TODOS ERAN CULPABLES (1962) – León Klimovsky – Culpables por acción y por omisión
Vaya por delante que Todos eran culpables no es lo mejor del cine
negro español que en 1962 todavía se encontraba en la cresta de la ola, pero
es, en cualquier caso, una película interesante de ver por distintos motivos.
El primer de todos ellos es el mensaje moral que transmite: un crimen cometido
-por acción o por omisión- por unos “niños bien” debe ser perseguido. Lo más
interesante son las actuaciones, en general correctas por parte de grandes
actores hoy olvidados (María Mahor y Luis Prendes) y el clima en el que se
desarrolla: el inicio del boom turístico.
FICHA
TITULO: Todos eran culpables
AÑO: 1962
DURACIÓN: 82 minutos
DIRECTOR: León Klimovsky
GÉNERO: Negro
ARGUMENTO: En el curso de una fiesta
en casa de unos “niños bien”, una de las invitadas muere. En lugar de dar
cuenta a la policía, los demás jóvenes optan por arrojar el cadáver al mar.
Cuando se descubre el cuerpo, la policía advierte que la chica ha sido
envenenada y tarda poco en dar con los que la habían acompañado por última vez.
Un juez está dispuesto a llegar hasta el fondo de la cuestión
ACTORES: Angel Aranda, María Mahor,
Luis Prendes, Manuel Gil, José Marco Davo, Joseph Thelmann, Mariso. Ayuso,
Francisco Comet, Silvana Velasco
CLIPS
CLIP 1 – CRÉDITOS: TODOS LOS QUE SON Y ESTÁN
CLIP 2 – CONFESIÓN SINCERA ANTE JUEZ JUSTO
CLIP 3 – ASÍ EMPEZÓ TODO
CLIP 4 – Y ASÍ SE LLEGÓ AL PUNTO CRÍTICO…
CLIP 5 – OCULTANDO UN CADÁVER
CLIP 6 – VUELTA A LA NORMALIDAD ANORMAL
CLIP 7 – DIVERTIRSE EN PEÑÍSCOLA EN 1962
CLIP 8 – EL MAR DEVUELVE UN CADÁVER
CLIP 9 – UN GUATEKE WOKE SESENTERO
CLIP 10 – UN JUEZ CAMINO DE LA VERDAD Y EL PADRE DEL SOSPECHOSO
CLIP 11 – UNA TRAMPA PARA ATRAPAR AL CULPABLE
CLIP 12 – LA HORA DE LA VERDAD
Carteles y programas
Cómo localizar la
película
A TRAVÉS DE EMULE: TODOS
ERAN CULPABLES (en formato MKV)
A TRAVÉS DE EMULE: TODOS
ERAN CULPABLES (en formato AVI)
EN YouTube: TODOS ERAN
CULPABLES
Lo menos que puede
decirse sobre TODOS ERAN CULPABLES
La intención de Klimovsky no era solamente ofrecer un drama de
género negro, sino también -como era usual en la época- vehicular en ella un
mensaje de alto contenido moral. No parece que en aquella época se ocultara que
existía una “violencia machista”. En el fondo, esta película trata de eso, sesenta
años antes de la infausta ley del “sí solo si”. A esta temática se une también
el de la figura de los “hijos de papá”, vinculados al tema de la especulación
inmobiliaria y de la corrupción, algo que también suena como muy actual.
Incluso el director se preocupa que determinadas actitudes y comentarios en
relación a la mujer sean descritas como negativas y, por tanto, aparezcan con
tintes críticos. Ahora bien, obviamente, varían algunos elementos. Por ejemplo,
nos encontramos con un juez -Luis Prendes- que persigue la verdad sin
importarle quien se lleve por delante, pero también con un elevado sentido de
la justicia.
León Klimovsky no parecía un hombre destinado a realizar esta película
en España. En principio porque en 1944 se graduó en una profesión tan alejada
del celuloide y tan prosaica como es la odontología y lo hizo en la lejana
República Argentina. Será solamente en los años cincuenta cuando venga a España.
Lo que en Argentina habían sido sus primeros pasos en la industria, aquí se
convierte en una profesión. Pasará a la historia de la cinematografía española
como un “director ecléctico”. No tendrá preferencias ni en géneros ni en
temáticas. En su obra encontraremos de todo, con cierta tendencia en sus
últimos años al destape y al espagueti-western, el terror de serie B, junto a
adaptaciones del nuevo teatro español. Será el guionista de películas que
plantean temas hoy tan actuales como el cambio de sexo y lo será en el lejano
1974 con Franco todavía vivo (en Odio
mi cuerpo). Retirado del cine en 1979, sobrevivió veinte años hasta
1996 cuando un infarto se lo llevó en Madrid a los 89 años. Su ciclo vital como
director se había prolongado por espacio de 30 años, desde 1947 hasta 1979. A
pesar de que, en el cine español se le recuerda por La noche de Walpurgis,
lo cierto es que, películas como La
paz empieza nunca o la misma Odio
mi cuerpo, resultan muy superiores. Lo que resulta innegable es que
el calificativo de “ecléctico” es, sin duda, el que más cuadra con su carrera.
En Todos eran culpables presenta a un grupo de chicos jóvenes de
muy diferente extracción. Todos ellos “están en edad de merecer”. Se han abierto
al sexo y a las relaciones con chicas de su edad desde hace poco: es un mundo
nuevo para ellos. Son jóvenes de los años 60, como muchos de su generación. El
fenómeno turístico hace poco que ha comenzado, ellos viven en la costa, sus
padres son personajes relevantes, al menos los de algunos de ellos y, claro
está, cuando los padres se ausentan de casa, ellos aprovechan para montar
guateques. En el curso de uno de estos saraos, una chica a la que ha invitado
uno de ellos, la camarera de un bar, rubia y espectacular, fallece mientras
bailaba. Simplemente se desploma y cae sin vida. En lugar de hacer lo que
parecería más razonable, llamar a la policía, tienen miedo, tanto a que sus
padres se enteren como a que se enteren los medios de comunicación y esa muerte
pese sobre ellos como una losa. Así que optan por deshacerse del cadáver
arrojándolo al mar.
Mala elección, porque el mar siempre tiene tendencia a devolver lo
que se le arroja. El cadáver reaparece al cabo de unos días y ellos han dejado
huellas suficientes como para que la policía tarde poco en saber que ellos
fueron las últimas personales que vieron a la víctima.
La policía sospecha de uno de ellos, pero el juez tiene bastante
claro que los tiros no van por ahí. Sin embargo, está persuadido de que algo
extraño ha pasado, en especial desde el momento en el que la autopsia revela
que la víctima no ha muerte de muerte natural, sino por envenenamiento. Así
pues, en el grupo de jóvenes hay uno que tenía pendencias suficientes con ella lo
suficientemente intensas como para decidir asesinarla. Así es y, el juez, a
despecho de las presiones ejercidas por uno de los padres, magnate de la construcción
y millonetis de la costa, prosigue la investigación y logra llegar hasta el
final.
Es cierto que el final resulta algo decepcionante y excesivamente
ingenuo, incluso para la época. Entre ese final y problemas con el ritmo
narrativo (acelerado al principio y ralentizado a medida que nos acercamos al
final), la película no es de lo mejor que rodó Klomovsky en España, ni lo
mejor, por supuesto, del “negro español” que entonces seguía todavía en su
época dorada. Aún así, es una película que puede verse por determinados
conceptos: el primero de todos es que nos muestra una costa de Peñíscola,
huérfana de los millones de turistas que la invadieron unos años después, con
unos encuadres y unos lugares casi imposibles de imaginar hoy. La fotografía es
notable.
Dos de los actores son suficientemente conocidos como para resaltarlos
de nuevo aquí (María Mahor y Luis Prendes). Pertenecían a los “grandes” que
prolongaron su cerrera en la trafnsicion e, incluso, en los primeros años de la
democracia. Pero existe un tercer protagonista, Ángel Aranda, que, en el fondo es
el co-protagonista de la cinta y la figura más representativa del grupo de
jóvenes que se sitúan en el centro de la trama. Aranda, extraordinariamente
popular en los años 60 (su romance con la actriz Nuria Torray ocupó durante
semanas las portadas del colorín de la época) estuvo presente, entre 1955 y
1980 en medio centenar de películas y, por supuesto, apareció en los programas
dramáticos de referencia de RTVE (Estudio 1 y Novela). Hoy, su
memoria se ha borrado casi por completo, seguramente porque a partir de
mediados de los 60, se convirtió en un actor habitual de espagueti-westerns y
porque, hoy los “peplum” otra de las especialidades cinematográficas en las que
había estado presente con singular constancia, han caído hoy en el descrédito.
En el momento de escribir estas líneas, Aranda, está a punto de cumplir 90 años.
Un buen actor que, posiblemente, hubiera precisado mejores papeles y géneros
más variados. Encasillado entre el “peplum” y el “espagueti-western”, su
carrera tomó un rumbo oscilante. Aquí, en Todos eran culpables, brilla con luz
propia.
Es una película, en cierta medida, frustrada y, a pesar de sus
valores positivos y de que, al terminar, lo único que lamentemos sea un final
excesivamente débil, podemos decir que a lo largo de la hora y media -o poco
menos- que dura la proyección, nos hemos entretenido y hayamos realizado un
viaje al pasado. Reconoceremos igualmente que los problemas de ayer siguen en
vigor en nuestros días… sólo que centuplicados. Este es el mayor mérito de esta
cinta.
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