DITIRAMBO VELA POR NOSOTROS (1967) – Gonzalo Suárez – El primer Ditirambo, superdetective

 

Precediendo en dos años al Ditirambo propiamente dicho, éste cortometraje nos presenta al personaje: “un lobo entre los lobos” y a su entorno, en una Barcelona de la que ya no queda nada. La presentación logro enganchar al público. Suárez explotó esta veta y publicó en 1971 una novela -Rocabruno bate a Dtirambo- que contenía elementos presentes en estas dos películas.

FICHA

TITULO: Ditirambo vela por nosotros

AÑO: 1967

DURACIÓN: 26 minutos

DIRECTOR: Gonzalo Suárez

GÉNERO: Drama

ARGUMENTO: El mundo, entre onírico e hiperrealista en el que se mueve un supuesto detective privado, sus vecinos y su ciudad. En el corto se da particular importancia al “método Ditirambo” apto para resolver enigmas (que puede resultar similar al de la serie Twin Peaks): una aplastante lógica absurda-

ACTORES: Gonzalo Suárez, Marianne Bennettt, Bill Dyckes, Sylvia Suárez, Sylvie Sánchez, Helenio Herrera, Sylvie Porchez

 

 

CLIPS

CLIP 1 – CRÉDITOS AJEDREZDOS Y MACHADIANOS


CLIP 2 – “LOBO ENTRE LOS LOBOS”, DITIRAMBO VELA POR NOSOTROS


CLIP 3 – UN EXTRAÑO DESAYUNO Y LA VOZ DE UNA SIRENA


CLIP 4 – SIGUIENDO LAS PISTAS RACIONALES


CLIP 5 – “DEBO ENCONTRAR UNA EXPLICACIÓN LÓGICA…”


CLIP 6 – “TENGA CUIDADO, A MI PERRO NO LE GUSTAN LOS MODALES DE HONRADEZ”


CLIP 7 – LA MUJER ENAMORADA DE HELENIO HERRERA


CLIP 8 – EN CASA DE LA MUJER FANTASMA


CLIP 9 – “USTED CON SU AFAN DE INVESTIGAR LO HA ESTROPEADO TODO”


CLIP 10 – EN CASA DE LA MUCHACHA PSICODÉLICA


CLIP 11 – RETORNO AL HOGAR (DULCE HOGAR)


CLIP 12 – AHOGANDO LA VOZ…


EPÍLOGO: DITIRAMBO VELA POR NOSOTROS


Carteles y programas

 




 

 

Cómo localizar la película

A TRAVÉS DE EMULE: DITIRAMBO VELA POR NOSOTROS (en formato AVI)

 

Lo menos que puede decirse sobre DITIRAMBO VELA POR NOSOTROS

Corto realizado por Gonzalo Suárez, que en aquella época andaba como obsesionado por la figura del detective surrealista “Señor Ditirambo”. Suárez llego tarde al cine. Antes había ejercido el periodismo y luego pasó a la novela y, de ahí, al cine, traspasando algunos de sus relatos a la pequeña pantalla. En ellos hay una veta de inspiración que procede de Argentina: los sesenta fueron los años en los que llegó a España la fama y los libros de Julio Cortázar que causaron gran impacto, especialmente en jóvenes intelectuales que no tenían tiempo que perder en las tesis marxistas o en los fárragos de la Escuela de Frankfurt. El propio Cortazar no ahorró elogios al comentar los trabajos de Suárez.

Ese estilo “cortazariano” está presente en sus Ditirambos. Hay algo de “clásico”, de poético en esta película que nos muestra a un detective privado atraído por una voz de sirena que escucha a través de un lavabo miserable y se preocupa por buscar, encontrar una explicación lógica y rechazar. Y, por supuesto, una alta dosis de suerrealismo. El corto se inicia con “el Señor Ditirambo” (el propio Suárez) paseando en torno a lo que parece un cementerio de tazas de inodoros. Hay cientos de ellas en un medio de un solar deprimente. De hecho toda la ambientación y los escenarios del corto serán deprimentes: casas antiguas, cocinas decrépitas, con mobiliarios desvencijados, habitaciones en la que, nada en lo que nos fijemos refleja buen gusto, ni siquiera modernidad. Es un mundo extraño el del “Señor Ditirambo”. De hecho, por el desagüe del lavabo, más que un canto de sirena que expresa amor hacia él, hubiéramos esperado que surgiera una cucaracha kafkiana.

Antes, en los créditos, sobre un tablero ajedrezado, símbolo de las contradicciones, ha aparecido una enigmática frase de Antonio Machado: “El ojo que ves no es | ojo porque tú lo veas | es ojo porque te ve”. El tono está marcado a partir de ese momento y cuando vemos al “Señor Ditirambo” entre los inodoros ya no puede extrañarnos nada, ni siquiera la voz en off que nos dice que el personaje es un “lobo entre los lobos”, “en medio de una ciudad de locos” y que “vela por nosotros”.

Suárez ataca desde el primer momento con símbolos: los inodoros son el prólogo, luego lo veremos en la cama, dormido, con una flor en el vaso de la mesilla de noche. Se pone la flor en el ojal de su pijama y arroja un efervescente en el mismo vaso. Cuando se prepara el desayuno, tras un momento de yoga (seguido de la recomendación de “no olvidar la filosofía occidental”), es cuando percibimos el ambiente misérrimo en el que se mueve. Sirve la leche en el interior de un zapato y pasa al lavabo: allí, afeitándose escuchará el canto de la sirena: “Señor Ditirambo, estoy enamorado de usted”. Tras un momento de sorpresa, busca el origen de la voz; esta sale del desagüe del lavabo. Y, a partir de aquí, inicia sus deducciones implacables, aplica las leyes de la lógica y concluye que la voz solo puede proceder del piso superior. Juega al ajedrez una partida imposible: solo hay dos fichas en el tablero, los dos reyes. Imposible final. Opta por resolver el misterio de la voz.

El propietario del piso que está en el origen del sonido vive en el inferior. Es un tipo solitario, malcarado, británico (o así). Habla con él mientras un perro ladra insistentemente (¿una alusión a lo primario y salvaje que hay en el fulano? A saber: no siempre los símbolos de Suárez-Ditirambo pueden ser interpretados por alguien exterior a él). “El señor Ditirambo” le pide que le acompañe al piso superior, cree que hay una mujer encerrada. El sujeto, por toda respuesta, le extiende un cheque (la puta manía de creer que todo puede ser tasado y comprado). Se lo extiende a “Ditirambo”, el cual, lo dobla en dos, luego en cuatro y se lo come. El perro sigue ladrando: “A mi perro no le gustan los alardes de honradez”.

Ditirambo no está dispuesto a renunciar a su investigación. Sube al piso de arriba, ve a una vecina que le confiesa que está enamorada de Helenio Herrera, entonces famoso entrenador de fútbol. El propio Herrera aparece en una escena. Es una mujer encantadora pero que no tiene esperanzas de que su amor cristalice. Pero no es esta mujer la que le interesa, sino el piso del que sale la voz. Recorre la techumbre del edificio y lograr entrar en el apartamento. Vuelve a oir la voz en un lavabo igualmente lamentable. Allí encuentra a una mujer. “Ditirambo” se esconde en un armario y observa. Se da cuenta de que alguien está viendo una película de super 8mm en el que sale la mujer. Es el vecino británico. Le explica que no es una mujer, es un fantasma. Pero “el señor Ditirambo” tiene otra hipótesis: discuten sobre el espacio y el tiempo. El hecho es que la mujer le abandonó . Él, “Ditirambo”, no la necesita, solamente es un buscador de la verdad. Alarmado, el británico, “Don Estepa”, le pregunta qué hará con ella ahora que es suya y él responde: “Un fantasma es como un eco que no encuentra muro… Se extingue”.

Penetra en el apartamento de la vecina. La puerta está formada por dos colchones desvencijados y roñosos. Encuentra a la vecina comiendo manzanas o quizás naranjas. Le ofrece un fragmento y “Ditirambo” baila de alegría y agradecimiento. Ha encontrado a una mujer real. Algo psicodélica, eso sí, que se muestra ante él con los modelitos de la época (quizás comprado en Tuset Street, entonces de moda en la Ciudad condal). Aquello no le interesa y abandona la estancia saliendo entre los colchones roñosos. Vuelve a su lavabo y, de nuevo, oye la voz. Pero ahora, cuando ya ha resuelto el misterio, aquello ha dejado de interesarle. Se limita a abrir el grifo y ahogar la voz. Sigue buscando una explicación lógica: se mira en el espejo y tiene la iluminación final al ver su rostro reflejado en él.

La escena final, nos retrotrae al inicio: el bosque de inodoros y la voz en off que recuerda que “Ditirambo” es un “lobo entre los lobos”, “que viven en una ciudad de locos” y que, podemos estar tranquilos, “vela por nosotros” (seguramente gracias a su implacable manejo de la lógica, la única defensa ante la locura).

Cualquier interpretación que se le dé a todos estos simbolismos, que mezclan resonancias clásicas con sensaciones que empezaban a sentirse en los 60 y que ahora, amplificadas y mucho más evidentes, sobre el destino de nuestra civilización (representada por el universo de inodoros abandonados) y las voces de sirena (que garantizan posesiones y placeres, bienes y demás “chorraditas telecomandadas en esta huxleyana era de progreso cibernético).

La cinta no llega a la media hora. Cada cual, por supuesto, la puede interpretar a su manera, como las Historias de Cronopios y de Famas de Cortázar o su Vuelta al día en ochenta mundos, o su Rayuela. Sobre todo, su Rayuela.

Debatir sobre si este corto ha perdido o ganado con el paso del tiempo es ocioso. Ha perdido posibilidades de ser comprendido (la generación de los 60 tenía una capacidad crítica muy superior a la actual, pero la necesidad de una lógica o la locura instalada en la modernidad es muy superior a la existente cuando este corto se rodó).

Verlo y juzgarlo vosotros mismos.

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