EL BOSQUE DEL LOBO (1971) – Pedro Olea – El “Lobishome”, terror a la gallega

 

No es una película de terror. Pero da miedo. Es, casi, un estudio antropológico de la Galicia rural del siglo XIX. No tiene nada que ver con “Waldemar Daninsky”, el hombre-lobo encarnado por Paul Naschy, pero si con la confusión entre licantropía y enfermedad mental. López Vázquez, realiza -obligado mencionarlo- en una de sus mejores interpretaciones.

FICHA

TITULO: El bosque del lobo

AÑO: 1970

DURACIÓN:  90 minutos

DIRECTOR: Pedro Olea

GÉNERO: Drama

ARGUMENTO: Un buhonero recorre los pueblos del interior gallego con un hatillo de objetos que vende a los lugareños. Está muy bien considerado en la zona que recorre. Sin embargo, tiene la mala costumbre de contar historias de terror, lo que, unido a que padece ataques de epilepsia y a la desaparición de varias personas en la zona, hará pensar a sus conciudadanos que se trata del “hombre lobo”

ACTORES: José Luis López Vázquez, Amparo Soler Leal, Antonio Casas, Nuria Torray, Alfredo Mayo, John Steiner, María Rivas, Modesto Blanch

 

 

CLIPS

CLIP 1 – EL BUHONERO Y SU ENTORNO


CLIP 2 – LLEGANDO A UN PUEBLO PERDIDO EN EL QUE HA MUERTO UNA MUJER (TRATADO DE ANTROPOLOGIA FUNERARIA)


CLIP 3 – BENITO FREIRE Y SU OFICIO DE VENDEDOR AMBULANTE


CLIP 4 – UN INGLÉS LLEGADO DE LONDON…


CLIP 5 – REPONIENDO GÉNERO


CLIP 6 – EL CURA RURAL Y EL NIÑO QUE QUIERE VIAJAR


CLIP 7 – HAN COGIDO A UN ASESINO, LAS PESADILLAS DE BENITO Y SUS HISTORIAS


CLIP 8 – LOS CRÍMENES DE BENITO FREIRE


CLIP 9 – LA ÚLTIMA VISITA A LA MEIGA…


CLIP 10 – LA IDENTIDAD DEL ASESINO DESCUBIERTA


CLIP 11 – UNA BATIDA (CON EL INGLÉS QUE VINO DE LONDON)


CLIP 12 – UN HOMBRE ACORRALADO


 

Carteles y programas

 

 

 

Cómo localizar la película

A TRAVÉS DE EMULE: EL BOSQUE DEL LOBO (en formato AVI)

A TRAVÉS DE EMULE: EL BOSQUE DEL LOBO (en formato MKV)

En FlixOlé: EL BOSQUE DEL LOBO

En RTVEplay: EL BOSQUE DEL LOBO

En Movistar+: EL BOSQUE DEL LOBO

 

Lo menos que puede decirse sobre EL BOSQUE DEL LOBO

Hay películas que no están calificadas como “de terror” y, sin embargo, generan en el público un desasosiego y una inquietud que ni siquiera desaparece cuando se encienden las luces de la sala de proyecciones. No siquiera arrancan del espectador una sonrisa nerviosa o un comentario sarcástico ante una escena de destripamiento que sabemos que es falsa, o ante la transformación de un individuo en lobo ante las cámaras, de la que somos conscientes que se trata de un efecto especial más o menos elaborado y/o convincente. Lo que consiguió Pedro Olea con esta película fue algo que el cine expresionista alemán ya había logrado de la mano de Fritz Lang en 1931 con M. el vampiro de Düsseldorf, cuando el espectador intuye lo que ha pasado o lo que va a pasar, un asesinato, sin ver ni una sola gota de sangre.

Era la tercera película de Olea y su primer gran éxito, avalado por las opiniones de la crítica y de los espectadores. Antes solamente había filmado, la muy banal, Juan y Junior… en un mundo diferente y antes Días de viejo color, que llamó la atención del Círculo de Escritores Cinematográficos y resultaría premiada en 1967. Olea, tras salir de la Escuela Oficial de Cinematografía, realizó sus prácticas en TVE. Desde muy niño le atrajo el cine y, procuró que su producción estuviera a la altura del “buen cine” hasta su retiro en 2011.

En 1970, en España, una parte significativa de la producción cinematográfica, parecía querer seguir los pasos de la Hammer o de la Universal, lanzando al mercado películas de serie B, que no pasaban de ser variaciones de los temas clásicos del terror. Tenían su público y, lograron un nivel aceptable y el favor de algún segmento del público. Jesús Franco alternó este género con el erotismo que -por entonces- ya le interesaba vivamente, Paul Naschy estaba en su etapa de ascenso y distintos directores realizaron incursiones en este terreno: Grau filmaría la primera película de zombis carpetovetónicos, No profanar el suelo de los muertos, Eugenio Martín acertó con Pánico en el transiberiano, el inefable Jesús Franco lanzó su particular versión de El conde Drácula y Nieves Conde se adelantó a todos ellos con El sonido de la muerte, muestra del “terror invisible”. Y así sucesivamente. Pero ninguno de ellos, absolutamente ninguno, generó tanto estremecimiento como Olea con El bosque del lobo. Era, lo que podríamos llamar, “terror realista” (cuando la realidad se muestra más horrenda que la ficción) o, incluso, “terror antropológico” (cuando viajamos a las condiciones de vida de la España rural del XIX).

En la Galicia rural estaba muy arraigada la leyenda del “lobishome”, el hombre lobo, un hombre como cualquier otro que, en las noches de luna llena, se transformaba en un lobo depredador y devoraba a los que se ponían en su camino. Era una de las historias que Benito Freire, un buhonero, contaba a quienes quisieran oírle en el curso de sus desplazamientos por la Galicia rural. Viajaba siempre a pie, acompañado de un inmenso hatillo a su espalda. Vendía pequeños objetos, a menudo religiosos, de pueblo en pueblo. Era apreciado y se mostraba afable y comunicativo. Sus historias entretenían a los niños. Pero, Benito Freire tenía un problema: aquejado de una epilepsia extrema, sufría una transformación al caer en estas crisis y se comportaba -acaso por influencia de sus propios relatos o quizás por una malformación mental- en un asesino implacable.

Durante años, Benito Freire había ido asesinando a quienes se encontraba durante estas crisis, reforzando la veracidad y el temor que causaban las historias que contaba. Finalmente, cuando un par de mujeres que decidieron acompañarle en su viaje hasta Santiago, desaparecieron, gracias al testimonio de un niño que los siguió y cuya declaración no coincidió con la de Freire, se supo que él era el asesino. No parece que, en situación normal, se tratase de un hombre particularmente cruel, ni siquiera insensible; por eso mismo, su transformación en “lobishome”, era todavía más terrorífica. Además, una vez desaparecida la crisis epiléptica se horrorizaba de lo que había hecho, pero, también, era lo suficientemente hábil como para guiarse por un instinto de supervivencia y ocultar sus crímenes.

Esto es lo que nos ofrece Olea en su película, de la que, además de dirigir, también compuso el guion, ayudado por Juan Antonio Porto. El resultado fue redondo. A ello contribuyó también la selección de los personajes: cuando se ve actuar a Antonio Casas como el cura rural, uno no puede evitar recordar a curas que hasta no hace mucho estaban en activo en aldeas y villorrios. Amparo Soler Leal y Nuria Torray nos remiten a las gallegas rurales del XIX. John Steiner evoca a esos hispanistas ingleses que siguieron proliferando, incluso en la segunda mitad del siglo XX, recorriendo España y elaborando tesis y estudios sobre nuestra sociedad. Alfredo Mayo, para la ocasión, se transforma en “señorito gallego”. Pero, el gran papel protagonista le corresponde a José Luis López Vázquez que, en esta ocasión, otorgará a su papel de “lobishome” un dramatismo y verismo extremo. Y esto es todavía más meritorio si tenemos en cuenta que hasta no hacía mucho, era uno de los actores característicos de la “comedia española”. Y, de repente, lo vemos transformado en un buhonero al que casi le compraríamos unas velas para la Virgen o estampas del apóstol Santiago.

A pesar de que Olea compuso el guion sobre la base de un caso histórico ocurrido en Galicia, altero varios elementos para insertar mayor dramatismo y tensión al relato, cambiando incluso el nombre del protagonista -que, en realidad se llamó Manuel Blanco Romasanta- y alterando sus rasgos físicos (apenas llegaba a 1,40 de estatura), el resultado fue brillante y superior a otros intentos posteriores de recuperar este episodio de la vida gallega.

Es de esas películas para las que el tiempo se ha detenido: seguirán pudiendo verse maña o dentro de cien años y generar el mismo desasosiego que en el momento de su estreno.

 

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