LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE (1965) – Mario Camus – Hoy estaría protagonizada por una pareja gay

Esta adaptación de una comedia de Joaquín Calvo Sotelo tiene varios elementos atractivos (las actuaciones de Alberto Closas y José Luis López Vázquez, o la presencia de Laura Valenzuela). Hoy sería extraordinariamente actual a condición de que los dos protagonistas, en lugar de hermanos fueran pareja gay. A pesar de la aparente banalidad del argumento, Camus supo introducir elementos efectistas y de gran contenido simbólico

FICHA

TITULO: La visita que no tocó el timbre

AÑO: 1965

DURACIÓN: 96 minutos

DIRECTOR: Mario Camus

GÉNERO: Comedia

ARGUMENTO: Dos hermanos solteros que viven juntos y cuya madre ha muerto hace poco encuentran una cesta con un bebé en la puerta de su casa. Dudarán sobre lo que van a hacer, pero, poco a poco, su vida va cambiando, especialmente cuando un médico les envía a una enfermera que les enseña a cuidar del bebé.

ACTORES: Alberto Closas, José Luis López Vázquez, Laura Valenzuela, Rafaela Aparicio, Laly Soldevilla, Chir Bermejo, Ferlipe Martín Puertas, Maruja Recio, Luis Ciges, Mariano Sánchez Polack, Pascual Costafreda, Lola Gálvez, Gracita Morales, Montserrat Julio, Manuel Arbó,

 

 

CLIPS

CLIP 1 – CREDITOS


CLIP 2 – LA VIDA DE DOS HERMANOS HUÉRFANOS Y MADURITOS DE CLASE MEDIA


CLIP 3 – SORPRESA AL SALIR DE CASA


CLIP 4 – UN VENDEDOR DE LIBROS (MARIANO  SANCHEZ POLACK “TIP”)


CLIP 5 – UN INTENTO DE ABANDONO


CLIP 6 – LLAMANDO AL MEDICO Y LA ENFERMERA


CLIP 7 – UNA ENFERMERA CASADERA (LAURA VALENZUELA)


CLIP 8 – LA CONFUSION VODEVILESCA


CLIP 9 – LA IRRUPCIÓN DE GRACITA MORALES CHACHA EN LA PENSIÓN


CLIP 10 – LA ENFERMERA Y LOS HERMANOS


CLIP 11 – EL TRIANDULO PERFECTO


Carteles y programas

 




Cómo localizar la película

A TRAVÉS DE EMULE: LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE (formato MP4)

A TRAVÉS DE EMULE: LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE (formato AVI)

EN FlixOlé: LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE

EN YouTube: LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE

 

 

Lo menos que puede decirse sobre LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE

La comedia es el género más “digestivo”. Y, por eso mismo, también el más difícil. España alumbro excelentes comedias entre 1939 y 1975. Quizás la situación del país parecía triste, en blanco y negro, con unos discretos niveles de consumo, calles adoquinadas, costas, inicialmente despejadas, sin apenas turistas ni construcciones que las afearan. Todo cambio en los 60, el desarrollismo tuvo en el ladrillo y en el turismo dos de sus puntales -no eran los únicos, pero si eran los más nuevos- y en eso seguimos 60 años después. En aquellos tiempos, lo certifico porque yo estaba allí, España reía, le gustaba reír mucho más que ahora. Apenas había consultas de psiquiatría y cuando alguien llegaba a un consultorio de la seguridad social con rasgos de depresión, se le recomendaba que leyera tebeos, viajara, conociera gente o fuera al cine. Y la cosa funcionaba: nada de fármacos, solo vida sana y alegre. La comedia era uno de esos géneros que tuvieron más desarrollo durante el franquismo. Y, claro está, como siempre había comedias de un buen nivel y otras que, vistas hoy, producen vergüenza ajena. De todo tiene que haber, que decía aquel.

La visita que no tocó el timbre pertenece a las mejores comedias de la época. Era 1965. Las cosas en el país iban bien. Había trabajo. El “sueño español” empezaba a ser accesible para cada vez más ciudadanos. Sabían que el fruto de su trabajo les podía dar entrada en la sociedad del consumo: tener un 600 a la puerta de su casa, un piso pagadero con “letras” y, finalmente, más letras para comprar un terrenito en el que construir una segunda residencia. Incluso, para todo eso, bastaba, o maravilla de maravillas, el sueldo del cabeza de familia (una familia, no era tal, sino tenia hijos, cuantos más mejor; no solo se tenían, también se educaban y si quedaba algo por enseñar, lo aprendían en la mili…). Salvo en la universidad, más que nada por hacer gala de energía juvenil, el país vivía en una balsa de aceite. Algún pequeño conflicto laboral aislado, alguna bomba de escasa potencia. En la Gran Vía de Barcelona, las familias de clase media y trabajadoras, se sentaban en las terrazas de los bares los domingos para degustar almejas con vermú, al alcance de todos los bolsillos. Ningún político aparecía en TVE para prometer “viviendas sociales”: simplemente se construían y se sorteaban. No era un país de cuento de hadas, pero tampoco un infierno concentracionario. Era la España de los 60.

El marco en el que el público que pagaba una entrada exigía cierta calidad. Había que ir al cine con caramelos o chicles desde casa. En cines de restreno, incluso, las familias iban con bocadillos y gaseosas. Estaban atentos a lo que se proyectaba y eran muy críticos (no había dispersión del entertaintment en streamings, redes sociales, ni se confiaba en inexistentes influencers). Una película y un actor gustaba o no, dependía de la calidad de su trabajo, del guion y del buen hacer del director. Incluso la crítica profesional era independiente e inmune a los sobornos y a las mordidas (que se producían, pero los críticos sabían que perder el favor del público por un comentario que el espectador no pudiera confirmar luego, podría entrañar su despido del medio). Había más exigencia por parte de todos, del público, de la crítica, de las productoras, incluso, por tanto de la censura.

Si hoy se filmara La visita que no tocó el timbre, seguramente sus dos protagonistas serían una pareja gay. La historia va de un par de hermanos solteros, de mediana edad, viven juntos en el domicilio de sus padres ya fallecidos. Una mañana, se disponen a salir al trabajo y se encuentran bajo la puerta un capazo con un bebé en su interior. Tal es el punto de partida de esta película. Un guion así, hoy sería protagonizado por una pareja gay, sin la menor duda. Pero el problema no es la “orientación sexual” de los que viven tras la puerta a cuyo pie han encontrado el bebé, sino las capacidades actorales, la complicidad y la vis cómica de la que puedan hacer gala los protagonistas. Y aquí hay que decir que el trío protagonista resulta antológico: por una parte, Alberto Closas, por otra José Luis López Vázquez y, finalmente, Laura Valenzuela. Esta última era uno de los rostros más conocidos de España en aquellos años: había sido el primer rostro público de TVE en 1956, desde las primeras emisiones en el Paseo de La Habana. Allí demostró ser una “todo terreno”: leía noticias, presentaba spots publicitarios, animaba concursos. Cuando se casó con el productor José Luis Dibildos, éste la animó a lanzarse al cine. Al casarse con él, se retiró de la profesión. Había filmado entre 1954 y 1971, una treintena de películas. Su última cinta, Españolas en París, le valió recibir la medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos a la Mejor Actriz en 1971. Era uno de los rostros más expresivos de la época. De sus otros dos compañeros de reparto, no vale la pena mencionar la brillantez de sus carreras, los registros que practicaron (desde la comedia hasta el drama, del género negro al cine psicológico) en todos los cuales salieron airosos.

Como siempre recordamos, detrás de una buena película hay un mejor guion. Los actores pueden realzar ese guion o hundirlo, pero el sustrato de toda película “con fundamento”, es el guion. Y el de esta película se basa en una obra de teatro de Joaquín Calvo Sotelo, estrenada en 1949. El apellido “suena”: no en vano era el hermano de José Calvo Sotelo, asesinado por sicarios socialistas pocos días antes del estallido de la guerra civil (y la gota que desbordó el vaso de la violencia política) y tío de Leopoldo Calvo-Sotelo que fuera segundo presidente del gobierno español, tras Suárez, durante la transición. Fue uno de los autores más populares de los años 50. Su teatro se caracterizó especialmente por realizar una crítica furibunda a la moral burguesa (su pieza La muralla puede ser considerado como su manifiesto teatral). Cultivó también el drama histórico (en María Antonieta), el anticomunismo (en La cárcel infinita), el antianarquismo (en El jefe), la historia-política (en Plaza de Oriente) y la religión y su necesidad en La ciudad sin Dios). No fue un “hombre del régimen” si por ello se entiende un militante de la causa franquista. Era, a fin de cuentas, como su hermano asesinado, un hombre de orden, cuyos argumentos eran tan sencillos como imposibles de refutar. La comedia fue uno de los géneros que practicó con más asiduidad y entre sus comedias figura esta que Mario Camus adaptó y dirigió.

Camus puede considerarse como un director “impresionista”: en cada escena, todo lo que aparece, tanto en decoración, como en extras, como en gesticulación de los actores, todo tiende a generar impresiones en el espectador tanto como las frases que se pronuncian. Sabía dirigir a los actores y solamente trabajaba con aquellos que eran maestros en el arte de interpretar.

Película a ver necesariamente, no solo para sonreír de continuo, sino también para tomar el pulso a una sociedad que existió hace sesenta años y que hoy ya ha desaparecido. Se diría que nuestros directores y guionistas han olvidado el secreto de cómo hacer reír. Claro está que hoy todos tienen la piel muy fina y cualquier broma puede desencadenar una campaña mediática contra el guionista insensato que haya escrito una frase que pueda vulnerar la “corrección política”. Un consejo: si quieren reírse vean comedias españolas de aquella época.

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