub y se había
especializado en la adaptación de clásicos de la literatura mundial: El
jugador de Dovstoievski, El conde de Montecristo de
Dumas, El túnel de Ernesto Sabato… Era el clásico “hombre
orquesta” tan habitual en las primeras décadas de la historia del cine:
director, guionista, productor, asesor literario, asistente de dirección… Lo
que hiciera falta. Cumplía y pronto adquirió fama de eficiencia en las
cinematografías iberoamericanas. Además, era un todoterreno, salía airoso de
cualquier género en el que participara. Hizo grandes películas (La
paz empieza nunca, por ejemplo, es una muestra de cine patriótico
español, en la que demostró ser “más español” que muchos españoles); su nombre
está asociado al cine del terror (a partir de La
noche de Walpurgis), se adelantó a la cuestión trans en el
tardofranquismo con Odio
mi cuerpo. Si su carrera cinematográfica está hoy devaluada es
porque accedió a filmar cine de “explotation”, westerns de poco lustre y
adaptaciones de seriales radiofónicos que preludiaban los denostados culebrones
iberoamericanos…
En ella y el miedo, incursiona
en el “género negro español”. Introduce en la trama, la clásica localización
del cabaret nocturno, es extremadamente efectista, juega con los claroscuros,
desplaza la trama a un pueblo de la España profunda con gentes inofensivas y
joviales en donde acentúa los rasgos del terror de la protagonista y,
finalmente, regresa al cabaret sin pensar que se va a exponer al asesino. Menos
mal que ahí está un policía previsor y paternalista que le salva, in extremis,
la vida. El suspense, la duda sobre quién es el criminal, los giros
inesperados, las situaciones de terror que convierten esta película en una
especie de eslabón intermedio entre el “género negro español” (ya entonces en pendiente
descendente: el año anterior se había proyectado A
tiro limpio que marca la cúspide tardía del género) y el “fantaterror
español” (todavía en pañales pero que irá descollando en la segunda mitad de
los 60 y ganará importancia en el tardofranquismo).
¿Qué nos cuenta Klimovsky? Vamos a seguir la peripecia de una
chica que por azares de la vida trabaja en el espectáculo ofrecido por un
cabaret. Es diferente al resto de sus compañeras. El bailarina profesional y no
“alterna” con los clientes. Además, tiene novio formal. Se va a casar.
Klimovsky nos muestra el última día en el que trabajará en el cabaret. Se
despide de sus compañeras que se saben diferentes a ella. Se escribirá con una,
pero no volverá por allí. No logra coger un taxi esa noche y decide llegar a su
casa caminando. Vive con una amiga. Atraviesa la ciudad a oscuras, barrios poco
iluminados, algún descampado, ruinas. En la ruta oye unos gritos, ruidos y la
escena de un hombre asesinando a una mujer. Queda inmovilizada por el miedo. De
pronto, el asesino advierte su presencia y corre hacia ella. Eso le da fuerzas
para huir, pero el asesino es implacable, la sigue en la noche madrileña, sin
M-30 y sin apenas faroles. Cuando el asesino está cerca, le ciega la luz de un
coche. Es su salvador (¿lo es?). Sus palabras, en cualquier caso, la tranquilizan.
Le acompaña a su casa y, a partir de ese momento, vive una situación de terror
permanente, pendiente de cualquier ruido, del sobresalto de una llamada de
teléfono o de un ruido sospechoso en la puerta.
Esa misma noche, se presenta en el piso. Ella le cuenta lo que ha
visto: él le recomienda llamar a la policía. Cuando aparece el comisario
encargado de la investigación, vemos a un hombre paternalista y preocupado por
lo que escucha. Tiene la sensación de que el asesino es alguien pertinaz y
cruel que no cesará en su empeño de liquidar a la única testigo de su crimen.
Así pues, la bailarina y su novio optan por irse al pueblo de él. Se van a
casar y a vivir allí, así que, ante el riesgo, mejor adelantar el viaje. La
boda los convierte en una familia feliz. Parece haberse disipado el miedo y,
sin embargo, sigue latente. Se ve seguida, se cree observada, perseguida, está
convencida de que el asesino ha conseguido localizarla. Sobre todo cuando se da
cuenta de que un misterioso individuo con zapatos amarillos, aparece
constantemente allí donde va. Su marido, con el tiempo, empieza a dudar de la
estabilidad mental de su mujer: ¿no será que es víctima de una obsesión
paranoica? Sus sospechas aumentan cada vez más hasta que, tomando una copa, se
cruza con un hombre con zapatos amarillos. Se encara con él, acaban en
comisaría y diluidas las sospechas, incluso hacen buenas migas. La mujer se los
cruza y empieza a sospechar que también su marido tiene algo que ver en el
crimen y le está ocultando algo. Esa misma noche, hace las maletas y vuelve a
Madrid. Trabajará de nuevo en el cabaret, pero, de nuevo el miedo la persigue:
en la soledad del metropolitano madrileño vuelve a encontrar al hombre del calzado
amarillo. La persigue y, finalmente, la alcanza: es policía y está allí para su
seguridad, por orden del comisario encargado de la investigación. Pero, al
haber actuado de nuevo en el cabaret, el asesino dará con ella, la seguirá y
conseguirá entrar en el apartamento y tratar de estrangularla: es la crisis
final, el “acmé”, cuando la película llega al clímax. Todo acabará bien…
La actriz protagonista es un rostro hasta entonces desconocida en
la escena española, May Heatherly. Su padre había aceptado un trabajo en España
y ella, a partir de esta película filmó otras dos en España (Los
muertos no perdonan y Torrejón City). Tras esta
última película, en 1964, regresó a EEUU, cuando contemplaba ser la primera
mujer torera. En su tierra natal, participó en algunos episodios de la popular
serie El
agente de CIPOL y prolongó hasta poco antes de su muerte en 1973,
una discreta carrera como actriz. Su “novio” y “marido” en la película estaba
interpretado por Virgilio Teixeira, actor portugués afincado en España y que
solía ejercer como galán en los años 50-60. El comisario de policía no era otro
que George Rigaud (y este es quizás el mejor papel por la creación del
personaje que hace y que resulta inolvidable). El “hombre de los zapatos
amarillos” es Luis Marín, entonces en sus primeros pasos y cuyo rostro
inquietante y canalla queda realzado por el escandaloso calzado. Jesús Puente
es el buen samaritano que salva a la protagonista. Finalmente, Paco Morán, que
por entonces multiplicaba su presencia en TVE en Estudios 1 y telenovelas
clásicas, es el despiadado asesino gracias a su rostro particular que lo mismo
podía dar juego en una comedia que como asesino en serie.
La película, está realizada con cierta limitación de medios. Tiene
agilidad narrativa, Klimovsky sabe jugar con las luces y contraluces, crear
situaciones de terror e introducir personajes que pueden (o no) ser los
asesinos. Pero lo que mejor nos describe es la psicología de la protagonista y
su miedo a encontrarse cara a cara con el asesino. Es una de las películas más
desconocidas del género negro español. En el momento de su proyección pasó
bastante desapercibida, a pesar de su calidad. Hoy, el paso del tiempo, se
nota, pero sigue siendo una película con calidad suficiente como merecer verse
hoy.
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